Acabo de ver un documental sobre él. Porque no sé ustedes, pero para mí esa es una manera de conocer a alguien. Y a Hayao Miyazaki (Tokio, 1941), quería conocerlo. Verlo más de cerca, digamos. Escucharlo. Verlo trabajar. Sobre todo, dibujar. Porque me parece un tipo genial. Ahora bien, que conste que no he visto todas sus películas, pero El viaje de Chihiro y Mi vecino Totoro, me parecieron fuera de serie. 

Miya-san, como le dicen, tiene el pelo y la barba totalmente blancas. El único pelo negro que le queda en la cara es el de las cejas, que no han encanecido tan rápido como su cabeza. Usa lentes grandes y de carey. Suele vestir cómodamente, y usualmente anda con un mandil que parece de cocinero. 

Es cofundador de Studio Ghibli, una compañía dedicada a realizar películas animadas. Miyazaki, hasta hace muy poco (se acaba de retirar), llegaba todos los días a las once en punto de la mañana, y se iba apenas le daban las nueve de la noche. Porque este ilustrador es de los que respeta los horarios como un relojito suizo. 

Asimismo, es un personaje con mucha energía. Ni bien entraba a Studio Ghibli se ponía a recorrer pasillos, a conversar con sus dibujantes, con sus productores. Se detenía a revisar los dibujos. Y en ese plan. Studio Ghibli es un edificio de cuatro pisos, con muy buena iluminación en sus interiores, y que, ya imaginarán, está tapizado y adornado con varios de los personajes creados por este menudo japonés, a quien han comparado con Walt Disney. 

A primera vista, parece un tipo serio, y hasta introvertido. Pero de pronto, suelta un comentario que desconcierta y estalla en una carcajada. Tiene un humor especial, o sea. Usualmente está como concentrado, como enfocado en algo, como carburando una idea, o fantaseando una nueva historia. Porque así es Miya-san. No descansa. No puede dejar de trabajar sábados y domingos y necesita pastillas para poder dormir. 

El cineasta tiene, por lo demás, una muy particular manera de trabajar. No escribe guiones. En lugar de ello, se pone a trabajar de frente en los storyboards, lo que significa que, salvo él, nadie sabe cuál es la trama o el final de la historia que empieza a dibujar. “Ni yo mismo sé cómo van a terminar mis películas”, dice. 

Miyazaki trabaja en un escritorio ad hoc muy parecido al de sus dibujantes, donde dibuja con destreza, y hace pruebas con cronómetros, balbuceando diálogos o frases que luego calzarán en la boca de sus personajes. Y nada parece desconcentrarlo. Aun así se da tiempo para conversar con la dibujante de al lado. “Por suerte, mi cerebro está compartimentado”, explica el cineasta. 
Las opiniones de los ilustradores sobre Miyazaki revelan lo exigente que puede llegar a ser como jefe. “Es agotador trabajar con él”, dice una. “Él pide lo imposible”, confiesa otro. “Miyazaki espera la perfección”, comenta uno más. 

En el documental propalan una añeja grabación de cuando les está mostrando a un grupo de artistas el proyecto del edificio donde funcionaría Studio Ghibli. Miyazaki, entonces con el pelo gris, les dice gravemente: “Aquí no garantizamos empleos de por vida. El éxito no es nuestra prioridad. Lo que importa es que hagan lo que más desean y adquieran nuevas habilidades. Por lo que, si Ghibli les deja de encantar en algún momento, es mejor que renuncien… Eso es lo que yo haría”. 

Todo el tiempo está jugando con un cigarro apagado, y que eventualmente se lo fuma, claro. Cuando habla, lo hace como quien fuera a contar un secreto, susurrando. Y cuando le gusta una idea, la festeja, la celebra con una risotada, y en segundos vuelve a pasar al trance, a imbuirse en sus pensamientos. Y por lo que vi en el documental, es de los que participa en el proceso de producción del filme animado, poniendo mucha atención, por ejemplo, en el casting para escoger las voces que darán vida a sus personajes.  

Hace un par de meses, lo galardonaron con el Oscar honorífico. “Es el cineasta más original que jamás ha trabajado en nuestro medio”, dijo entonces John Lasseter, el todopoderoso jefe de Pixar. 

Para Hayao Miyazaki “hacer una película solo trae sufrimiento”, y anunció su retiro luego de terminar El viento se levanta, una peli sobre aviones. Bueno. Eso sucedió en el 2013, precisamente cuando estaban haciendo este documental. Al momento de finalizar El viento se levanta, Miyazaki, sentado en una banca, dice: “No puedo creer que ya me provoque hacer otra”. 

(Tomado de La República, 4 de enero del 2015)