Ha sido como volver atrás en el tiempo. Como regresar a la era de Tomás de Torquemada, aquel asesino serial que vestía como fraile dominico, tenía la cabeza tonsurada, era confesor de la reina Isabel la Católica, y algo no menos importante, se convirtió en el primer inquisidor de Castilla y Aragón en el siglo XV. 

 

Ya saben de quién hablo. Del criminal que gatilló una de las mayores cacerías y persecuciones a judíos y herejes, entre 1480 y 1530. A quienes quemaba vivos en plazas públicas, en los denominados “autos de fe”. Porque eso hacía este maldito. Cazar, atormentar y ajusticiar a toda persona sospechosa de no seguir la doctrina cristiana. Para que tengan una idea, Torquemada, el sanguinario inquisidor católico, incineró a más de diez mil personas e hizo padecer penas infamantes a más de cien mil, según el historiador Juan Antonio Llorente.

 

La historia viene a cuento porque me acabo de enterar por La Mula y por mi amiga Jennie Dador, una elocuente feminista, que se ha desatado una cacería de brujas en toda regla contra activistas de derechos humanos de las mujeres. Tal cual. 

 

Y es que, cómo les explico, en las últimas épocas, los fanáticos de la fe cristiana, que son cardenales, congresistas y cosas así, se ponen enfurruñados cada vez que tópicos como la Unión Civil o el aborto ganan algún tipo de espacio en la discusión pública. Como el caso que les voy a contar.

 

Resulta que, en agosto del año pasado, el fujimorista Julio Rosas Huaranga, un dogmático de creencias inapelables y del peor signo, tomó contacto con la doctora Silvia Romo Astete, asesora de gabinete de la Fiscalía de la Nación, y aparentemente otra religiosa recalcitrante, para persuadirla de tomar acciones contra aquellos que presentaron un libro titulado: Hablemos de aborto y Misoprostol.

 

“El libro es una apología al aborto en que recomienda el uso (de) Misoprostol para ‘tener un aborto seguro en casa’. Esta es la estrategia empleada desde hace más de siete años por los más radicales grupos abortistas de América Latina, que (…) consideran el aborto como un derecho de las mujeres”, escribe impulsivamente la asesora del ministerio público, Silvia Romo. Y en su texto dirigido a la Fiscalía de la Nación, en el que acusa, de paso, a la periodista Cecilia Podestá, por haber reseñado el libro en su columna de Diario16, denuncia violaciones a la ley, delitos supuestamente tipificados, y en ese plan. 

 

Claro. En un país normal, este tipo de situaciones disparatadas y ridículas, jamás trascenderían. Pero qué creen. Estamos en el Perú, y acá puede pasar cualquier cosa. Hasta lo inimaginable. Entonces ya adivinarán. La denuncia por el inadmisible crimen de “apología al aborto”, prosperó. Y ya comenzaron a citar a la psiquiatra Marta Rondón; al ex procurador anticorrupción, Julio Arbizu; a la representante de la Federación Popular de Mujeres de Villa el Salvador, Bertha Jáuregui; a la columnista Cecilia Podestá; y a mis amigas, la abogada Jennie Dador, y la directora de Promsex, Susana Chávez. Así como lo leen.

 

La Cuadragésima Sexta Fiscalía Provincial Penal de Lima ya está convocando a estas personas para interrogarlas, para que rindan “su declaración indagatoria, en mérito a la denuncia interpuesta por presunta apología al aborto a través del libro Hablemos de aborto y Misoprostol”. 

 

Y bueno. Uno será peruano de toda la vida y peores cosas se han visto por estas tierras, pero, créanme, nunca dejarán de sorprenderme estos episodios de país africano. Como sea. Aquí suceden las cosas como si jamás aprendiésemos ni jota. Porque a ver. No hay nada más peligroso que un integrista con poder. Y no hay nada más ruin que ser testigo de este descarado e intolerable abuso y mirar al techo, poner cara de cojudo, y no decir ni mus. 

 

Pues eso es lo que está ocurriendo. Estamos ante un tremendo atentado contra la libertad de expresión e información, y somos incapaces de darnos cuenta de que, “…la gran batalla (…) aquella de la cual depende el resultado de todas las demás, es la batalla contra la censura… De cualquier lado que venga, cualquiera que sea el pretexto que se esgrima, la censura es el mal radical, porque ella despoja día a día a la humanidad de su propio destino…”, como escribió hace mucho el ensayista político francés, Jean-Francois Revel. 

 

En consecuencia, no permitamos que estas rábulas que confunden deliberadamente las libertades civiles con los credos religiosos, se salgan con la suya. Comencemos a enfrentar al conservadurismo rancio que ejerce una notable y nefasta influencia en este país.


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