La Cutra Nostra
Tomado de Perú21.- Columna El ojo de Mordor, de Pedro Salinas.- ¿Cómo se explica que el fujimorismo, símbolo de corrupción a lo grande, mantenga el respaldo de casi un tercio de la población? ¿O que el actual alcalde de Lima, pese al escándalo Comunicore, sea uno de los favoritos principales para las elecciones presidenciales del 2011? ¿O que este gobierno, de faenones redondos, comience a otear la posibilidad de un tercer mandato hacia el 2016? ¿O que Álex Kouri, con todo lo que encarna y huele, haya estado ocupando un expectante segundo lugar en la campaña edil?
Pues muy fácil. A mi juicio, al peruano promedio le importa un carajo, o un rábano, que la corrupción avance. Y, ojo al dato, ésta se está expandiendo con la naturalidad de quien entra a una bodega y pide una Inca Kola. Al punto que el daño que está infligiendo se está convirtiendo en una suerte de necrosis incurable. Año tras año, la percepción de que el país -o lo que cuernos signifique aquello que llamamos Perú-, es mucho más corrupto, se incrementa a ritmos exponenciales, sin que nadie detecte que acá hay un problema serio, grave, cardinal. Y cuando digo nadie, óiganme bien, me refiero primordialmente a nuestra clase política, ésa que no tiene la menor voluntad de cambiar las cosas y observa con lenidad -como el gusano de la manzana- cómo se descompone todo delante de sus narices. Y más. Si hay algo que da más asco que la corrupción es la impunidad. Que la corrupción tenga padrino que la apañe y que la encubra, o sea.
Porque en eso se ha convertido la búsqueda del poder en los últimos 200 años: en llegar al gobierno, al parlamento, al poder judicial, a la policía, al ministerio, a la alcaldía, o a lo que se pueda, para hacer del Estado un botín. Acá, en Perulandia, las palabras transparencia, rendición de cuentas, honestidad, suenan huecas, carecen de significado, saben a utópicas. Escúchenlo si no, a Alan García cuando las menciona. Para colmo, su gobierno se despide llenándose la boca con cifras, cifras que enumeran obras o consignan referencias económicas, pero que, en ningún caso, abordan el desafío ético y también económico de enfrentar a la corrupción.
¿O no nos hemos percatado aún que la corrupción genera atraso y subdesarrollo? ¿O no somos concientes que estamos frente a un mal endémico, que impacta ferozmente en la economía y en la vida anímica del país? ¿O somos incapaces de ver las tremendas distorsiones y sobrecostos que se traducen en pérdidas entre 3 y 4.5 puntos porcentuales del PBI, como han advertido algunos analistas?
Por lo demás, la última data revelada por la sexta encuesta nacional sobre percepciones de la corrupción en el Perú, hecha por Ipsos Apoyo y Proética, y divulgada extensamente por Gestión, dice mucho de nosotros. Y, la verdad, avergüenza. Lo peor es que nos hemos vuelto tan permisivos con la venalidad, que ya no nos repugna. Ni nos indigna. Ni nos preocupa. Nos hemos acostumbrado a ella. Sí, señores. En el Perú, la corrupción importa un huevo de cuy.
Y no me vengan luego con que, este gobierno de Alan García fue blandengue en la lucha anticorrupción pero responsable en el manejo económico, que ésa es otra, porque se me sale mi lado Natalia Málaga, y ya adivinarán lo que me provoca gritar. Pero así andamos, les cuento. Así de chulos. Pues les hablo de ustedes y de mí, y de nuestra envilecida clase política que padecemos. Porque, resumiendo, no puede ser, como ha narrado Mariana Larrabure en el programa de Jaime Bayly, que haya gente detenida cuatro años por posesión de ocho gramos de marihuana, mientras que los medios ponen en evidencia una vez a la semana a políticos que son descubiertos con las manos en la masa, y estos no reciben ni de asomo la sanción que se merecen. Por el contrario, hay quienes hasta les aplauden con una sonrisa disecada.
Hasta que esto no cambie, por más numeritos en azul que exhiba éste o cualquier otro gobierno, seguiremos siendo, con perdón, un país de mierda, si acaso mis coterráneos no se han dado cuenta todavía. Así que ya lo saben. Digo.