Cristina Planas es una bruja. Con un endiablado talento para provocar. Encima, siempre viste de negro. De hecho, cada vez que expone sus obras al público, ocurren cosas y suscita reacciones. Reacciones positivas, de esas que te incitan a reflexionar en frío, así como reacciones airadas y viscerales. 

Hace un par de años, por ejemplo, Cristina instaló en la Galería Luis Miró-Quesada Garland, de Miraflores, una exposición individual sobre la memoria, la religión y la violencia. Y qué creen. Las voces cascadas y chirriantes del catolicismo más carcamán, lideradas por esa transnacional de la ultraderecha religiosa llamada Tradición, Familia y Propiedad, organizaron vigilias y marchas para meterle presión al alcalde Muñoz con el propósito de que cancelara la muestra. 

El “Colorado” no la censuró, pero para satisfacer a la jauría despidió a Luis Lama de la dirección de la sala cultural, lo que significó una pérdida lamentable para el municipio. 

Pero la cosa no acabó ahí, les cuento. Sucede que los reaccionarios de la TFP tienen en los Estados Unidos a un delirante líder, Robert Richie, quien dijo entonces: “Más de siete mil terremotos en los últimos treinta días, así como sesenta y seis volcanes que están en estos momentos en erupción en todo el mundo (…) (se explican por) el creciente número de ataques directos y blasfemos  (contra) Jesús y la fe católica (…) (Y) la blasfemia está produciéndose ahora mismo en una Galería en Lima, Perú, donde la muestra ‘Así sea’ de la escultora Cristina Planas está en exhibición”. Ergo, para los TFP, cada vez que tiembla la tierra o vomita lava un volcán, ya saben, la culpa es de Planas. Tal cual.  

Bueno. Ahora Cristina ha vuelto a las andadas. Pero con gallinazos. Hace año y medio se le ocurrió rescatar la figura de esta ave como pionera del reciclaje. Así que, luego de un arduo trabajo y tramitar los permisos respectivos, instaló 25 cabezas gigantescas en palmeras muertas ubicadas en el ingreso a la única reserva natural enclavada en la ciudad, como si fuesen los guardianes de la entrada a Villa. Y nada. Para cubrir el presupuesto de anclaje y grúas, organizó la campaña ‘Adopte un gallinazo’, en la que tuve el honor de participar. Y a cambio, dicho sea de paso, recibí una pequeña escultura, a escala, del pajarraco que todos detestan. 

Y aquí es a donde quería llegar. Así como Cristina Planas interviene ecosistemas para alertar sobre diversos tópicos, también se mete en nuestras cabezas e interviene nuestros convencionalismos atávicos o absurdos. Por lo pronto, a mí me sucedió eso. Yo creía que el gallinazo, además de feote y repulsivo, era un gamberro con alas. 

Pero no. En un almuerzo criollo, organizado por mi apreciado camarada Rolando Toledo, Cristina me convenció, con un chilcano en la mano, que el gallinazo en realidad es un ser incomprendido, que ha sido estigmatizado por su aspecto. Que es como el John Merrick de los emplumados. En consecuencia, hay que reivindicarlo. Porque su labor carroñera es vital. Porque es un agente reciclador en un contexto de crisis climática. Porque tiene como propósito y misión: limpiar, erradicar la basura, eliminar la podredumbre. 

Como sea. Hay gente que ha recusado acremente su intervención paisajística. Como Christian, mi entrañable amigo del colegio, pese a que mi también amiga Aída, quien además de guapa es galerista, le trató de hacer comprender que el arte está hecho para provocar y perturbar. Pero no había forma. Christian continuó enfadado. 

Empero, se quedó rumiando el tema. Y comenzó a husmear en la obra de Cristina. Pero lo que aguaitaba en internet desencadenaba en él un efecto similar al de los gallinazos. Curioso como es, me llama para ir a la inauguración de Cristina en el MAC, para terminar de desentrañar lo que sentía frente al arte de Planas. 

Y no saben. Le presenté a la artista. Y Christian, con buenas maneras, le lanzó a la cara sus cuestionamientos. En un tris. Y la artista, que es media bruja, ya lo dije, le habló con rotundidad y elocuencia hechicera. En resumen, le dijo que el arte es un pretexto para pensar, y si a la gente le incomoda, enhorabuena, porque la incomodidad es saludable, “porque eso te hace voltear”. Y en eso, de súbito, Christian vio la luz. Y se volvió un converso.

Así, mi amigo de toda la vida, además de ser un devoto fan de Planas, cada vez que entra y sale de Villa, donde reside, observa a las gigantescas aves de Cristina con otro espíritu. Con espíritu de gallinazo. 


(Tomado de La República, 14 de diciembre del 2014)