Así me respondió el candidato Julio Guzmán, de Todos por el Perú, en una entrevista para LaMula.pe cuando le preguntaba por sus “rivales” políticos del 2016. “Más de lo mismo”. Y lo decía con una entonación candorosa e idealista. Aunque también inocua, porque al escucharlo, dentro de mí intuía que mi entrevistado también era algo de eso. Más de lo mismo.

Ojalá me equivoque, la verdad. Y que mi pálpito sea una corazonada desacertada. Porque Guzmán me parece un peruano bienintencionado y con algunas ideas sugestivas, que tienen que ver con destrabar, simplificar trámites, ofrecer certidumbre y predictibilidad. Y algo fundamental: darle continuidad a la política educativa impulsada por el actual ministro de Educación, Jaime Saavedra.

Pero eso sí. A ver si hace la diferencia, digo. Porque Guzmán habrá sido viceministro dos veces, será muy técnico, se viene preparando desde hace año y medio, y posee una hoja de vida que le ha llevado a convertirse en el “outsider tecnócrata”. Empero, a la hora de las respuestas sobre algunos tópicos controversiales, saca el poto de la jeringa. Para decirlo así, en términos paramédicos.

Pues si algo han percibido quienes vienen siguiendo los primeros pasos de este nuevo personaje de la política local es su inagotable capacidad para el circunloquio, y de entrarle al rodeo de palabras para al final decir una ambigüedad. O evadir la pregunta. O desviarse hacia ninguna parte. O jugar a las insinuaciones, en lugar de fijar posición.

De repente a algunos les gusta el estilo perifrástico de Julio Guzmán, no lo descarto. Ahora, si me preguntan como elector, divagar respecto de temas importantes ya supone una razón suficiente para desechar a un candidato.

La cabronada me parece atroz en un político, es decir. Yo sé que existe el argumento de que hay que ser estratégico, y no hay que pelearse con ciertos sectores, y esas cosas. Pero un político que no es ni chicha ni limonada, vamos, creo que está condenado a convertirse en una malagua.

Por lo demás, como escribió Juan Carlos Tafur en Exitosa Diario, “solo una catástrofe como la que asolaba al Perú a finales de la década del 80 podría hacer que se repita un fenómeno como el de Fujimori en 1990”. Y ese no es el caso, hoy por hoy. En este sentido, dudo del éxito que pudiese tener una candidatura como la de Guzmán, quien, ya lo dije, es más de lo mismo. Por lo menos, hasta ahora.

Ahora bien. Estamos en el Perú, y acá, como sabemos todos, cualquier cosa puede pasar. Repito: cualquier cosa. Puede ganarle un perfectamente desconocido al peruano más connotado. Puede vencer el mismo demagogo que nos paseó por el inframundo y nos condujo a la miseria más absoluta y profunda. Puede triunfar un militar chavista con menos luces que una lancha de contrabando. Y ya ven. La cosa viene tan, pero tan mal, que, desde Toledo, pasando por Alan II, y Ollanta Humala, cada lustro viene peor que el anterior.

Así las cosas, y bajo esta lógica involutiva y perversa que advierto, lo que sigue en este derrotero suicida y disparatado es que Keiko Fujimori conquiste la banda presidencial en los próximos comicios que se avecinan. ¿Jodido, no? Pero es lo que, creo, va a ocurrir. 

Desde hace mucho tiempo que no tenemos un candidato serio, con ideas claras sobre cómo conducirnos hacia una sociedad abierta, en la que exista igualdad de oportunidades para todos, en la que se combatan eficazmente los desequilibrios sociales, económicos y culturales. En la que puedan garantizarse formas de vida decentes para todos los peruanos. En la que impere un sistema en el que las leyes y las instituciones estén realmente al servicio de los individuos. En la que el Estado –salvo en funciones específicas de la educación, la salud, la infraestructura nacional, la seguridad y la justicia– no intervenga en la creación de la riqueza, ni siquiera bajo el pretexto de que debe ser un “Estado productor”.

En síntesis, me gustaría votar por alguien que me convenza de que él y su equipo y su plan de gobierno tienen la voluntad y la capacidad de terminar con las diversas formas de barbarie que están instaladas en nuestro país, desde sus cimientos.

De lo contrario, y es lo más probable, nos dirigiremos a las urnas como reses que se aproximan al camal. Porque como me decía hace poco Álvaro Vargas Llosa, “desde hace quince años, cuando recuperamos la democracia, (…) (no ha habido una elección a la que no hayamos ido) con los cataplines de corbata”. Tal cual.