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Donde viven los monstruos

Publicado: 2010-05-31

Tomado de Perú21.- Columna El ojo de Mordor, de Pedro Salinas.- Debo confesar que durante mi paso por el Sodalitium no vi ni sufrí acoso sexual alguno. No fui atravesado como anticucho ni ampayé amancebamiento alguno. Y, que conste en actas, tampoco agujereé a nadie. No. Ni sospeché de actividades pedofílicas, si acaso se dice así. Es la verdad. Sin embargo, también debo confesar que luego de la publicación de mi primera novelita, Mateo Diez, que es una suerte de metáfora ficcionada de mi tránsito por esa institución religiosa, me buscaron ex sodálites, en plan In Treatment, que me relataron historias espeluznantes, algunas inimaginables, escabrosas, con mucho morbo, que involucraba a personajes clave de la organización, y que, claro, de habérmelas contado antes me habría gustado consignar en el libro. Pero no. Llegaron tarde. Quienes me las narraron, que fueron varios, me rogaron, cada quien por su lado, que no divulgara sus historias, porque no sabían cómo podrían tomarlas sus familiares y amigos, y así.

Para ser francos, a algunas de esas versiones les di poco crédito. O ninguno. Me parecieron fabuladas, exageradas. No obstante, después de leer sobre la vida de Marcial Maciel, el fundador de los Legionarios de Cristo, aquellos testimonios resucitaron en mi cabeza.

El perfil de Maciel es, sin duda, el vivo retrato de un monstruo. De un monstruo infecto, despreciable y ruin. Y si no conocen su historia, pues se las cuento en cortito. Marcial Maciel Degollado nació en Michoacán, en 1920, poco antes de la denominada Guerra Cristera, en México. El cuento fundacional de la Legión de Cristo, el grupo que creó, asevera que Maciel sintió el llamado de Dios cuando apenas tenía 14 años. Lo cierto es que es expulsado de tres lugares para seminaristas en el lapso de diez años. Hasta el día de hoy no se sabe muy bien por qué. Como sea. En la década del cuarenta monta su movimiento de legionarios y, más tarde, en los setentas, le da forma a Regnum Christi, un ejército de colaboradores de civil, laicos para más señas, hechos a imagen y semejanza de los numerarios y supernumerarios del Opus Dei.

Es en esa época, gracias a un empujoncito que le da Pablo VI, que la Legión empieza a crecer exponencialmente fuera de México y a fundar noviciados en España, Irlanda y Estados Unidos. Luego, en los ochentas, Maciel le presenta su congregación a Juan Pablo II como una milicia pletórica en recursos económicos, signada por una religiosidad fanática, conservadora en el discurso y en las formas, muy eficiente para captar vocaciones y en constante expansión. Y Juan Pablo II, qué creen, apadrinó, arropó y apapachó a Maciel, pese a que al monstruo ensotanado ya le habían sacado para entonces varias denuncias por abuso sexual a menores. Por pedófilo, o sea. Adicionalmente a ello, se evidenció también sus vicios de drogadicto. Maciel era adicto a la dolantina, un derivado de la morfina, que conseguía ilegalmente a través de sus seminaristas para inyectársela luego. Y, claro, al Vaticano todo eso le importó un carajo.

Como sea. La alianza entre Maciel y el Papa polaco se cimentó con Triz, y como aquellos matrimonios de antaño, se casaron hasta que la muerte los separe. Y así fue. Wojtyla hizo oídos sordos a las acusaciones contra Maciel y optó por nunca pronunciarse sobre ellas. Nunca. Más todavía. Se retrataba con él, avalándolo y alabándolo públicamente. No solo ello. Lo designó, en diversas oportunidades, como su representante en eventos de importancia. Y lo trataba casi, casi como si fuese un santo en vida. Y, por si fuera poco, Juan Pablo II llegó a beatificar, en 1995, a un tío de Maciel, y hasta hace poco incluso había un proceso en curso para beatificar a su mamá. ¿Pueden creerlo? Y así, mientras el Papa lo bendecía y lo protegía, el depravado seguía haciendo de las suyas.

Según testimonios de gente abusada por Maciel, este les decía a sus pequeñas víctimas que había recibido del mismísimo pontífice un permiso especial para que le aplicaran masajes en el bajo vientre, debido a que sufría de una dolencia crónica en la zona genital. Así como se los cuento. Y con el viejo truco del permiso papal y los dolores en el bajo vientre se llevó centenares de manos inocentes hasta su colgajo sacrosanto para que lo masturben. Y si alguien se resistía, Dios mío, si alguien se resistía Maciel apelaba al cuarto voto legionario, “el voto de caridad”, que consistía en un voto de silencio, que obligaba a no acusar a sus superiores, so riesgo de ser expulsados de la institución. Bueno. Así eran las cosas en la Legión.

Y como el espacio se me acaba y ya tengo que terminar esta columna, solamente digo: Si desde hace aproximadamente un par de décadas se conocen en el Vaticano los crímenes de Marcial Maciel, el monstruo con alzacuellos, ¿qué espera la Iglesia Católica para disolver a los Legionarios? Sobre todo, hago la apostilla, en el contexto de la avalancha de casos de pedofilia revelados en los últimos tiempos. Liquidar a la Legión expresaría la voluntad del actual Papa de combatir la pederastia eclesial. ¿Por qué no lo hace? Pregunto nomás.


Escrito por

Pedro Salinas

Escribe habitualmente los domingos en La República. En Twitter se hace llamar @chapatucombi. Y no le gustan los chanchos que vuelan.


Publicado en

La voz a ti debida

Un blog de Pedro Salinas.