Superman
Hay gente que le tiene poco respeto a los cómics. O ninguno. Porque les parece algo barato, nimio, infantil, o sabe dios. El caso es que yo les debo mucho. Pues gracias a ellos me convertí en un lector. Y gracias a ellos pude saltar luego a Verne, Salgari, Twain. Porque así fue en mi caso, les cuento.
Y de aquellos cómics, o ‘chistes’, como decían los quiosqueros de mi niñez, al que más recuerdo es a Superman, quien es, por cierto, el abuelo de todos los demás justicieros con poderes prodigiosos. Como dice Stan Lee: “Superman estableció la idea de alguien que parece ser una persona ordinaria y humilde, y es en realidad un superhéroe. Se trata de una fórmula reivindicada por todos los superhéroes, hasta el día de hoy”.
De hecho, nadie lo comenta pero intuyo que la ‘supermanía’ de los años treintas y cuarentas fue superior al fenómeno de la ‘beatlemanía’. Bueno. Es mi impresión. Y es que, desde su debut, en el primer número de Action Comics (1938), en el que toma por asalto la portada, luciendo sus legendarias mallas azules, la capa roja y su insignia característica en el pecho, levantando un automóvil como si fuese de hule, este campeón alienígena ya se nos revela como un Prometeo moderno que espanta a los rufianes y arrasa todo a su paso.
Ahora, no es menos cierto que el Hombre de Acero ha sobrevivido y prosperado durante décadas de reinvención y reinterpretación. Con no pocos altibajos, qué quieren que les diga. Porque el último hijo de Krypton ha padecido de todo. Buenos y malos guionistas. Buenas y malas películas (y algunas hasta pésimas y mamarrachentas). Buenos y malos intérpretes. Series grises y otras muy creativas y vanguardistas, como Smallville. Y en ese plan.
Así las cosas, hay que reconocer que Superman ha resistido a su propia historia, la cual ha sufrido innumerables cambios radicales, por cierto. Porque si leen la colección de los primeros cuatro años, constatarán que el impecable código ético que hoy le distingue, simplemente no existió ni de asomo en su génesis. Superman disfrutaba torturando a los malhechores, abusando de sus facultades asombrosas; y a no pocos granujas los dejaba morir. Tampoco volaba, déjenmeañadir, sino que brincaba como una pulga. Ni trabajaba en el Daily Planet, sino en el Daily Star. Su archienemigo original no era Lex Luthor, sino un científico loco llamado Ultra, quien es liquidado por el propio kryptoniano. Y Luthor no era calvo, sino pelirrojo. Más todavía. Clark Kent no vivía en Metrópolis, sino en Cleveland, Ohio, de donde eran oriundos Jerry Siegel (1914-1996) y Joe Shuster (1914-1992), sus creadores.
Perry White y Jimmy Olsen no fueron obra de Siegel y Shuster, sino de la Mutual Broadcasting System, o MBS, que fue la radioemisora que alojó las aventuras de Superman durante varios años. Fue ahí donde se escuchó por vez primera aquello de “¡Es un pájaro! ¡Es un avión!”. Y es en la radio donde el personaje rojiazul descubre que es vulnerable a la kriptonita y que le gustan los cereales Kellogg’s (principal auspiciador de la serie radial); donde une sus fuerzas con Batman; y donde por fin vuela y deja de saltar como una langosta.
Recién hacia finales de los ochentas, los editores de DC Comics le encargan a John Byrne que narre la historia de nuevo, desde su punto de arranque, en una miniserie titulada Superman: the Man of Steele. Más tarde, en 1992, Superman sería aniquilado por Doomsday, pero claro, ya adivinarán, el extraterrestre del calzoncillo rojo se las ingeniaría para volver del más allá. Y el mito prometeico sería revisado nuevamente en el 2003 (Superman: Birthright), y retocado una vez más en el 2009 (Superman: Secret Origin).
Sobre el terreno, si me preguntan, les confieso que actualmente le he perdido el rastro a Kal-El. Ignoro en qué anda, no les voy a engañar. Pero resumiendo. Lo cierto es que todas las personas requieren un ideal al cual admirar y aspirar. Y Superman ofrece algo de eso, digo. La capacidad de triunfar sobre la adversidad. La aptitud de combatir sin descanso por la verdad. Y de buscar hacer lo correcto. Por eso a algunos nos gustan los cómics. Porque nos regalan héroes inspiradores. Pues eso.
Tomado de La República. Columna El ojo de Mordor