Parece mentira la cantidad de simpatizantes que ha hecho el papa Panchito en tan poco tiempo. Hace un par de años, en la revista XL Semanal, un suplemento dominical bastante leído en España, uno de sus principales columnistas, el escritor católico Juan Manuel de Prada, reflexionaba en torno a la exposición mediática del pontífice del catolicismo.

“Durante siglos, un católico podía morirse muy tranquilamente sin saber siquiera quién era el Papa de Roma (…) Era una época en que las instituciones estaban por encima de las personas que las encarnaban (…) Pero llegó esa fase mediática de la Historia, y todo se descabaló. El Papa, de repente, se convirtió en una figura omnipresente (…) Cabe preguntarse si, por el contrario, esa omnipresencia mediática del Papa no contribuye a que la fe del católico se distraiga o enfríe”, escribió De Prada en abril del 2013.

Pues me van a perdonar que disienta de este católico que, dicho sea de paso, escribe muy bien y suele decir cosas inteligentes y articuladas. O no me perdonen, porque igual aquí les suelto mi opinión. Y es que, como anoté en un prólogo de un librito que pergeñé hace poco: O Francisco mantenía a la iglesia Católica congelada en el tiempo, como un iceberg, o iniciaba su deshielo. Y esto último es lo que está haciendo.

Ya sé que no está realizando grandes revoluciones, y hasta ahora lo que prevalece en su gestión son los gestos y un cambio en las formas. Pero eso, en mi pequeña opinión, no está nada mal. Digo. Porque a ver. Si miramos retrospectivamente, con el rigorismo e inflexibilidad doctrinal de Karol Wojtyla y Joseph Ratzinger comenzó en la iglesia una temporada de invierno, en la que proliferaron y gobernaron durante cuarenta años una panda de religiosos conservadores y sectarios, pegados a la letra y practicantes de una fe ciega. O de carbonero, digamos.

Ahí lo tienen a Juan Luis Cipriani, por ejemplo. Intocado todavía. Y más seco que una tiza. Pero en España, el cardenal Antonio Rouco, quien era arzobispo de Madrid y presidente de la conferencia episcopal española, y era más rancio que una momia, ya fue “jubilado”. Después de veinte años de un gobierno ultramontano y carca.

Y en la archidiócesis madrileña, la de mayor influencia y peso en España, el papa Francisco ha elegido a Carlos Osoro, descrito como alguien que calza con el modelo de obispo que está buscando el líder católico. Es decir, una suerte de pastor “con olor a oveja”. De hecho, quienes conocen a Osoro señalan, por ejemplo, que “no tiene mano de obispo”. En clara alusión a la manera como dan la mano la mayoría de prelados, acostumbrados a que los fieles les besen los anillos con reverencia sumisa.

El primer golpe de timón, dicho sea de paso, lo dio Osoro a fines de diciembre, recién aupado sobre la nave. Marcando la diferencia. Y parando en seco a los aliados de Rouco, el momio. El caso es que, desde el 2007, y en Madrid, el arzobispo Rouco organizaba una manifestación con fieles católicos en la plaza de Colón contra el gobierno de turno, con el propósito de imponer la moral católica al resto de la sociedad. No sé si esto les suena conocido. Como sea. Lo cierto es que, el pretexto era la Jornada de la Familia con motivo de la Navidad.

Pues qué creen. Osoro la suprimió de un plumazo y la sustituyó por una jornada de oración y bendiciones. Y en el camino llamó a su despacho a Kiko Argüello, el fundador del Camino Neocatecumenal, una organización de militantes católicos “pro vida”, conocidos también como los “kikos”. Cuatro horas duró la reunión con el líder de los neocatecumenales, quien era el organizador tradicional de la turbamulta. Para decirle que ese mitin no iba más.

Juan G. Bedoya, un agudo analista sobre temas vaticanos del diario El País, sostiene que Francisco, el papa mediático, está cambiando el rostro de la iglesia, y que con él se ha iniciado una primavera eclesiástica. O algo así. Y dijo también que, “no hay que descartar que en el futuro Francisco haga cardenal a un laico, a un simple sacerdote, e incluso a una mujer. Porque el derecho canónico no impide ninguna de esas hipótesis”.

Es más. Bedoya no descarta que, en una de esas, quién sabe, Francisco nombre cardenal al cura peruano Gustavo Gutiérrez, fundador de la Teología de la Liberación –y ahora muy cercano al Vaticano– en reemplazo de Juan Luis Cipriani. ¿Se imaginan?