#ElPerúQueQueremos

Una sociedad de hipócritas

Publicado: 2010-08-09

Tomado de Perú21.- Columna El ojo de Mordor, de Pedro Salinas.- Hay momentos en los que uno se pregunta si esto que tenemos delante de nosotros es un país o qué. Todos a estas alturas conocen el caso, supongo. Me refiero a la detención arbitraria de los hermanos Larrabure y César Belaunde, apresados por un par de policías de barriga cervecera. Mariana está ahora enclaustrada en Santa Mónica. Eduardo y César, en la cárcel de Cañete, una prisión para reos de alta peligrosidad, donde habitan delincuentes de los que te cruzas en la calle y corres a la vereda de enfrente antes de que te perforen un par de navajazos. Los tres han sido privados de su libertad sin motivo aparente. Tal cual.

Una discusión familiar en un minúsculo departamento en Miraflores, que derivó en grita escandalosa y en una pelea disparatada porque Eduardo quería que le dieran veinte soles para poder tomar un taxi para asistir al velorio de la mamá de su mejor amigo, gatilló el despropósito. Los vecinos llamaron al serenazgo. Y llegó el serenazgo. El serenazgo llamó a la Policía. La Policía intervino y encontró marihuana regada en el piso. Y en ese momento, cámara en mano, filmaron el decomiso, se dieron tiempo para llamar a la prensa, y armaron el show, dando por sentado que estaban ante una banda de traficantes de drogas. A todo esto, hacen el pesaje de los restos de la macoña y meten en una bolsa troncos, ramas, pepas, todo. Ripio, o sea. Y el policía de la balanza se rasca la entrepierna, sin prisa, y dice por fin: “Acá hay poco más de doscientos gramos”. Conclusión de los eruditos: tráfico de drogas.

Naturalmente, los implicados rindieron su manifestación, explicaron lo sucedido, las versiones coincidieron, hablaron del altercado; que la bronca, o el asunto, empezó porque Eduardo quería que le prestaran veinte soles y nadie se los quería dar; que todos vivían en el mismo departamento; que, efectivamente, la marihuana era de ellos; que la compraron entre Eduardo y César, de a pocos; y que se las vendió un paquetero de la avenida La Mar, un díler apodado 'Pocho’. O algo así. Y pusieron las cosas en su sitio.

Los cuatro (incluyendo a Rocío Zapata, la novia de Eduardo, quien es la única que no está presa) confesaron que eran consumidores, y no traficantes ni comercializadores. Y aquello que estaba clarísimo, como para cerrar el caso con un “elemental, mi querido Watson”, pues continúa hasta el día de hoy, como una pesadilla a lo Freddy Kruger, con el riesgo de que los condenen a seis años. ¿Por qué? Por traficantes, pese a que la Policía no ha exhibido una puñetera prueba de ello, y pese a que está más traslúcido que el agua –y así lo han revelado– que Mariana, Eduardo, Rocío y César son consumidores eventuales de marihuana. Fumones esporádicos que se prenden en las noches para dormir, para relajarse, para mitigar sus penas y edulcorar sus aprietos económicos.

A ver. Estamos hablando de adultos aficionados a los porros, como otros lo son de tomarse sus copas, meterse tiros, atiborrarse de cafeína, aspirar nicotina, y así. Y que lo hacen en su departamentito, al final del día, sin molestar a nadie.

Pero claro. Estamos en el reino del absurdo, donde uno de los deportes nacionales es acorralar al sentido común hasta el límite de la injusticia y de la cojudez. Lo de siempre, vamos. Y lo más patético es que, salvo algunas voces enérgicas que se han alzado por ahí, el resto, mutis. Mutis por el foro. Y por el forro, que esa es otra. Pues todo esto ocurre en el Perú de la hipocresía gutural, en la Lima que se escandaliza con grititos de señorita ultrajada ante este tipo de situaciones, pero que no dice esta boca es mía cuando altos y atocinados funcionarios, alcaldes que no explican, políticos de medio pelo, jueces mentecatos, o policías arrastrados, se corrompen dejando sus huellas dactilares a vista y paciencia de todo el mundo.

Y ese es, creo, el problema de fondo: que somos una sociedad adocenada, limitada, ramplona, que tenemos los gobernantes y autoridades que padecemos, porque quizás los merecemos y porque, en algún momento, no sé cuándo, perdimos la capacidad de indignación y de crítica, y nos distraemos fácilmente con lo baladí, el morbo, y nos gusta chapotear en la mierda. Eso sí. Nos reímos con el programa de Gisela, disfrutamos del chismorreo de Magaly, pero cuando vemos aplastar los derechos y las libertades de otro peruano, nada, miramos al techo, indiferentes. Y no hacemos nada.


Escrito por

Pedro Salinas

Escribe habitualmente los domingos en La República. En Twitter se hace llamar @chapatucombi. Y no le gustan los chanchos que vuelan.


Publicado en

La voz a ti debida

Un blog de Pedro Salinas.