Cómo les gusta mentir. Y ser cínicos. Y desvergonzados. E impúdicos. Porque a ver. Hay que ser bien caradura y desfachatado, o desfachatada, para salir a la televisión a decir que, a Gustavo Gorriti no lo secuestraron. Ni lo raptaron. Ni lo encerraron en un calabozo. Y que, en ningún caso se trató de un plagio “agravado”. O que, a lo sumo se trató de una detención “en buena onda”. O sin mala leche. O algo así.

Porque, para quienes no se enteraron, eso fue lo que le dijo, palabras más y palabras menos, Martha Chávez a Mario Ghibellini en Canal N, cuando intentaba justificar el golpe de Estado de 1992. Pero el desparpajo mayúsculo, según la delirante versión fujimorista, consistió en que, en realidad, aquella madrugada del 6 de abril, horas después del zarpazo a la democracia, cuando decenas de operativos del Servicio de Inteligencia del Ejército (SIE), armados con fusiles automáticos H&K, rastrillados y con silenciador, encaramados algunos sobre el techo de la casa del periodista de investigación, y descolgándose otros para caer en el jardín, en realidad, decía, lo único que querían era, qué creen, nada menos que invitarle, amablemente y casi, casi con modales franceses, a tomar un café en el Pentagonito. Tal cual.

La respuesta de muchísima gente, que por suerte no es idiota, fue inmediata. Y claro. Como no podía ser de otra manera, no faltó el humor corrosivo. Tan corrosivo como la baba de Alien, déjenme añadir. Y es que, si me preguntan, no había otra manera de replicar a tremendo mentirón. Por no decir patraña, digo.

Y cuando la cosa llegó a las redes sociales, qué quieren que les diga, pasó lo que tenía que pasar. Obvio. Se convirtió en ‘trending topic’ en Twitter. Y en un tris, oigan. Y durante largas y desternillantes horas. Porque así fue.

“Para Martha Chávez, Gustavo Gorriti se ‘autocafetaleó’”. “Tienen que entender a Gorriti. En los noventas, no había Starbucks en Lima”. “¡Habla! … o te invito un café”. “¿Quiere el café esterilizado?”. “No te tortures más, ven y tómate un café en el Pentagonito”. “Si un fujimorista te invita a tomar un café, ya sabes, ¡corre!”. “Tú y yo, en plan 50 sombras de Grey, tomando un café en el Pentagonito. Piénsalo”. “-Me sirve un café… -¿Y a su amigo? –A él me lo deja bien tostado”. “Pisco sour en el Maury. Butifarra en El Cordano. Cremolada en Curich. Chilcanos donde Larry… Y un café en el Pentagonito”. “La cafetera la enchufaba Susana Higuchi”. “Nuestra especialidad en el Pentagonito es el café cortado”. “Compatriotas… ¡Disolver!... Disolver bien el azúcar, antes de que les invite un café en el Pentagonito”. “-¿Qué es ese olor a quemado? –Ahhh… Estamos tostando café”. “A mi mami también le invitaban un café en el Pentagonito (@KeikoFujimori)”. “¿Quiere dos de azúcar o 220 voltios?”. “-¿No quiere pasar a tomar un café? -¿No será mucha tortura?”. “-Un café, por favor. -¿Para llevar o se lo descuartizamos acá?”. “Pablo Escobar te mandaba la moto. Fujimori te invitaba un café en el Pentagonito”.

Y ya ven. Eso es, y sigue siendo, el fujimorismo. O como dijo el propio aludido, Gustavo Gorriti, ‘el periodista cafetero’, en el semanario Caretas: “a la Chávez no le interesa discutir la verdad sino en remachar la mentira para intentar contrabandearla como semiverdad”. Porque, si me preguntan, ese fue el talante de todos los fujimoristas durante los noventas, si acaso ya lo olvidaron algunos. Y así es como actualmente se comportan, por cierto, sus trolls en las redes sociales. Con la elocuencia estridente del embuste y la farsa y el camelo.

Cada cual tendrá sus ideas al respecto. La mía es que el fujimorismo no ha cambiado un ápice. Ahí están las declaraciones lisérgicas de Chávez, que llueven sobre mojado, claro. Porque, como ya les dije, el fenómeno no es de ahora. Y para que no digan que hablo de oídas, permítanme un testimonio personal. Los embates intimidatorios más sonoros contra los medios de comunicación, bajo el absurdo pretexto de que estaban “promoviendo la insurgencia civil”, lo recibieron el 6 de abril las revistas Caretas, Oiga, Sí, y las emisoras radiales Radio Red y Antena 1, donde este servidor trabajaba. Los periodistas de los semanarios fueron impedidos de ingresar a sus locales. En Radio Red detuvieron a una veintena de periodistas. Y en Antena 1 arrestaron al gerente general, Eduardo Rosenfeld, y al gerente comercial, Ricardo Saavedra. En total, contando a Gorriti, para decirlo en palabras de Martha Chávez, fueron 23 periodistas a los que les dijeron, como en la película italiana: “Ven a tomar café con nosotros”.