Pensamiento Panchito
“No está diciendo nada nuevo”, esgrime la facción más carca de la iglesia. “Es un papa reformista”, señala, de otra parte, el sector progre del catolicismo. Y la verdad es que, en el fondo, este pontífice da la impresión que lo que está tratando de hacer es reconciliar a las dos alas que existen al interior de su institución. Casi un imposible, digo. O sin casi. Bueno. Es lo que creo que está tratando de hacer hasta ahora. Eso, y hacer algunas mejoras en las formas.
Para entendernos: el acento de este papado está en el cambio del lenguaje. Y tras decir esto, lo que se aprecia es un líder religioso empeñado en dulcificar el tono, que, en las últimas cuatro décadas, ya saben, ha sido extremadamente rígido e inflexible. Y hasta insensible. Y compulsivamente obsesivo y enfermizamente maniático con algunos tópicos, en los que ha tratado de imponer su particular y anacrónico punto de vista, llegando al extremo de excluir a la mala a quienes dentro de la institución eclesial sugerían una aproximación más abierta y respetuosa hacia la feligresía.
La entrevista que concede Bergoglio al jesuita Antonio Spadaro, director de La Civiltà Cattolica, refuerza ese mensaje en todo momento. “La gente se cansa del autoritarismo”. La iglesia no es “una capillita en la que cabe solo un grupito de personas selectas”. “La primera reforma debe ser la de las actitudes”. “No es posible una injerencia espiritual en la vida personal”. “No podemos seguir insistiendo solo en cuestiones referentes al aborto, al matrimonio homosexual o al uso de anticonceptivos. Es imposible”. “Una pastoral misionera no se obsesiona por transmitir de modo desestructurado un conjunto de doctrinas para imponerlas insistentemente”. “Los dicasterios (ministerios de gobierno del Vaticano) corren peligro de convertirse en organismos de censura”. “Si uno tiene respuestas a todas las preguntas (…) quiere decir que es un falso profeta que usa la religión en bien propio”. “Es equivocada una visión monolítica y sin matices de la doctrina de la iglesia”. Y así.
En efecto, dichas recriminaciones estarían siendo dirigidas frontalmente hacia los bandos conservadores y ultramontanos, los que con sus filípicas integristas y barrocas marcaron el rumbo eclesial durante los últimos cuarenta años, pontificando, pretendiendo ser los dueños de la verdad absoluta, procurandohacer prevalecer sus dogmas a la fuerza, desplegando arrogancia a su paso arrollador. Una arrogancia que, además, ha sido desdeñosa, atrevida, pomposa, prepotente y ciega.
Y claro. Se veía venir. A la primera de bastos, la derechona clerical ha salido a hacer su propia exégesis de la entrevista a Bergoglio, que, si me preguntan, no necesita traducción o interpretación. Por lo pronto, ya he escuchado decir a algunos representantes de la camada reaccionaria y tradicionalista -que todavía no se da por aludida-, ensayar algunas interpretaciones antojadizas y acomodaticias. “En ningún momento el papa nos está diciendo que dejemos de lado nuestras actividades en los movimientos pro-vida, porque esa es una lucha evangélica que no podemos abandonar”, han dicho.
Pues eso es lo que va a encontrar el papa, les cuento. Resistencia al cambio. Enconsecuencia, si realmente quiere que los representantes de la iglesia que jefatura sean “ministros de misericordia”, o algo así, va a tener que barrer muy bien la casa por dentro. Y por fuera. Y eyectar sin asco a quienes atenten contra el equilibrio moderado que quiere instaurar, que no son pocos. Sin purgas no habrán reformas, digo, y los cambios no se percibirán.
El papa no puede predicar misericordia y transparencia y tolerancia cero a la pederastia, si en el Perú se mantiene en su puesto, por ejemplo, a un purpurado como Juan Luis Cipriani, alguien que encarna -como pocos- todo aquello que Francisco ha dicho que no quiere para su iglesia.
En cuanto a mis amigos caviares y progresistas, que sueñan con celibatos facultativos, cardenalas, manga ancha en materia de anticonceptivos, o uniones civiles bendecidas por el cura de la parroquia, pisen tierra, chocheritas. Eso no va a pasar. Se los juro por dios. Porque si no se han dado cuenta, Bergoglio se ha encargado de subrayarlo en las dos entrevistas que ha brindado. En las dos, figúrense. La iglesia tiene una doctrina intransigente en esos temas. Y él ha respondido idénticamente en ambas ocasiones: “Yo soy hijo de la iglesia”. Más todavía. Sobre la ordenación de mujeres sacerdotes ha sido más sentencioso aun: “Esa puerta está cerrada”.
En lo que sí vaticino un cambio es frente a los divorciados. Alguna flexibilización implementará, supongo. Porque es inconcebible que un asesino serial, en plan Dexter, luego de perpetrar un homicidio se acerque a un confesionario y después de un padre nuestro y tres avemarías reciba la absolución y de ahí salte a comulgar, como si no hubiese pasado nada, mientras que el divorciado o divorciada, por el solo hecho de serlo, no puede recibir “el cuerpo de Cristo” ni obtener “el perdón de dios”.
Qué les puedo decir. La iglesia, tan permisiva con sus curas pedófilos, no ha dejado de ser inclemente con los católicos divorciados, a quienes nunca ha dejado de condenar. Pues eso.
Tomado del semanario de César Hildebrandt. Columna Divina Comedia