Pues sucede que aquello de las caricaturas políticas le puede parecer a algunos un oficio divertido y seguro, pero lo cierto es que divertido puede serlo, pero seguro, no tanto. Cuando estuvo por Lima el artista gráfico de Le Monde, Jean Plantureaux, quien firma como ‘Plantu’, le comentó a Pedro Escribano en estas mismas páginas que, “el dibujo de prensa es un buen instrumento para hacer el bien donde duele”. Y es que los dibujos políticos pueden ser artefactos machacantes o imágenes tan corrosivas como la baba de Alien. Pregúntenle, si no, a Rayma Suprani.

Rayma Suprani tiene cuarenta y cinco años, es artista plástica, y desde hace dos décadas venía pergeñando caricaturas políticas para el diario El Universal, de Venezuela, uno de los decanos de la prensa. Como sabrán algunos, este periódico era uno de los pocos medios independientes que sobrevivió al chavismo, hasta que, meses atrás, fue comprado por misteriosos inversionistas. La cara visible de esta casa editorial es Jesús Abreu, un ingeniero vinculado a la ‘boliburguesía’, que es como se le conoce a la clase empresarial que ha hecho mucha plata a través de negocios con el Estado chavista.

Antes de la venta de El Universal ocurrió algo similar con la Cadena Capriles, un grupo editorial que publicaba el popular tabloide Últimas Noticias; y lo mismo sucedió con Globovisión, el otrora canal noticioso que recibió no pocas embestidas por parte del régimen bolivariano.

Pero volviendo a Suprani. La semana pasada, Suprani dibujó un par de viñetas que aludían a la crisis sanitaria venezolana, jugando con la figura de un monitor de pulso cardíaco, en la que se sugería que el colapso de la salud se debía a la gestión del desaparecido Hugo Chávez. El boceto nunca vio la luz, por cierto. Fue censurado. Y Rayma, adivinarán, fue despedida. “La caricatura (política) es el termómetro de las libertades de un país”, comentó Suprani con elocuente sencillez luego de su cese.

Hace seis meses, en Ecuador, sucedió algo muy parecido con el humorista gráfico ecuatoriano Xavier Bonilla, mejor conocido como Bonil, quien derrocha talento en las páginas de opinión del diario El Universo, de Ecuador (se trata del mismo medio al que demandó Rafael Correa por cuarenta millones de dólares por haber recibido una crítica en una columna de opinión). ¿Qué sucedió con Bonil? Pues resulta que el ilustrador ecuatoriano había osado satirizar el asalto al domicilio de un miembro de la oposición, que fue perpetrado por policías y fiscales. Y el presidente Correa, quien es tan sensible como una gelatina, salió a la tele para vomitarle epítetos a Bonil. “Cobarde”. “Mentiroso”. “Odiador del gobierno”. “Sicario de tinta”. Y qué creen. Inmediatamente le cayó encima a Bonil la Superintendencia de Información y Comunicación, también llamada Supercom, creada para amedrentar al periodismo impertinente y faltoso.

Sin ir más lejos, durante el segundo gobierno de Alan García, al genial dibujante Piero Quijano, autor de la ilustración que acompaña esta columna, para más señas, le censuraron –¡en una exhibición de caricaturas políticas!- una viñeta que metaforizaba cómo las fuerzas del orden, durante la guerra interna, perpetraron violaciones a los derechos humanos. El dibujo de Quijano se había inspirado en la mítica fotografía de Joe Rosenthal, aquella que registra a un grupo de soldados levantando una bandera en la cima del monte Suribachi, al finalizar la batalla de Iwo Jima. Como sea. Dijo entonces un intemperante Alan García Pérez sobre la obra de Quijano: “No se puede permitir que, en un lugar público, se insulte a las fuerzas armadas del Perú”. Y zas, los orcos de la intransigencia aparecieron con credenciales del Instituto Nacional de Cultura y se llevaron de la muestra la estampa aludida; y, de paso, un par más.

Y es que es así. Ahí donde existen políticos dictatoriales y autocráticos, el humor crítico les enerva, les mortifica, les exaspera. Les jode, o sea. Porque, como dice Hermenegildo Sábat, de Clarín, “los dibujos son mucho más contundentes que un mar de palabras”. Y porque, además, el poderoso, acostumbrado a sojuzgar y a mandar, no admite el ridículo ni que lo desafíen. Y menos comprende la razón de ser de la caricatura política -que forma parte del periodismo de opinión-, y que, como anota Carlos Tovar, ‘Carlín’, consiste en “enfrentarse al poder”. O en burlarse de él; o en desnudarlo, que también. Porque el poder, como acaba de recordar Mario Vargas Llosa en una entrevista con Univisión, “es la fuente de todos los males”.


Publicado en La República. Columna El ojo de Mordor.