#ElPerúQueQueremos

Sobre rebeldes, recalcitrantes, reaccionarios, sodálites y otras especies

Publicado: 2013-03-03

Tomado del blog Las líneas torcidas, del ex sodálite Martín Scheuch.- A lo largo del tiempo, algunos de los miembros del Sodalicio de Vida Cristiana han ido discutiendo ad intra los problemas que se presentaban en la institución, pero esas reflexiones, por lo general, han quedado recluidas en el silencio y el hermetismo del grupo. Hacer públicas esas reflexiones ha motivado llamadas de atención y medidas disciplinarias ‒si todavía se pertenecía a la institución‒ y campañas de desprestigio y difamación por lo bajo ‒si ya no había ninguna vinculación con ella‒.

El mismo mensaje mío del año 2003 que generó el diálogo con Sinesio Emevecista, cuando yo ya estaba viviendo en Wuppertal (Alemania), dio pie a otro diálogo interesante de este tipo con la persona a quien he designado como Adherente Seis en un escrito anterior de este blog. Considero esta conversación como una muestra de reflexiones críticas sobre el Sodalicio, hecha por dos personas que entonces estaban plenamente comprometidas con la institución y creían en su misión.

Sólo quiero hacer constar que si bien sigo manteniendo muchas de las opiniones que expreso en ese diálogo, hay otras que ya no suscribo. En ese momento todavía compartía intelectualmente la ideología del Sodalicio y, en consecuencia, estaba convencido de que el P. Gustavo Gutiérrez, representante de una teología de la liberación que ha sido reconocida como válida por la Iglesia, incurría en posiciones heréticas. Durante mi posterior proceso maduración he llegado a comprender que no había razones de peso para desconfiar de la conformidad de la teología del P. Gutiérrez con la fe católica. Del mismo modo tampoco, tampoco comparto ese espíritu de cruzado medieval que aparece en algunos de los párrafos de mi interlocutor sodálite.

Sólo queda mencionar que las crónicas que a veces se mencionan son una colección de textos que fui escribiendo esporádicamente entre los años 2003 y 2005, a las que llamé “Crónicas desde Wuppertal”, en la que plasmaba mis experiencias y reflexiones como cristiano en estas tierras germanas, algunas de las cuales rescataré para este blog en un futuro próximo.

Abordemos, pues, este interesante diálogo, que considero de interés público, pues contribuye a la comprensión de ese curioso fenómeno conocido como Sodalicio de Vida Cristiana.

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MENSAJE DE ADHERENTE SEIS

Querido Martin:

Me alegro de que estés bien en Alemania con [tu familia]. Debe ser una buena y rica experiencia, por todo lo que cuentas en tus crónicas. La verdad es que algunas me han parecido muy interesantes, aunque no siempre he estado de acuerdo con tus opiniones. Pero de todas maneras me parece valiosa tu experiencia personal y tu percepción de las cosas, aunque a veces me dejas la impresión de tomar una pose de profeta rebelde que le encanta tratar de escandalizar a la gente, aunque no siempre lo logras. [...]

Un fuerte abrazo y mis oraciones,

Adherente Seis

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RESPUESTA DE MARTIN SCHEUCH

Querido Adherente Seis:

Me parece de lo más natural que no estés de acuerdo con algunas de mis opiniones. Por lo general, cuando todos están de acuerdo sobre lo mismo hasta en el más mínimo detalle, eso ocurre o porque la opinión expresada carece de profundidad y mordiente intelectual, o porque los implicados en el mismo parecer carecen de lo mismo en sus cerebros. Acuérdate de que en los estatutos del SCV [Sodalitium Christianae Vitae] se cambió la expresión “unidad de pensamiento” por “unidad de ideales”. Lamentablemente, la inercia de la primera expresión todavía sigue afectando a algunos, llevándolos a creer que a menor discrepancia, mejor situación. Y he observado que se aplican al respecto muchas falacias ad hominem: no se va contra las ideas, sino contra las personas, aduciendo que sus interrogantes se deben a una actitud espiritual incorrecta. Sea o no sea así, el hecho es que la interrogante queda sin respuesta.

En ese sentido, creo que hasta lo que escribe Luis Fernando Figari [Superior General del SCV hasta diciembre del 2011] puede ser cuestionado y discutido. Creer lo contrario nos haría parecer a los Mormones, que pusieron al lado de la Sagrada Escritura los irrefutables e incuestionables escritos de John Smith. Sin embargo, ¿quién se atrevería a plantear algo semejante en nuestras filas? Más aún, el solo hecho de plantearlo haría recaer sobre uno la sospecha de estar atravesando una crisis espiritual.

Por otra parte, lo de mi rebeldía no es una pose. Siempre he sido rebelde. Me uní al Sodalitium por rebeldía contra los lugares comunes de una sociedad que sigue enferma, lo cual tuvo también consecuencias en mi entorno familiar. Y sigo teniendo motivos suficientes para rebelarme contra todo aquello que es contrario a la dignidad humana. Pero de ahí a ser un profeta ‒o parecerlo‒, hay una distancia enorme. Mi rebeldía es natural, tanto como el acto de cagar, que fue insertado por Dios en nuestra naturaleza para que no podamos desprendernos de nuestra arcilla humana en nuestros afanes por alcanzar las etéreas alturas de la pureza sobrehumana. Jesús fue el Hijo de Dios y cagaba. La santidad a la que debemos aspirar ‒y qué es la que encarnó Jesús‒ hunde raíces en la miseria humana y nunca puede desprenderse de sus limitaciones. Querer formar un grupo de elegidos, al estilo de “Los Intocables”, es una tentación que he visto acechando a nuestros grupos en el SCV y en el MVC [Movimiento de Vida Cristiana].

Respecto a las discusiones que he ocasionado, el fin es lograr que ambos polemistas ganen. El mutuo cuestionamiento lleva a profundizar los argumentos. Por eso mismo, creo correcto seguir adelante ‒dentro del marco que impone la caridad‒ con las polémicas iniciadas. Y si no se llega a una conclusión común, por lo menos se ha dado un acercamiento que puede ser fructífero.

En este sentido, mirando para atrás, veo que hubiera sido interesante haber intentado un acercamiento a Gustavo Gutiérrez ‒con cuyas ideas sigo estando en desacuerdo‒. Algunas veces he escuchado decir a Luis Fernando que Gutiérrez poseía muchas de las mismas intuiciones que originaron el SCV. Y esto lo puedo confirmar por el estudio que hice de su obra. Lo cierto es que en la ofensiva que desarrolló el SCV contra la teología de la liberación nunca se le dio al oponente la posibilidad de explayarse. Más aún, muchas veces se nos dijo cuáles eran las intenciones de Gutiérrez y por qué sus acciones eran malignas. ¿No te parece esto juzgar las intenciones del otro? ¿No te parece esto una especie de demonización a priori del oponente, sin haber tenido nunca un encuentro para darle derecho a sus descargos? No dudo de que haya incurrido en herejía en sus escritos, pero eso no justifica absolutamente todos los medios que se utilizaron para combatirlo.

En fin, con lo que he dicho no creo haber logrado escandalizarte. No es ésa mi intención. Pero de alguna manera lo que busco es “conmocionar” a la gente, quitarles el falso suelo firme sobre el cual creen estar posados, para que busquen posarse únicamente sobre el fundamento del Evangelio.

Un fuerte abrazo,

Martin

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RESPUESTA DE ADHERENTE SEIS

Querido Martin:

Quisiera tener tu habilidad retórica, pero lamentablemente no la tengo, así que te pido disculpas por el desorden de estas reflexiones que quiero compartir contigo.

Para serte sincero, estoy de acuerdo en la mayor parte de cosas que dices. Vivir solo en el extranjero me ha permitido pensar sobre muchas cosas, incluyendo el SCV y el MVC. He aprendido a valorar más todo lo he aprendido y vivido en nuestra comunidad. Realmente lo considero un gran don de Dios. Recuerdo que, como tú, una de las razones por las que me vinculé fue porque encontré esa rebeldía evangélica que no se conforma con los estándares del mundo, esa rebeldía que no se conforma con nada sino con Dios mismo. Y la verdad es que me enamoré, me enamoré del Señor a través del Sodalitium. Y si me enamoré fue porque me di cuenta que el Señor es real y de que el cristianismo puede vivirse. Vi personas como yo, jóvenes como yo, con problemas y pecados como yo, que habían entregado apasionadamente sus vidas al Señor, y que eso era posible. Y no es que fueran superiores que los demás, sino que habían encontrado un tesoro por el cual valía la pena dejar de lado todo lo demás, por el cual valía la pena arriesgar la propia vida y las oportunidades ‒inclusive las legítimas oportunidades‒ que ofrecía el mundo. Era posible vivir una maravillosa aventura, muchas veces una dolorosa aventura. Y para serte franco, sigo creyendo tercamente en esa aventura. En el camino he experimentado tantas caídas pero también me he encontrado con la misericordia de Dios de manera intensa frente a mi propia indignidad. También encontré un espacio de formación cristiana, de profunda amistad y de apostolado que han sido invalorables y me han ayudado a encontrar el llamado que Dios me hace.

Ahora bien, por la gracia de Dios el SCV ha crecido en vocaciones y obras. Pero corremos el riesgo de “institucionalizarnos”, de convertirnos en ghettos, de perder la rebeldía inicial, de creer que somos una casta superior con derecho a mirar de reojo a los que son “del mundo”. Sin embargo, también con el tiempo y la apertura a las críticas se han depurado muchos de los errores iniciales, muchas veces fruto de la vehemencia juvenil, de la cual no se vieron exentos Luis Fernando y el grupo fundacional. Madurar es un proceso difícil. Por un lado se corrigen vicios antiguos, por otro lado hay que enfrentar nuevos problemas. Ahora que nos hemos “institucionalizado”, corremos el riesgo de caer en lo que tú llamas el “mongolismo puritano” que, con paradigmas estrechos, pretende reducir la realidad y el Evangelio a un esquema. Pero por otro lado, existe también el riesgo de diluirnos con el mundo, de no descubrir lo valioso de nuestro llamado y olvidar el ardor inicial, que busca incendiar con el amor de Dios todas las realidades a las que nos aproximamos.

Madurando como personas y como institución, nos damos cuenta de que ni nosotros ni el Sodalitium somos utopías: somos realidades concretas, que existen y que nunca serán perfectas. Y es a nosotros, hombres y mujeres imperfectos, a quienes se nos ha encomendado predicar la verdad de Dios; a nosotros, en medio de nuestras incoherencias y torpezas, en medio de nuestras caídas, pecados y errores. Y no porque seamos mejores, sino porque simplemente se nos ha encomendado esa misión, como a muchas personas e instituciones en la Iglesia. Y estoy convencido que el SCV no es una obra humana, sino de Dios. No podemos esperar ser perfectos para empezar a amar, para empezar a entregarnos al Evangelio. Pero, para poder crecer en los caminos del Señor, considero indispensable la humildad, la apertura a la corrección fraterna y la solidez espiritual.

Otro riesgo es que gente como tú y como yo que nos hemos embarcado en la vida intelectual nos creamos superiores a los demás. No sé si será tu caso, pero mi impresión es que muchos de nosotros criticamos a los “cuadriculados” con un cierto tufillo pedante que nos hace creer que tenemos el monopolio de las experiencias “profundas”, menospreciando a gente que teniendo una fe sencilla, muchas veces guiada por criterios simples ‒o “clichés”‒ viven su fe, tal vez con esquemas que son útiles, tal vez sin grandes elucubraciones, pero tratando de ser fieles en su vida cotidiana. La verdad es que yo considero que no tengo ninguna autoridad para juzgarlos. Muy probablemente, a pesar de la estrechez de muchos, ellos son más agradables a los ojos de Dios que tú o que yo. Con esto no quiero decir que no es legítimo corregir una serie de actitudes que consideramos necesario cambiar. La corrección fraterna es parte de nuestro deber como cristianos. Pero creo que debe ser una corrección acompañada por la profunda conciencia de nuestra fragilidad. Es difícil encontrar un equilibrio para madurar.

Con respecto a lo que dices de Luis Fernando, estoy de acuerdo contigo. No es parte del espíritu del SCV tomarlo como una suerte de John Smith y no cuestionar absolutamente nada. Si han habido santos y fundadores de órdenes que se han equivocado, esta realidad tampoco es ajena a Luis Fernando, quien, dicho sea de paso, también ha ido cambiado aspectos de su pensamiento y de su persona con el tiempo. Es necesario y legítimo tener una sana crítica. Pero tampoco es bueno caer en un extremo que no ve la riqueza de nuestra espiritualidad y no afianzar nuestra identidad. En mi caso, yo tengo un gran cariño, respeto y agradecimiento a Luis Fernando, pero no considero que todo lo que escribe sea algo incuestionable ni que todas sus actitudes sean correctas. Pero lo veo como un hombre de Dios, que, con sus errores y pecados, se entregó apasionadamente a predicar la palabra del Señor y, siguiendo su llamado, ha formado una familia espiritual muy valiosa para la Iglesia y el mundo.

Con lo que sí discrepo contigo es en el tema de Gutiérrez. Creo que tú sabes que siempre he sido un anti-marxista. Mi estadía en [el extranjero] y algunos libros que he leído han reforzado esta posición mía. Una cosa es tener la actitud de escuchar al otro, de entender qué es lo que se está planteando y buscar lo valioso que puede existir, inclusive en un pensamiento errado. Sin embargo, otra muy distinta es ser ingenuo frente a los lobos disfrazados de ovejas que buscan devorar al rebaño. Tengo familiares ‒no vinculados al SCV‒ que han trabajado en la Iglesia y que han conocido de cerca a Gutiérrez y saben bien de sus tretas, de su maquiavelismo y su doble lenguaje. No hay que consentir a los falsos profetas. Los Evangelios, los escritos de San Pablo y las cartas apostólicas nos previenen de este peligro, y hay numerosos ejemplos en la historia de la Iglesia de hombres de fe que han luchado arduamente contra los errores de su tiempo. San Atanasio combatió ferozmente a los arrianos, herejía peligrosa, los dominicos a los albigenses, el beato Pío IX condenó los errores de su época, San Pío X condenó el modernismo. ¿Crees que San Atanasio buscó ver qué de bueno había con los arrianos? No, Martin, las herejías deben ser combatidas, y en muchos casos con gran vehemencia, con una santa vehemencia. La comprensión del otro es indispensable, pero no podemos consentir la ingenuidad, sobre todo cuando puede poner en peligro a tantas personas dentro y fuera de la Iglesia. Tal vez me consideres un fanático anticomunista por esto que te digo, o un recalcitrante. Y tal vez tengas razón. Pero yo no creo en esos falsos profetas del mundo actual. Si en el mundo me llaman recalcitrante por no alabar a quien condecoran universidades y a quien agrada a los gustos del establishment, prefiero seguir siendo recalcitrante, con tal de no confundir a hermanos en la fe. No me voy a callar con respecto a todo el daño que esa ponzoñosa ideología ha hecho al mundo y que ha corrompido a sectores de la Iglesia, cuando se ha introducido en ella. No creo en esos ideales “buenos” del marxismo, ni me como sus mentiras e infamias. No creo en la social democracia europea, ni en los marxistas moderados de hoy que proclaman una bastarda tolerancia burguesa. No creo en el pacifismo secular, ni en los “animal rights”, ni en la demagogia ideológica que nos invade el día de hoy ‒y que ahora defiende la teología de la liberación reciclada‒. No creo en lo políticamente correcto y en que no se puedan llamar las cosas por su nombre. Si eso es ser reaccionario, soy un reaccionario. Estoy en contra de los nuevos “justos” del mundo, que se rasgan las vestiduras cuando alguien osa cuestionarlos. No se puede ser verdaderamente cristiano y buscar agradar los oídos del mundo. Prefiero seguir a Jesucristo.

Cambiando de tema, quiero decirte que, si bien no estoy de acuerdo con algunas de tus reflexiones y actitudes, tengo muchas cosas que agradecerte. Por un lado, porque considero saludable que de vez en cuando aparezca alguien que nos rompa nuestros esquemas y nos haga recordar nuestra contingencia, que sólo en el Señor está nuestra salvación y que remueva esa pedante sensación de creernos “buenos”. Por otro lado, por tus polémicas “Crónicas desde Wuppertal”, que han sido una amable compañía en momentos de soledad ‒que últimamente han sido muchos‒. Quiero agradecerte por tu amistad. Y algo que quería decirte hace mucho tiempo, también quiero agradecerte por tus canciones, algunas de las cuales me han ayudado mucho en momentos difíciles.

Un fuerte abrazo,

Adherente Seis

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RESPUESTA DE MARTIN SCHEUCH

Querido Adherente Seis:

Me adhiero a varios de los contenidos de tu hermosa carta.

No pretendo que se posea la perfección para lanzarse a la tarea de evangelizar. La única perfección que Jesús nos ha pedido es la de amar, y la humildad de reconocer que siempre seremos humanos. Por eso me irritan aquellos que pretenden ser de los buenos, o que exigen que los otros lo sean, según parámetros del todo subjetivos. No negarás que esa concepción se esconde en algunos de nuestros grupos cuando a alguien se le hace la pregunta: “¿estás bien o estás mal?” ¿Cómo puedo responder yo si estoy bien o mal, cuando la misma Iglesia nos dice que nadie puede tener la certeza de estar en estado de gracia, a no ser por revelación divina? Sin embargo, no pocas veces he escuchado una respuesta afirmativa por parte de algunos, enumerando a continuación las obras o actitudes que los hacen acreedores a la justificación propia.

No estoy en contra de una vivencia sencilla de la fe. Trato de acercarme a eso lo más posible. Y me siento a gusto con personas sencillas y piadosas. He de contarte que el último grupo de Familia de Nazareth que [mi mujer] y yo dirigimos en Lima estaba formado por gente así, más sencilla incluso que el promedio de sencillez que suele encontrarse entre las filas del MVC.

Sin embargo, hay que considerar que algunos “clichés” también son peligrosos, como aquel que dice “nadie da lo que no tiene”. ¿Cómo entonces decimos en una canción “cuando el pobre nada tiene y aun reparte”? Muchas veces ese cliché impulsa a alguna gente a meterse en una carrera de adquisición de virtudes, que luego buscarán generosamente repartir entre “objetivos apostólicos”. Se distorsiona de esa manera una actitud esencial que uno debe tener ante toda persona, no importa quién sea: la de aprender del otro, la de escucharlo atentamente.

Igualmente, al considerar a los demás como “apostolados”, algunos se olvidan de considerarlos como amigos o como seres con una vocación personal, que no necesariamente es la del MVC. Yo no podría hacer esto, pues me parece una manera de metamorfosear a la otra persona en una especie de trofeo de caza, para gloria de mi propio safari apostólico.

Sigo creyendo que el Sodalitium ha sido elegido por el Espíritu para una misión particular, y que el MVC participa de esa misión. Lo que viven nuestros grupos en Lima es lo que en esencia requiere la Iglesia en estas tierras europeas para renovarse. Sigo siendo tercamente fiel al camino en el cual descubrí mi pertenencia a la Iglesia y a Dios. Pero también he sufrido bastante por esta fidelidad, pues mi promesa de fidelidad al Sodalitium ha sido no pocas veces correspondida con una ingratitud inexplicable: promesas incumplidas, marginación de actividades, rumores infundados sobre mí; incluso el peor trato laboral que he tenido en mi vida ha sido en un instituto vinculado al Sodalitium [el Instituto Superior Pedagógico “Nuestra Señora de la Reconciliación”]. Si mi fidelidad ha sobrevivido a esa falta de correspondencia, ¿qué más se podría esperar, sino que siga fiel toda mi vida? De todos modos, he aprendido que mi fidelidad al Sodalitium debe estar siempre subordinada a mi fidelidad a la Iglesia, a la cual me debo más que a una institución que, como sabemos y muchas veces nos han dicho, tarde o temprano decaerá y terminará por morir, como toda institución religiosa de la historia.

Entiendo tu actitud recalcitrante contra Gutiérrez. Aun así, no la comparto. Si Jesús nunca se negó a conversar con nadie, menos tenemos nosotros el derecho de hacerlo. Y si Gutiérrez es como dices, aún así la preocupación por la salvación de cualquier alma está por encima de toda ley. A fin de cuentas, creo que la cuestión doctrinal siempre es secundaria respecto a la realidad del misterio, manifestado en cada hombre, así como el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son mucho más importantes que su expresión en la Profesión de Fe, que es el Credo. En lo que he dicho no cuenta para nada el Premio Príncipe de Asturias que recibiera Gutiérrez. [...]

Las luchas en la Iglesia no se pueden centrar en la salvaguardia de las doctrinas. El combate de las herejías siempre tuvo como preocupación principal a las personas. Cuando este combate se salió de este marco, se identificó a la herejía con las personas mismas y se cometieron los peores atropellos, muchas veces al compás de la ira, que siempre es una mala consejera.

Un buen consejo, que repetía un profesor de ESAN [Escuela de Administración de Negocios para graduados]: “el que se pica, pierde”, o dicho de otro modo, “el que se molesta, pierde”. Por eso prefiero cubrir las cosas con cierta ironía, pues la risa sigue siendo un remedio infalible.

De todos modos, gracias por tu sincera respuesta.

Un abrazo,

Martin

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RESPUESTA DE ADHERENTE SEIS

Querido Martin:

En primer lugar, quiero decirte que nunca he cuestionado tu fidelidad. Más bien estoy seguro de que tu sinceridad y tus críticas son una clara expresión de ella y que parten del deseo de que volvamos a las fuentes. Si me has entendido mal, te pido perdón.

Respecto a lo que me dices sobre los maltratos que has recibido, quiero decirte que me apena mucho y me solidarizo contigo. Y me apena más, porque no eres la primera persona que me ha comentado que se ha sentido maltratada. Creo que ése es un aspecto que debe cambiar.

Concuerdo con muchas de tus críticas, aunque creo que deben tener en cuenta algunos matices. Creo que efectivamente hay muchas actitudes y criterios que cambiar. Aunque muchas de las cosas que dices las he visto sobre todo en personas jóvenes y más bien me parecen fruto de la inmadurez.

Por otro lado, si bien es cierto que tenemos que depurar los clichés y algunas visiones soberbias, creo que también sería grave caer en el otro extremo: el de cuestionar todos los términos o la jerga que utilizamos, cayendo en un esquema similar a lo “políticamente correcto”, que a veces llega al absurdo.

Estoy de acuerdo contigo en lo que dices con respecto a la distorsión que muchas veces se da con respecto al apostolado y a la “carrera por la adquisición de virtudes”. Nuestro llamado no es a imitar el proselitismo político, sino a servir de instrumentos para que la persona se encuentre con Dios y consigo misma. El ardor apostólico no debe convertirse en una carrera que busca tener “trofeos”, y muchas veces se da este vicio. Es algo que tiene que depurarse, pero sin detener la marcha apostólica, pues, a pesar de esas taras, mucha gente se ha podido encontrar con Dios.

Creo que no debemos escandalizarnos con el pecado en el que caemos y caen hermanos nuestros en medio de la labor apostólica. La Iglesia no se escandaliza con el pecado. La Iglesia asume el pecado. Lo que sí sería un escándalo es que, por miedo o escrúpulos de no estar haciendo las cosas “bien”, dejemos de lado nuestra misión. Eso sí sería un verdadero escándalo. Como te dije en mi e-mail anterior, ni el SCV ni nosotros somos personas perfectas e inmaculadas, y en medio de todos estos pecados y torpezas es que asumimos esa misión. Por supuesto que hay que asumir el pecado, hay que depurarlo en medio de nuestra misión, pero eso no debe ser excusa para dejar la lucha. Creo que una tentación muy grande puede ser el perfeccionismo de querer que todo sea inmaculado o que todos nuestros términos sean correctos. Eso lleva a la inacción. Creo más bien que en medio de nuestra contingencia, pecados, torpezas y debilidades debemos luchar y purificarnos en el amor. Y por supuesto es absolutamente necesaria la humildad, la vida espiritual y la confianza en Dios, quien a pesar de nuestra impurezas y de nuestras faltas de recta intención es capaz de obrar el bien en nosotros.

Esto no quiere decir que debamos callar nuestra críticas. Todo lo contrario: es absolutamente necesario hacerlas, pero sin caer en el perfeccionismo y sin ponernos como jueces. Y por otro lado, en este caso, tienen que estar dirigidas a personas maduras que sepan asumirlas sin escandalizarse.

Yo pienso que hay muchas cosas que deben cambiarse. Creo que tiene que haber una visión más profunda de la misión del laico, que los programas de formación son obsoletos, que tenemos que estar más en contacto con la realidad, que muchas veces se forman ghettos, que el acento intelectual aún es flojo, que hay muchísimos problemas en las instituciones educativas dirigidas por el SCV, que se necesita una mucho mayor apertura a la crítica, que en muchos casos hay una pésima dirección de nuestras instituciones, que hay faltas de criterio que a veces ocasionan que haya aproximaciones sumamente rígidas y marcianas, y muchas otras cosas más que creo que es necesario profundizar. Pero creo que lo más saludable es que todas estas críticas deben estar enmarcadas en un espíritu de caridad y, sobre todo, deben ser realistas. Muchas veces nosotros no tenemos los recursos, no es fácil cambiar todo de la noche a la mañana, y a veces las manos y las capacidades no alcanzan para abarcar todo. Todos esos problemas no nos pueden paralizar. El llamado de Dios es mucho más grande. Es necesario tener un espíritu de realismo, lo cual implica tener la conciencia que Dios es nuestro apoyo. Yo creo que cuando Luis Fernando habla del “mínimo Sodalitium”, no lo hace de manera retórica, sino que realmente habla de una institución imperfecta, pero cuya imperfección no es obstáculo para ponerse en las manos de Dios y para que Él en su infinita misericordia haga brotar frutos para la vida eterna.

Yo a veces veo al Sodalitum como si fuera un papá. Cuando uno es pequeño, lo idealiza; cuando llega a la adolescencia empieza a verle los defectos y lo critica. Cuando uno llega a la madurez y es consciente de sus propios problemas, uno aprende a amarlo con un sentido mucho más realista. Como te dije en el e-mail anterior, el SCV es una realidad concreta y, gracias a Dios, no es una utopía. Una realidad imperfecta dentro de la Iglesia, convocada por Dios para predicar el Evangelio y ensayar una manera de vivir el cristianismo.

Sobre mi crítica a Gutiérrez, considero totalmente cierto lo que afirmas con respecto a que nuestra preocupación central debe estar en la persona. Nuestro Señor nos dijo que debemos rezar inclusive por nuestros enemigos. También reconozco que, como bien dices, cuando la crítica está guiada por la ira, siempre da malos frutos. Ni la ira ni el odio son nunca buenos consejeros.

Sin embargo, mi vehemencia por el tema no se debe a que yo crea que estoy defendiendo un postulado ideológico, sino porque creo que tiene que ver con la verdad de la fe, la cual afecta de manera concreta a personas y a la sociedad. Hay un texto de Hilaire Belloc que expresa muy bien este fenómeno:

«Lo que nos preocupa de verdad es que la herejía origina una nueva vida propia y afecta vitalmente a la sociedad que ataca. El motivo por el cual los hombres atacan a la herejía no es unicamente el conservadurismo ‒una devoción por la rutina, un desagrado por la perturbación de los hábitos de pensar‒ mucho más que la percepción de que la herejía, en cuanto gana terreno, originará una forma de vida y un carácter social contrarios y lesivos a la forma de vida y el carácter social originados por el viejo sistema ortodoxo, y tal vez mortal para ellos. Los eclesiásticos que tan ardientemente lucharon por los detalles de la definición de los concilios orientales, tenían mucho mayor sentido histórico, y estaban mucho más en contacto con la realidad que los escépticos franceses. El hecho es que la doctrina (y su negación) formó la naturaleza de los hombres, y que las naturalezas así formadas determinaron el futuro de la sociedad constituida por esos hombres.» (Hilaire Belloc: Las grandes herejías).

En el caso del marxismo ‒el cual tuvo una clara influencia en la teología de la liberación‒, éste ha tenido consecuencias que han afectado la vida de millones de personas y sociedades enteras: 20 millones de muertos en Rusia, 40 millones en China, un cuarto de la población de Camboya, sin contar con las atrocidades de Sendero Luminoso en nuestro dolido Perú; persecuciones crueles contra la Iglesia, la restricción de libertades básicas y toda clase de abusos contra la dignidad de la persona. Y todo esto surge de una ideología materialista y atea que tiene como fundamento el odio como instrumento para buscar desde una escatología secular una sociedad “justa”, sin oprimidos ni opresores. Una utopía que, cuando se ha hecho realidad, se convirtió en uno de los infiernos más crueles y genocidas de la historia.

Claro, me podrían decir que Gutiérrez no es responsable de esto, pero que yo sepa no ha condenado explícitamente esta nauseabunda ideología y, más bien, la trató de hacer compatible con el cristianismo. Una persona cercana me mostró sus sílabos de los ’70, cuando enseñaba en la [Pontificia Universidad] Católica [del Perú], y eso me quedó muy claro. He leído cómics difundidos en pueblos jóvenes por parte de grupos de teología de la liberación, que mostraban la Biblia desde una perspectiva netamente marxista, incentivando la lucha de clases. He sabido de personas y religiosos que inicialmente tenían una fe sincera, aunque poco formada, que se acercaron a este movimiento y que luego cayeron en un activismo social y acabaron dejando la fe.

Pienso que hoy en día la teología de la liberación ha cambiado. Y es porque en esencia creo que este movimiento busca estar acorde con las ideologías de moda. Yo pienso que la lucha no debe dejarse de lado. Francamente, pienso que no podemos ser condescendientes. ¿Sabes a donde nos lleva la ingenuidad? Nos lleva a escuchar más las voces del mundo que las enseñanzas de Dios. Esto es una realidad palpable cuando vemos que en la Iglesia Episcopaliana en Estados Unidos se han aprobado las ordenaciones episcopales de homosexuales o cuando en las Iglesias Anglicanas se plantea sacar de los templos las cruces para atraer a más personas.

Mi vehemencia se debe entonces a una preocupación muy concreta por personas. Ahora, esto no quiere decir que no entienda muy bien tu punto. Sé que en aras de combatir la herejía se ha cometido atrocidades e injusticias. Por ejemplo, mucha gente fue condenada a muerte en la Edad Media, y en la época de San Pío X se condenaron falsamente como “modernistas” a personas que, dentro de la ortodoxia de la fe, tenían desarrollos intelectuales renovadores. Es cierto. Y reconozco ‒en especial en personas apasionadas como yo‒ que debemos hacer un continuo examen de intenciones y purificar este celo. Es necesario amar a los enemigos y no podemos combatirlos con sus mismas armas. También es necesario tener un criterio amplio para descubrir los elementos de verdad en sus posiciones. Y sobre todo buscar su salvación ‒y la nuestra‒ y también cuestionarnos acerca de nuestras propias seguridades. Pero no dejar de combatir cuando veamos que la Iglesia está en peligro.

Termino esta reflexión con un fragmento de una charla que dio un jesuita, el Padre Luis Bermejo, al Círculo de Obreros Católicos de Arequipa el 31 de mayo de 1914:

Buscando la paz:

El autor ataca la “vil neutralidad”. Los católicos “prudentes” “ la paz y es por eso que se abstienen de trabajar, pero la paz huye de ellos. Pero por la abstención vamos a la guerra:

«El enemigo no desiste de su empeño, no arroja las armas, no apaga los fuegos de su batería, porque tú, católico neutral y tímido y amigo de componendas, dejes las armas, abandones el campo de lucha y te metas en casa para cuidar sólo de tus negocios particulares. Sucede todo lo contrario: los buenos mezclados con los malos se hacen malos, los malos crecen en número y valor, las victorias parciales ganadas a merced de nuestra apatía les infunden nuevos alientos, se apoderan lentamente y paso a paso de la prensa, del municipio, de las cátedras, de todas las trincheras sociales, y, parapetados en ellas, nos acribillan a balazos. Señores, si permanecemos con los brazos cruzados, llegará un día en que serán abatidos los muros del santuario, las fábricas de los ricos y el hogar del pobre, porque los tiros contra los intereses de Dios hieren de muerte los intereses de los hombres. No os forjéis vanas ilusiones, escarmentad en cabeza ajena y a la luz del incendio siniestro que en España, Portugal y Francia destruyó la casa de Dios y de sus siervos los religiosos, las bibliotecas de los sabios y las fábricas de los patrones, leed esta enseñanza: Son muy amargos los frutos de la apatía… Si con la mirada puesta en el cielo, que es nuestra fortaleza, trabajamos como leales y como buenos, mereceremos bien de Dios y de la patria; mas si permanecemos encerrados en nuestra concha, entonces el día llegará indefectiblemente, en que lloraremos como mujeres lo que no hemos sabido defender como hombres.»

Un fuerte abrazo,

Adherente Seis

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RESPUESTA DE MARTIN SCHEUCH

Querido Adherente Seis:

En verdad, no necesitas escribir tanto sobre cosas en las que ambos estamos de acuerdo. Compruebo que has alcanzado un buen nivel de madurez.

Concuerdo contigo en lo que dices sobre la teología de la liberación, sin que por ello quiera hacerlo extensivo a las personas hasta tener la certeza de cuáles sean sus intenciones. La experiencia me ha enseñado a actuar así. Como anécdota, te cuento que cuando tuvimos que hacer entrevistas para la elaboración de la tesis de grado en ESAN, una de las personas más interesantes a la que entrevistamos fue un antiguo marxista radical, Ricardo Letts. Mientras que muchos de los personajes entrevistados dentro del mundo empresarial me causaron rechazo interior por su absoluta falta de conciencia social, Letts me pareció interesante por la historia que se escondía detrás de sus avatares políticos. Ciertamente sus ideas se habían moderado, y había hecho una autocrítica de su radicalismo pasado. Lo interesante era el hombre, sus interrogantes, su búsqueda, sus sufrimientos, que habían desembocado en una opción por una ideología errada. Aún así, sus planteamientos fueron lo más cercano que encontré a la enseñanza social de la Iglesia entre todos los entrevistados.

Por otra parte, no creo que el marxismo ni la teología de la liberación sean ahora los peores enemigos. El neoliberalismo es mucho más peligroso, y ocasiona la muerte lenta ‒y a veces rápida‒ de muchas más personas que el marxismo. Se trata de un materialismo más solapado, impregnado en las estructuras sociales, montado sobre la filosofía del éxito ‒para unos cuantos‒ mostrando la máscara benevolente de las mejores intenciones. ¿No has oído hablar de los “criminales corporativos”, gerentes, ejecutivos y empresarios amparados por las leyes, que son capaces de sacrificar la vida ‒o calidad de vida‒ de tantos en aras de las mayores ganancias? Éste es un tema sobre el cual hay todavía mucho que reflexionar.

Sólo quiero decirte cuáles son las películas que considero como las mejores, inolvidables por su impacto intelectual y emocional:

1° La naranja mecánica (Stanley Kubrick, 1971)

2° Terciopelo azul (David Lynch, 1986)

3° El último tango en París (Bernardo Bertolucci, 1972)

4° Érase una vez en América (Sergio Leone, 1984)

Se trata ciertamente de una selección subjetiva. Sin embargo, te lo pongo a modo de ejemplo. ¿Cuántos no pensarán que bordeo la herejía o que cabalgo sobre la perversión por tener estos gustos?

Un fuerte abrazo,

Martin Scheuch

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RESPUESTA DE ADHERENTE SEIS

Querido Martin:

Disculpa por lo largo de mi carta. Algunos amigos me han dicho que soy un loco obseso ‒en buena medida no les falta razón‒ y supongo que a veces aburro con mis fijaciones.

Estoy de acuerdo contigo. A pesar de seguir ideas que considero erradas, conozco a “rojos” con un sincero deseo de justicia y que buscan una sociedad mejor. En muchos de ellos he encontrado un anhelo solidario y un verdadero compromiso con una causa y con los más pobres. Es muy importante que hayas resaltado la necesidad de amar a la persona, más allá de su ideología o de sus opciones de vida.

También creo como tú que el neoliberalismo y otras tendencias ‒como son la socialdemocracia, los nacionalismos radicales, el fundamentalismo islámico y la nueva izquierda‒ son peligros mucho más actuales contra la dignidad humana.

No me parece herejía que te gusten esas películas, las cuáles son bastante fuertes en contenidos, pero también tienen mucha profundidad ‒no he visto El último tango en París, pero tú me comentaste su argumento‒. Es un gran don tener la capacidad de rescatar y apreciar lo bueno y lo profundo en las personas y en la cultura, inclusive ‒o tal vez de manera privilegiada‒ en medio de la miseria. Creo que tú tienes ese don bien desarrollado y siempre lo he admirado en ti.

Gracias por este diálogo, que me ha servido para aclarar muchas cosas.

Un fuerte abrazo,

Adherente Seis


Escrito por

Pedro Salinas

Escribe habitualmente los domingos en La República. En Twitter se hace llamar @chapatucombi. Y no le gustan los chanchos que vuelan.


Publicado en

La voz a ti debida

Un blog de Pedro Salinas.