Manuel d`Ornellas
Lo conocí hacia finales de los ochentas. Pero, claro, sabía de él desde mucho antes. Desterrado y expropiado de su nacionalidad durante la dictadura de Velasco, Manuel d`Ornellas siempre fue un luchador de la libertad de expresión.
Su comentario habitual tenía la virtud de sintetizar con una agudeza fina lo que el Perú vivía en el día a día. Sin apasionamientos e impertérrita compostura, D`Ornellas le explicaba a sus lectores los hechos más saltantes de la vida política y económica del país, de forma clara y simple.
Era una suerte de intérprete de los acontecimientos. Capaz de descifrar con una precisión apabullante las cosas más complejas. Para estar al día, o sea, había que leerlo inevitablemente. Uno podía estar de acuerdo o no con él, pero no se podía dudar de su integridad. Uno podía discrepar de él, pero nadie podía negar su suficiencia para ir al meollo de las cosas. Por eso se le respetaba. No en vano fue considerado por la opinión pública como el periodista más influyente y con mayor credibilidad en la prensa nacional.
Su punto de vista, además, trazaba derroteros, le daba significado y sentido a la política local. Y era algo así como un artista del columnismo. Jaime de Althaus lo definió una vez, con justicia, como “un tallador de circunstancias y esencias”.
Tuve, como muchos, la suerte y el honor de conversar largo con él en varias oportunidades, en la época que colaboré en Expreso. Era un extraordinario conversador, de maneras afables y sonrisa fácil. Y le gustaba compartir con las generaciones más jóvenes sus anécdotas y experiencias de los tiempos de persecución.
La política no ha vuelto a ser la misma desde su partida temprana, hace exactamente diez años. Y estas líneas no tienen otra razón de ser que la de recordarlo, porque D`Ornellas no fue un periodista más. No. Él fue uno de los grandes.