Ahora resulta que lo interpretamos mal. Que no dijo lo que dijo. Que donde dijo Digo dijo Diego. Que sus declaraciones fueron distorsionadas. Que todos nos equivocamos, y él no. Que si alguien metió la pata, fuimos nosotros y no el cardenal. Y que la cosa no fue para tanto.

 

Total, ahí está la grabación. “¿Cuántos hogares se rompen a través del WhatsApp? Dirán que soy un exagerado o un retrógrado. Pero no. Alguien tiene que decir la verdad. ¿Cuántas veces tus hijos, casados también, están en el WhatsApp fabricando la infidelidad? O sea,encuentros equivocados con otra mujer, con otro marido, con otra chica, con otro muchacho, todo a través de una red más o menos anónima”.

 

Pero ya saben. Lo interpretamos mal. Lo que están leyendo en realidad quiere decir otra cosa. ¿Qué cosa? Pues a mí no me pregunten. Interróguenlo al tal Cipriani. Y conste que, en lo personal,solamente me quedó una sensación. La sensación de escuchar a la iglesia de toda la vida. Aquella que se aterroriza con la modernidad y el progreso.

 

Porque así se sienten quienes son católicos conservadores y ultramontanos ante el avance de la tecnología. Con miedo. Le tienen pavor al desarrollo tecnológico. Y para justificar su tecnofobia citan a Arnold Toynbee cuando decía que la pretensión de que el perfeccionamiento de la técnica ha llevado al progreso, “es sospechosa”.

 

En esa facción retardataria, por cierto, se encuentra el cardenal Juan Luis Cipriani. Pues, al parecer, ve a la tecnología como una amenaza o un vehículo para el mal. Como una herramienta alienante y manipuladora. Que puede traer más problemas que beneficios. Como la infidelidad, por ejemplo.

 

¡Por dios! ¿Es que acaso es tan complicado darse cuenta de los beneficios que trae consigo la tecnología y cómo ha contribuido esta a generar titánicos cambios en la manera de vivir y entenderla realidad?

 

¿Que se le puede usar en contra del ser humano? Bueno. Siempre es eso posible. Ya sabemos que el hombre suele ser el responsable de su propio exterminio. Pero de ahí a emperrarse y a soltar disparates contra la tecnología, eso es otra cosa. Eso es ignorancia.Ignorancia absoluta. Ignorancia crasa. Ignorancia inexcusable.   

 

Yo creo que todas las creencias religiosas merecen respeto, pero me van a perdonar. Las opiniones de Juan Luis Cipriani me parecen enemigas del progreso, de la ciencia y de la investigación. Son opiniones tóxicas, digamos.