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San Karol Wojtyla

Publicado: 2013-07-15

A veces el tiempo termina poniendo las cosas en su sitio. Pero otras veces, no. La iglesia católica es especialista en esto último. En olvidar selectivamente algunos pequeños detalles de su historia y de acomodar las cosas según su conveniencia, digo. Y si quieren un botón de muestra, pues ahí tienen la inminente canonización de Karol Wojtyla, el papa polaco de quien solo se recuerda que fue carismático, mediático, anticomunista, viajero incansable, y que cuando vino al Perú soltó la graciosa frase: “el papa es charapa”.

Naturalmente, hay gruesas omisiones en la sucinta biografía del santo, para qué nos vamos a engañar. En consecuencia, también debería refrescarse lo que ahora se pretende olvidar, para ser justos. Como, verbigracia, el afán compulsivo de nombrar -pese a las resistencias y advertencias locales- a archiconservadores por todo el orbe. Esa línea dura, que luego fue continuada al milímetro por Ratzinger, es la que entronizó la homofobia, casi como doctrina, en los púlpitos de las catedrales. Entre otras posiciones retrógradas, por cierto.

Y hay más, adivinarán. Como cuando el entonces pontífice aprobó en los hechos las tácticas de contrainsurgencia del gobierno de Reagan. O cuando Juan Pablo II se convirtió en el segundo jefe de Estado –después del presidente de Uruguay- en visitar y abrazar y avalar al general Pinochet, sin esbozar una sola crítica a la junta militar. O cuando decidió declararle la guerra al condón en el África, propiciando que diversos cardenales escenificaran ceremonias públicas de quema de condones y advirtieran que los preservativos causaban sida a sus usuarios. O cuando a la hora de pedir perdón, evitó mencionar el papel cómplice de la iglesia católica en las acciones brutales que se adoptaron en la colonización española (conversiones forzadas, torturas, toma de tierras, aplastamiento de revueltas bajo la bendición de la cruz, y así). O cuando olvidó pedir clemencia por el rol de la jerarquía católica en Ruanda, durante el genocidio en el que un millón de personas fueron masacradas. Porque vamos. Para pedir disculpas por crímenes cometidos cientos de años atrás, ahí sí el papa fue humildísimo, pero para los desvaríos y desaguisados de su tiempo, se volvía renuente. Porque eso sí. Juan Pablo II sabía hablar varios idiomas, pero era un profesional callando en todas las lenguas. Y si me apuran, no oía en ninguna de ellas. Más todavía. Era un maestro pidiendo dispensas por pecados cometidos por otros papas, pero era incapaz de una autocrítica. ¿O no fue un error beatificar a 471 víctimas de la guerra civil española, todas ellas partidarias del general Franco?

Y la lista de absurdos y disparates es más amplia, obvio. El libro El poder y la gloria, del investigador británico David Yallop, hace un recuento extenso de ellos. Y desmantela, de paso, algunos de los mitos que han sido insertados en su hagiografía, como aquello de que fue el principal propulsor del derrumbe del comunismo europeo, desapareciendo de la foto a Gorbachov. O aquel otro que sugiere que él fue el impulsador de Solidaridad, cuando lo cierto es que seacerca a este movimiento recién en 1980.

Pero donde uno dice ‘ojito con eso’ es cuando echamos un repaso a lo que hizo Wojtyla para frenar el tsunami de abusos sexuales. Y la respuesta es: nada. Y este acápite, qué quieren que les diga, está totalmente ausente en la trayectoria de Juan Pablo II. Así que ya ven. Pese a que las informaciones con denuncias documentadas llegaron como torrentes al Vaticano desde inicios de los ochentas, muchísimo antes que lo destapara la prensa, el santo padre evitó a toda costa la transparencia y no enfrentó el problema. De esa forma, al silencio extremo se le sumó la ignominia máxima.

Pero la verdad siempre sale a flote, ya saben. El caso es que el primer campanazo de alerta se escuchó en los Estados Unidos. Ahí los periodistas norteamericanos Jason Berry y Gerald Renner, del Hartford Courant, el diario más influyente de Connecticut, publicaron en 1997 una vasta, detallada y contundente investigación sobre los abusos sexuales perpetrados por el fundador de los Legionarios de Cristo, Marcial Maciel, la cual dio la vuelta al mundo. La respuesta de Juan Pablo II no pudo ser más sintomática. E incalificable. Y monstruosa.

Inmediatamente después del escalofriante señalamiento del Hartford, reforzado por casi unadecena de testimonios de víctimas de Maciel, Wojtyla designa al fundador de los Legionarios como su delegado personal para el Sínodo de América, que se celebraba en Roma. O sea, su reacción fue la del encubrimiento descarado. De hecho, a Maciel se le resguardó hasta el final. Tan es así que, luego de muerto Juan Pablo II, la sanción de Ratzinger parecía una broma de mal gusto. Se le invitó a “una vida reservada de oración y penitencia”. Un pésimo chiste, ya lo dije.

Un lustro después, el Boston Globe hizo lo propio en el 2002, denunciando a innumerables curas depredadores sexuales seriales, lo que inició una reacción en cadena de reportajes de investigación. ¿Qué hizo el sucesor de Pedro con toda esa información? ¿Por qué el primado, tan hábil en usar los medios para presentarse como una estrella de rock, no hizo nada para conjurar aquella crisis que iba a perjudicar terriblemente a su iglesia? ¿Por qué no se castigó al cardenal de Boston, Bernard Law, quien echó un capote sobre los pedófilos; y en lugar de ello se le convocó al Vaticano para salvarlo de la justicia norteamericana?

¿No es obvio entonces que el desenfrenado abuso sexual clerical creció desmesuradamente bajo el papado del polaco porque este fue partidario del secretismo y del disimulo? ¿Y con todas esas, van a canonizar al protector de los pederastas?


Tomado de Hildebrandt en sus trece. Columna Divina comedia.


Escrito por

Pedro Salinas

Escribe habitualmente los domingos en La República. En Twitter se hace llamar @chapatucombi. Y no le gustan los chanchos que vuelan.


Publicado en

La voz a ti debida

Un blog de Pedro Salinas.