No habido. Diversos testimonios señalan al exsodálite Jeffery Daniels como un pederasta serial. Y todo parece indicar, por los cruces de información entre los sodálites que lo conocieron, que dicha institución religiosa lo habría encubierto.

 

Jeffery Daniels Valderrama fue captado por el Sodalicio cuando cursaba el tercer año de secundaria en el colegio Santa María, a inicios de los ochenta. Tenía quince años y pertenecía a la promoción XLIII. Al terminar la escuela, ingresó como aspirante al Sodalicio y se convirtió en una persona cercana a Germán Doig Klinge (1957-2001).

 

En el libro Mitad monjes, mitad soldados (Planeta2015) aparece el testimonio de ‘Tito’, un exsodálite reclutado por el propio Daniels cuando cursaba el segundo de media. En su relato, ‘Tito’ describe los comportamientos impropios de Daniels con él y con el resto de la agrupación que tenía a su cargo. La aproximación a ‘Tito’ fue gradual. Primero empezó con unos abrazos prolongados, luego siguieron besos en la mejilla, y más tarde en la boca. En otros momentos, cuenta, lo acunaba como si se tratase de un niño y lo ponía en su regazo para frotarse con él. “Supongo que para excitarse”, dice ‘Tito’. “Conmigo eran básicamente ‘chapes’ (besos), me tocaba el culo, y toqueteo en general”.

 

Mauro Bartra, ex miembro de la familia sodálite, nos reveló que fue testigo de excepción de uno de los tocamientos de Daniels a un joven de una agrupación mariana. Bartra describe el hecho que ocurrió en 1992, en Huacapuy, un poblado ubicado en la localidad de Camaná, Arequipa, en el marco de una excursión misionera. “De casualidad, vi a Jefferey acariciándole el trasero a uno de los chicos que fue al viaje”.

 

Según otro exsodálite, que no llegó a caer en las garras de Daniels, uno de los argumentos del “apóstol de los niños” (ese era su mote en el Sodalicio) consistía en señalar que lo que quería hacer era “una terapia de cariño”, algo que le habrían enseñado Germán Doig y el mismísimo fundador del Sodalicio, Luis Fernando Figari, con el propósito de curar inseguridades y necesidades de afecto.

 

Enjaulado

 

Cuando las inconductas sexuales de Daniels llegaron a oídos de algunos padres de familia, la cúpula sodálite decidió enjaularlo, hacia fines de los noventa. Estuvo por lo menos un año completo en Nuestra Señora del Mar, una de las comunidades que el Sodalicio tenía en San Bartolo (actualmente están cerradas y en venta). El superior general Alessandro Moroni ha admitido que lo tuvieron en tratamiento psiquiátrico durante el lapso de tres años.

 

Para confirmar ello, contactamos al psiquiatra Carlos Mendoza Angulo, quien habría sido el profesional que trató a Daniels, según varias fuentes. Mendoza apeló a la reserva profesional y no aceptó haber tenido como paciente a Jeffery Daniels, pero tampoco lo negó. No obstante, cuando insistimos respecto del aislamiento riguroso al que fue sometido, subrayó con énfasis: “Es una medida que yo no indicaría. No lo haría con ninguna persona ni con ningún paciente”.

 

Cuando encerraron al sodálite pederasta en una habitación, Daniels no podía salir ni ver a nadie. El superior de San Bartolo, Óscar Tokumura dictaminó: “Con Jeffery no van a hablar. Simplemente le llevan la comida, le reciben los platos y punto”. Y nadie preguntó. La versión oficial sostenía: “Jeffery está de retiro discerniendo su verdadera vocación. No sabe si ser monje o ser sodálite, por lo que ha empezado un proceso de purificación”. Nunca se explicó la verdadera razón de su encierro. Y de acuerdo a otros exsodálites, quienes sabían la verdad y la ocultaron con eufemismos fueron: Luis Fernando Figari, Germán Doig, Alfredo Garland y Óscar Tokumura.

 

Al final, Daniels decidió marcharse, y aprovechando su nacionalidad norteamericana emprendió rumbo hacia Illinois, Estados Unidos, donde tiene mujer e hijos. Jamás se le expulsó del Sodalicio. La explicación formal fue que “la espiritualidad sodálite no podía acoger monjes, y por ello dejó el Sodalitium”.

 

Quisimos tener la explicación del propio Jeffery Daniels, pero nunca nos respondió. Pedimos también la versión del Sodalicio. Fernando Vidal, Asistente de Comunicaciones, nos contestó escuetamente: “Los temas y preguntas que nos han estado dirigiendo los hemos esclarecido exhaustivamente con las instancias competentes. Es todo lo que tenemos por declarar”. Y del sodálite Óscar Tokumura solo obtuvimos silencio.    

 

 

HABLA UNA DE LAS VÍCTIMAS DE JEFFERY DANIELS:

 

“A Daniels le encantaba ser pasivo”

 

Esta es la primera vez que habla una víctima de Jeffrey Daniels sin ocultar su identidad. Álvaro Urbina (34) es su nombre y cayó en las trampas de Daniels cuando tenía catorce años.

 

Álvaro contacta con el Sodalicio cuanto estaba en segundo de media y sus padres se acababan de separar. Como consecuencia de ello, se convirtió en un “chico problema” y su madre no sabía qué hacer con él. Hasta que una amiga le habló del Sodalicio. Fue así como su madre lo lleva al Centro Pastoral en San Borja un día sábado, donde había un montón de chicos que parecía que estaban pasándola bien, jugando fulbito, contando chistes, y así. “Caí como una piedra en el agua”, recuerda.

 

Estaba iniciándose el año 1996. Y Jeffery Daniels era el líder de los “chicos problema”. Ese fue el primer contacto. Daniels lo invitó a formar parte de una agrupación de jóvenes de su edad, y Álvaro aceptó. A partir de ese momento se enganchó con el grupo. Álvaro y sus nuevos amigos se juntaban en las tardes, veían películas, rezaban, salían a comer.

 

 

Urbina narra que, en una de las salidas grupales, Daniels, quien manejaba una combi, se ofreció a dejarlo en su casa, luego de dejar al resto. La casa de Álvaro Urbina estaba ubicada frente a un parque enorme donde no había iluminación. Jeffery Daniels detuvo el auto cerca de la vivienda de Álvaro e inició una conversación acerca de la confianza, sobre la importancia de fiarse el uno del otro, citando a la biblia y algunas frases de Jesús.

 

Y en un momento de la plática, Daniels le pidió que se baje los pantalones. “Para probarle que confiaba en él y que él confiaba en mí”, evoca Urbina, quien no dudó porque Jeffery era su consejero espiritual y su mejor amigo. “Me bajé los pantalones, me miró un rato, me cogió el pene por un momento y lo miró como si fuera un doctor, un científico, y yo lo dejé”, relata. Al poco, el mismo Daniels le subió los pantalones y se despidió diciéndole que sea discreto y que no le diga nada a nadie.

 

En los siguientes encuentros, luego de volverle a pedir que se baje los pantalones, sucedieron otras cosas. “A él le encantaba ser pasivo. Jeffery era grande, un poco relleno, pesaría entre ochenta a noventa kilos, y yo era flaco. Llegaba a incomodarme porque sudaba como un chancho, y yo quería que terminara rápido. Nuestros encuentros llegaron a darse dos o tres veces a la semana. Jeffery tenía treinta años y yo catorce”, detalla.

 

Según Álvaro, Daniels sabía cómo hablarle a los niños y a los jóvenes, y, sobre todo, sabía cómo ganarles la confianza. “Yo estaba contento porque formaba parte de un grupo donde hablaba de mis problemas. Y nunca me había sentido tan parte de algo”, dice en la conversación vía Skype.

 

Describe a Jeffery Daniels como inteligente, astuto, de sonrisa fácil, pero de genio voluble, pues podía cambiar de humor de un segundo a otro. “Era una máquina de ganar afectos”, anota. “Me dejé guiar por lo que me decía Jeffery, y acepté todo. Pero eso, con el paso de los años, me ha traído problemas de confianza, problemas en mi vida íntima, en mi sexualidad posterior”.

 

Un día, delante de todos sus compañeros, Jeffery Daniels, quien también era un manipulador hábil haciendo sentir culpable a los demás, lo ridiculizó delante de todos sus amigos con la canción Qué te pasa, Javier, del grupo Sangre Púrpura. Álvaro se sintió tan mal ese día, que terminó abandonando el grupo.

 

Viendo las cosas en retrospectiva, Álvaro considera que fue víctima de un depredador que sabía coctelear la religión, la culpa y la agresión sexual. “Fuimos muchos los que pasamos por él. No tengo dudas de que estuvo con todos los de mi grupo de ‘chicos problema’”.

 

Álvaro, quien no vive en el Perú desde el 2003, se animó a contar su historia cuando se enteró de la publicación Mitad monjes, mitad soldados. “Eso me hizo buscar más información en el blog Las líneas torcidas, de Martín Scheuch. Contar mi historia, que consiste en que una de las personas en la que más he confiado en la vida abusó de mí, es parte de la curación. Aun sigo sufriendo las consecuencias. Para mí ha sido un descubrimiento leer todo lo que hicieron Luis Fernando Figari y Jeffery Daniels. Me entró un cargo de conciencia enorme, porque de repente a los catorce años pude parar todo esto. Pero luego concluí que aquello no era posible”.

 

“El motivo por el que doy mi nombre y apellido es porque yo no debería estar avergonzado por esto, sino Jeffery Daniels; y quisiera que mi testimonio aliente al resto de afectados a contar su caso a cara descubierta. Así nuestra voz tendrá más fuerza ante la iglesia y la fiscalía”, concluyó Urbina. 

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Alessandro Moroni, superior del Sodalicio, en entrevista a El Comercio (25/10/2015):

 

“(Daniels) cometió abusos que se descubrieron hace más de 20 años. Estuvo literalmente aislado durante tres años. Recibió tratamiento psiquiátrico. Después, se le retiró (…) Creo que en el momento se tomó una serie de decisiones, probablemente por la forma (de pensar) de la época y por cómo se procedía hace 20 años, incluso al interior de la iglesia. Con toda radicalidad, si hoy ocurriera algo así, de inmediato entregaría al responsable ante las autoridades penales y civiles”.


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Mensajes de Jeffery Daniels a sus discípulos:

 

“Quédense calatos nomás. ¿Cuál es el problema? No se acomplejen. Véanse, que no pasa nada. Vivan la libertad de los hijos de dios”.

 

“En los más altos niveles espirituales, durante el éxtasis místico, es muy común que la gente santa eyacule”.

 

(Tomado de Mitad monjes, mitad soldados)