El medioevo como aspiración
Mar Marcos es doctora en Historia y profesora titular de Historia Antigua en la Universidad de Cantabria. Ha publicado numerosos artículos sobre la historia del cristianismo antiguo y la intolerancia religiosa.
Ella sostiene, por ejemplo, que, “la importancia de la herejía en el cristianismo, a diferencia de otras religiones, como el judaísmo o el islam, se debe en gran medida a la idea de comunidad”. Y es que, el cristiano tiene una particular conciencia de pertenencia a una colectividad a la que corresponde una única fe y un sistema de creencias que no puede ser alterado. Porque cuando el cristiano adquiere y hace suyo ese conjunto de verdades inmutables, renuncia a su espíritu crítico, y de alguna manera abdica de su individualidad para formar parte de un pensamiento único e indivisible, donde la disensión es imposible.
Así las cosas, el cristiano radical se siente como una suerte de custodio de la Verdad. Y todos aquellos que pregonen algo distinto a esa Verdad y amenacen la unidad y dicho pensamiento único, son susceptibles de ser atacados, discriminados, tildados de herejes y pervertidos. O de “aberrantes”, que también. Basta revisar las últimas declaraciones disparatadas de algunos congresistas que representan este tipo de cristianismo talibán e intransigente. “En última instancia, el matrimonio garantiza la supervivencia de la raza humana”, dijo Humberto Lay, impregnando su frase de un dramatismo denso y pavoroso. “Para nada interviene el elemento afectivo. Solo sirve para proveer el relevo generacional”, añadió. El matrimonio solo sirve para procrear, o sea. Y dijo más, claro. Como aquella otra desafortunada frase: “La Unión Civil afecta a los niños y confunde sus mentes”.
Martha Chávez, en la misma línea que el anterior y dándole un sesgo más “ecológico” a su argumentación, preguntó en voz alta: “¿Vamos a conservar el agua, la tierra, el aire, y no las instituciones naturales como el matrimonio, la familia?”. Y a esta, por cierto, le siguió el legislador Julio Rosas: “La familia es una institución natural establecida por el Creador”. El mismo Rosas luego deslizó que “no se puede pedir derechos especiales”. Y bueno. Ya saben. La cereza sobre el pastel homofóbico la puso Martín Rivas, quien no podía concebir que dos personas del mismo sexo se amasen y encima tuviesen relaciones, porque eso, desde su estrecha óptica, era una “aberración”.
En fin. Lo que queda claro es que, desde las curules congresales se nos quiere imponer al resto de peruanos una manera de pensar y de vivir que tiene que ver con idiosincrasias atávicas y religiosas, y no con principios democráticos o la laicidad del Estado. Nos quieren inculcar a machamartillo –y como sea– sus códigos confesionales e intemperantes, que, como en este caso, excluyen a un grupo de peruanos que no tienen los mismos derechos que los demás.
Y si estos personajillos de nuestra fauna política no son capaces de darse cuenta de que, todos los ciudadanos debemos tener los mismos derechos, porque su fanatismo les impide ver lo obvio, entonces que se atengan a las consecuencias. Pues un poder que se manifieste a través de la prohibición, del recorte de derechos fundamentales, de la exclusión y de la humillación pública, es y será siempre despreciable e indigno de acatarse.
Quienes aspiramos a vivir en un Estado aconfesional, laico, donde no existan peruanos de segunda o tercera categoría, tenemos en este tópico un combate que librar. En el Perú no puede haber minorías estigmatizadas y discriminadas. En consecuencia, se debe buscar la manera de superar este tipo de injusticias y desigualdades, promoviendo marcos jurídicos que reviertan esta situación en la que las parejas heterosexuales tienen determinados derechos que las parejas homosexuales no tienen.
Eso de padecer eventualmente de interferencias entre lo político y lo religioso, es como volver al medioevo, donde todo aquello que no encajaba en la ortodoxia cristiana era recusado, vilipendiado, denigrado, y hasta incinerado en la hoguera. Y eso ya cansa, la verdad. Porque en este país, muchas veces nos queda la sensación que no existen ideas vanguardistas o atinadas, sino simplemente pareceres fundados en supersticiones, o en conjeturas tribales.
Suena terrible. Pero es lo que constatamos cada vez que los Lay, Chávez, Rosas y Rivas abren la boca para regurgitar sus dogmas enconados y su homofobia larvada.
Tomado de La República.- Columna El ojo de Mordor