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Historias secretas de la II Guerra Mundial

Publicado: 2011-05-21

Tomado de La Tercera.- Por Patricio Jara.- Ampliar Digerir el horror de una guerra no sólo requiere del paso del tiempo. También del juicio de las nuevas generaciones. Una vez que se terminan de remover los escombros y lo destruido vuelve a ponerse en pie, es probable que la única manera de que el aprendizaje del espanto perdure sea gracias a historias fragmentadas, a los retazos de aquellos hechos que sobrepasan los recuentos eruditos y las explicaciones historiográficas. Recordar una guerra es bastante más que un ejercicio enciclopédico: es tejer un relato con partes aisladas, como quien recoge los restos de un avión caído entre los cerros.

El escritor español Chema Ferrer (1967) asumió este modo de ver los sucesos ocurridos hace más de 70 años y, en consecuencia, publica un volumen que describe y explica algunos de los acontecimientos menos conocidos de aquel entonces. Historias secretas de la II Guerra Mundial es un mosaico de pequeñas crónicas que, pese a la extravagancia de muchas, nunca deja de hablar de lo esencial: del heroísmo ante la adversidad, la inspiración que aflora en situaciones críticas, la ingeniería puesta al servicio del odio y la locura, además de escudriñar en leyendas cargadas de preguntas sin respuesta.

Así como el autor entrega luces sobre el paradero de varias decenas de submarinos alemanes que antes de la caída de Hitler huyeron sin rumbo conocido (eran bastante más que aquellos aparecidos en Argentina), también nos recuerda que la tragedia del Titanic no es ni por lejos el mayor desastre marítimo de la historia: lo supera ampliamente el buque hospital "Gustloff", que en enero de 1945 fue hundido en el mar Báltico, llevándose a las profundidades a nueve mil refugiados, entre heridos de guerra, mujeres y niños.

El autor del ataque fue el comandante ruso Alexander Marinesko, quien, pese a la natural controversia que por décadas generó el hecho, finalmente recibió una condecoración póstuma en 1990.

Otro de los pasajes que llama la atención está referido a la "Unidad 731", un batallón japonés especializado en ataques y experimentos con armas biológicas. Estaba al mando de Ishii Shiro, un bacteriólogo del ejército, quien, luego de detener una epidemia de meningitis, convenció a sus superiores de la necesidad de emplear esta clase de recursos contra China, en 1940.

Poco conoce el gran público de estos sucesos. De manera que acceder al relato de los ataques hechos por Japón a sus enemigos, cuando menos, hiela la sangre. Especialmente, porque el empleo de aviones para lanzar bacterias fue apenas el comienzo: también pulverizaron ciudades con pulgas infectadas y ofrecieron golosinas con ántrax a los niños.

"Pasado un tiempo, entraban en las poblaciones para comprobar los efectos, llevándose a los enfermos todavía vivos para abrirlos y perfeccionar el arma", detalla Ferrer, quien asegura que el ejército japonés incluso planificó ofensivas de esta clase para ciudades como Los Angeles y San Francisco. Habría sido un ataque total, mediante globos aerostáticos, por lo que si las bombas sobre Hiroshima y Nagasaki hubieran caído una semana después de lo previsto, los memoriales del genocidio se habrían levantado también en Estados Unidos.

Es curioso lo que sucede con esta clase de libros. Da la impresión de que aquel período de la historia siempre será un inagotable pozo de información, a veces útil, a veces simple alimento para fanáticos. En cualquier caso, Historias secretas de la II Guerra Mundial es un compilado que, sin perder el nervio periodístico ni la documentación precisa, se encarga de aquellos sucesos gestados en la periferia de las grandes batallas, como también de decenas de hechos que, aunque parezca un contrasentido, no llegaron a ocurrir.

Chema Ferrer describe una serie de armas y vehículos confeccionados por ambos bandos y que las circunstancias dejaron a medio camino. Entre ellos, el denominado "rayo de la muerte", preparado por el Tercer Reich en su búsqueda de un arma que le diera la victoria definitiva. Para esto, contactaron a Guglielmo Marconi, un italiano que llevaba tiempo experimentando con una luminiscencia capaz, decía, de destruir objetos a distancia. Evidentemente, Marconi repre- sentaba el arquetipo del científico loco y charlatán que persiste hasta hoy.

"La desesperación en el quinto año de la guerra era evidente y, probablemente, sería la explicación de las razones por las que se llevó adelante uno de los proyectos más insólitos", explica Ferrer, a modo de preámbulo a una historia de estafas y timadores que, por sobre su absoluta ridiculez, no es sino reflejo del delirio de toda una época.


Escrito por

Pedro Salinas

Escribe habitualmente los domingos en La República. En Twitter se hace llamar @chapatucombi. Y no le gustan los chanchos que vuelan.


Publicado en

La voz a ti debida

Un blog de Pedro Salinas.