Nadie escoge nacer, pero todos deberíamos elegir cuándo morir. Como hizo Brittany Maynard, el pasado sábado 1º de noviembre, en paz, sin dolor, en su dormitorio, en compañía de su madre, su esposo y su mejor amiga.

“Adiós a todos mis amigos y familiares a los que quiero. Hoy es el día que he elegido para morir con dignidad, afrontando mi enfermedad terminal, este terrible cáncer en el cerebro que me ha quitado tanto… pero me habría quitado mucho más”, dice en su mensaje de despedida. Y añade: “El mundo es un lugar hermoso, viajar ha sido mi mejor maestro, mis amigos más cercanos y mi familia han sido muy generosos. Incluso tengo un círculo de apoyo alrededor de mi cama mientras escribo… Adiós mundo”.

La muerte fue anunciada primero en Facebook. Sean Crowley, portavoz de la organización Compassion&Choices, con la que Brittany inició una campaña a favor de la promoción de las leyes de muerte digna, confirmó el domingo el fallecimiento. Y en la web donde Maynard publicaba sus anuncios y entrevistas, de pronto apareció un obituario con esta frase: “Un día, tu vida pasará en un instante ante tus ojos. Asegúrate de que vale la pena verla”.

No sé si ustedes lo leyeron, pero la minuciosa descripción que hizo el doctor Elmer Huerta, el último lunes en las páginas de El Comercio, sobre el incurable cáncer del cerebro que padeció Brittany, fue impactante.

Brittany, de 29 años, empezó a tener dolores de cabeza, poco después de casarse, y luego de un viaje de Año Nuevo, el 1º de enero del 2013, fue diagnosticada de glioblastoma multiforme, un cáncer de cerebro sumamente agresivo. E inoperable. Porque el cáncer que padecía Maynard había crecido al punto que llegó a comprometer estructuras cerebrales profundas. Ergo, su extirpación era imposible, pues iba a dejarle gravísimas secuelas o poner su vida en peligro.

Pero lo que se le venía, era menos agradable. Su cerebro estaba condenado a hincharse tanto que iba a terminar tratando de salir por el agujero de la nuca, hasta producirle una hernia cerebral, que es la que finalmente ocasiona el deceso. Antes de llegar a esa etapa, advierte Huerta, “el paciente sufre durante semanas o meses intensos dolores de cabeza, severas y frecuentes convulsiones y pérdida de las funciones intelectuales superiores. Al final, el paciente fallece de un paro respiratorio producido por el compromiso del tronco cerebral, parte del encéfalo que controla la respiración”.

Brittany decidió sortear ese martirio cruel e inhumano, y optó por tener el control sobre su muerte. Como debe ser. Pues la decisión de poner fin a la vida de uno mismo es una cuestión personal, que debe respetarse como un derecho inherente al individuo.

Por eso, acá también debería existir una legislación a favor de la muerte digna, no contaminada por aquellas creencias religiosas que aceptan el tormento como parte de una antojadiza “teología del sufrimiento redentor”, que preconiza que “el dolor purifica”, y que se opone dogmáticamente a la posibilidad del suicidio asistido. Como en el caso de un adulto que padece una enfermedad dolorosa e irreversible. O como en el caso de un cuadripléjico lúcido, a quien ya no le importa vivir, y aspira más bien a que lo ayuden a morir, como ocurrió con el gallego Ramón Sampedro. Por poner un par de ejemplos. Digo.

“Vivir es un derecho, no una obligación”, le recordó Sampedro a las autoridades judiciales, políticas y religiosas de España, en el mensaje donde dice adiós, luego de batallar infructuosamente durante un lustro para que le concedan la eutanasia. Finalmente, harto de esperar, dejó un video donde se le ve tomando un vaso de agua que contenía una dosis mortal de cianuro de potasio.

“Esto no es autoridad ética o moral. Esto es chulería política, paternalismo intolerante y fanatismo religioso (…) Llevo esperando cinco años. Y como tanta desidia me parece una burla, he decidido poner fin a todo esto de la forma que considero más digna, humana y racional (…) el único responsable de mis actos soy yo, y solamente yo (…) Señores jueces, autoridades políticas y religiosas: No es que mi conciencia se halle atrapada en la deformidad de mi cuerpo atrofiado e insensible, sino en la deformidad, atrofia e insensibilidad de vuestras conciencias”, sentenció.

Ojalá que el ejemplo de Brittany nos haga reflexionar sobre la importancia del derecho a morir con dignidad, que no depende de tutelas, sino de la libertad de cada cual.


Publicado en La República, columna "El ojo de Mordor"