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Antankallo

Publicado: 2014-07-30

No sé ustedes, pero cada vez que me encuentro con mis amigos del colegio, la paso increíble. El último encuentro, que se materializó la semana pasada, fue espectacular. Incluso memorable. Y es que a Christian MacLean, quien es un talentoso creativo y es casi como un hermano, o sin casi, se le ocurrió la estupenda iniciativa de persuadirme de pasar mi cumpleaños haciendo rapel en la cascada de Antankallo, en Matucana, en la provincia de Huarochirí, a tres horas de Lima.

El caso es que, MacLean ya venía de dos previas rapeleadas, o como se diga, y se ha vuelto adicto a la adrenalina de descolgarse por superficies verticales y altas. Exageradamente altas, créanme. Y en esta excursión aventurera, en la que también participaron Elke y Mia (la esposa de Christian y su hija), Irene, Martín y su crío Joaquín, Jimmy, Gonzalo, Otto y Tato, además de otros entrañables amigos que conocimos en el trayecto, habíamos varios neófitos que no teníamos una cabal idea de lo que íbamos a emprender ni éramos conscientes de la semejante cola que iba a traer en algunos músculos que no sabíamos que existían.

No voy a negar que hubo momentos de pánico. O de terror atenazador e instintivo. Porque los hubo, y a pastos. Y es que eso de soltarse de espaldas hacia el vacío, hacia un vacío abismal y profundo, por más arneses que uno tenga alrededor, intimida, angustia, suscita aprensión. Pero claro. Tener pavor es lo normal, digo. El truco está en ganarle la partida al susto. En controlarlo. Porque el temor es así. Te asalta y te sorprende de súbito. Con la intención de paralizarte, de turbarte, de abatirte. Pero el miedo, como decía Amado Nervo en clave poética, “no es más que un deseo al revés”.

Aunque nadie sabe de verdad lo que es un rapel hasta que lo vive. Pues ahí recién se constata que la mieditis es uno de sus componentes, pero no es el principal, por suerte. Porque descender entre peñones y caídas de agua, rapeleando, hundiendo los pies en riachuelos helados, soportando vientos fríos y los casi tres mil metros de altitud, premunidos de mosquetones y cascos y guantes, y mochilas que estorban, es todo un desafío, sin duda. Un desafío físico y psicológico, si me apuran. Pero en ambos casos, se trata de un desafío fascinante. E inolvidable. Porque Antankallo también supone adentrarse en el corazón de la naturaleza, experimentar olores, colores, texturas que colman los sentidos, y deslizarse entre cascadas de todos los tamaños, hasta terminar en la esplendorosa y enorme catarata, que es donde remata el canyoning, que es otra manera de llamar a esta actividad que se practica en los cañones o barrancos de un río.

La jornada fue larga. Y terminamos extenuados, molidos, desmadejados. Y acalambrados y con hipotermia en los dedos de los pies, como fue en mi caso. Pero con la satisfacción de la misión cumplida y del reto alcanzado. Confieso que no fue una travesía sencilla y me asomé a ella con auténtica curiosidad sobre cómo iba a encarar mi acrofobia. Y lo cierto es que no me quejo de los resultados. Ahora, eso de estar rodeado de amigos en plan Band of brothers, confieso que ayudó mucho. También contribuyó que el jefe de la expedición haya sido Fredy Zea, un especialista en seguridad en deportes extremos, quien nos reveló que fuimos los primeros en abrir la trocha para esta nueva ruta que podrán disfrutar a partir de ahora otros grupos como el nuestro.

Como sea. Camino de regreso, tarde y bajo un cielo preñado de mil estrellas, nos detuvimos en Matucana para tomarnos un reconfortante caldo de gallina, o una patasca, para calentarnos. Recién ahí, conversando con los lugareños, me percaté de la cantidad de atractivos que ofrece este distrito: lagunas, cascadas, ruinas preincaicas, y así. Y es que, por alguna extraña razón, los limeños, ignorantes de lo que tenemos, hacemos poco turismo interno y desconocemos rutas de escape que nos ayuden a combatir el estrés o lo que Rafo León llama “la fatiga del vacío”.

Ya en el bus, descorchamos un pisco para cerrar la faena, porque, ya saben, la amistad también está hecha de ese tipo de cosas.


Tomado de La República. Columna El ojo de Mordor.


Escrito por

Pedro Salinas

Escribe habitualmente los domingos en La República. En Twitter se hace llamar @chapatucombi. Y no le gustan los chanchos que vuelan.


Publicado en

La voz a ti debida

Un blog de Pedro Salinas.