Conchuda
Por sus tuits la conoceréis. Quien afirme que el “gobierno familiar” de los Humala Heredia incluye a Antauro, Ulises, Alexis, o a don Isaac, miente adrede. Clamorosamente. Habrá ingenuos que se crean los embustes, es probable. Nunca faltan los ilusos. Pero la mayoría no es tan tonta, como piensan algunas cúpulas partidarias. Ni tiene la poca vergüenza de nuestra infame clase política.
Como sea. La cuestión es que, para comenzar, es indefendible e injustificable la burrada del jefe de Estado cuando soltó en Pasco aquella frase desventurada: “Es mejor gobernar el país como familia que como una persona”. No sé cuál fue su intención, la verdad. Y si me apuran, peor fue su réplica con la que trató de rectificar el asunto. Porque a ver. Solamente alimentó el vademécum de las innumerables máximas desafortunadas que viene acumulando el humalismo: “Mi gobierno se ha caracterizado, desde el inicio, por fomentar valores familiares, y por eso trabajo con una visión de familia y no solo de individuo”. En fin. Con ello, únicamente dio más motivos para rajar y prestarse al juego de desestabilizarse a sí mismo y crear fantasmas y dudas. Y armar el descojone. Porque será respetabilísimo aquello de trabajar con “una visión de familia”, y qué sé yo, pero es volver a poner sobre la mesa un tema que ya había sido superado: la candidatura presidencial de Nadine en el 2016.
El primer damnificado, ya saben quién fue. El flamante primer ministro, César Villanueva, quien tuvo que hacer de traductor. Y servir de “putching-ball”, que también. Bueno. Es que cuando Humala improvisa, qué quieren que les diga. Mete la pata hasta las ingles.
Y en medio de esta farsa esperpéntica, que es una manera de definir la praxis de nuestros políticos, ya hay quienes hablan de “cogobierno familiar”, de acusaciones constitucionales futuras, del rol que juega Antauro desde la prisión, y cosas así. Claro. Siempre hay un Igor que, por indicaciones del doctor Frankenstein, se pone a profanar cementerios por la noche. Y en la políticalocal, adivinen, hay demasiados Igores.
Empero, lo que más llamó mi atención fue el cuajo de Keiko Fujimori, cuestionando aquello del “gobierno familiar”, pues si hubo un régimen que actuó como un clan para protegerse a sí mismo y desvalijar al país de todo atisbo de ética, ese régimen fue el de su padre, Alberto Fujimori, del cual, dicho sea de paso, ella fue partícipe.
¿No fue acaso Santiago Fujimori, el hermano del autócrata, asesor presidencial? ¿No fue Pedro Fujimori, el otro hermano del condenado, quien captaba las donaciones que llegaban a Palacio? ¿No fue Rosa Fujimori, la hermana, acusada por el delito de enriquecimiento ilícito y es actualmente prófuga de la justicia? ¿No fue Víctor Aritomi, el cuñadísimo, ex embajador del Perú en Japón, a quien se le detectó un desbalance patrimonial notoriamente sospechoso? ¿No fue Juana Fujimori, otra fugitiva de la justicia peruana, a quien el sistema anticorrupción le encontró varias cuentas bancarias, en las que se depositaban cifras que no se justificaban con sus ingresos? ¿No fue Rumy Kagami Fujimori, prima hermana de la política tuitera, quien percibió ingresos misteriosos y nunca fueron explicados? ¿No fue Clorinda Ebisui de Fujimori, quien coordinaba el Comité de Damas de Palacio de Gobierno? ¿Y no fue la mismísima Keiko nombrada como primera dama por su padre?
Y quien quiera seguir jalando el hilo de la madeja, puede buscar en internet la infografía –con ribetes de árbol genealógico- que hizo al vuelo el periodista Ángel Páez, de esta casa editora, sobre el particular. Entonces, ¿cómo explicar el burdo atrevimiento de la lideresa fujimorista en esta materia? ¿Con qué autoridad moral puede juzgar alguien que predica desde la contradicción y el techo de vidrio?
Como se sabe, el Perú es un país de memoria corta. Pero hay algunos políticos y políticas, que no solamente tienen la memoria acoquinada, sino que encima pareciera que han hecho tabla rasa, no solo de un pedazo de la historia del país, sino que –pese a sus ametralladas a mansalva, cargadas de balas rellenas de amnesia- son capaces de evocarnos a todos, trece años después, que siempre son posibles la impudicia y el caradurismo.
Tomado de La República. Columna El ojo de Mordor