Sobre liebres y circulinas
No sé si todos lo recuerdan, pero los tiempos de la circulina parecen haber regresado. Me refiero a aquellas épocas, cuando en pleno auge del terrorismo, las autoridades viajaban en camionetas blindadas, lunas entintadas, con agentes de seguridad que se encaramaban en los carros con guantes fosforescentes, portando armas que asomaban por las rendijas de las ventanas, y por delante, a manera de heraldos, eran guiados por policías motorizados –denominados “liebres”- que despejaban el camino, zurrándose en los semáforos y demás, para hacerle el camino más rápido y seguro a “la autoridad” que transportaban, y que podía ser asaltada o atacada en alguna esquina por algún subversivo pertrechado de una bazuka.
Uno los reconocía por su aspaventosa y caótica aparición y por las llamativas circulinas que se adherían al techo de sus autos. Pues ahora pasa lo mismo, y, que sepamos, el terrorismo está enclaustrado en el VRAEM, mas no en las ya caóticas calles limeñas.
¿Qué cosa explica entonces su reentré por las pistas capitalinas? Supongo que la puñetera huachafería, esa tara peruana que hace sentirse importante a gente que, bien mirada, no lo es. Pero ya ven. Ahí están. Huachafos adictos a la circulina.