Un niño de apenas diez años reveló hace unos días una conmovedora confesión en la cuenta Humans of New York, dedicada a compartir fotos y crónicas de neoyorquinos y que tiene un sitio en Facebook. “Soy homosexual y tengo miedo a cómo será mi futuro y de que no guste a las personas”, escribió. Junto a dicho texto, aparecía una foto de él, llevándose una mano a la frente, con el rostro triste y una mirada desesperanzadora. Y yo, como lector, tragué saliva.

 

Por razones inexplicables, Facebook decidió eliminar el post. Brandon Stanton, fotógrafo y autor de Humans of New York, inmediatamente comunicó a sus seguidores: “Parece que Facebook ha decidido borrar la valiente declaración del chico y además me han advertido de que me abstenga de subir contenidos similares”.

 

Las críticas a la web de Zuckerberg no se hicieron esperar. Al punto que el post reapareció como por arte de magia. Incluso la ex secretaria de Estado, Hillary Clinton, no dudó en dejarle un mensaje: “Encuentra las personas que te aman y creen en ti, habrá un montón de ellas”.

 

Al día siguiente de este incidente, me enteré por El País que al obispo del Estado mexicano de Aguascalientes, José María de la Torre Martín, en septiembre del año pasado se le dio por hacer metáforas retorcidas y zoofílicas en torno a los matrimonios igualitarios. “Si se permiten las bodas entre homosexuales, mañana van a permitir que un señor se case con un perro”, dijo como quien lanza un chascarrillo. Menudo espectáculo.

 

El Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (CNPD) le exigió al pastor católico una disculpa pública, la cual llegó con casi un año de retraso. De acuerdo a una encuesta nacional sobre el particular, elaborada durante el 2010, los mexicanos perciben a la policía y a la iglesia católica como las instituciones más intolerantes frente a la homosexualidad.

 

Por esos mismos días, leí en el suplemento Domingo de este diario, que, un tal Germán Torres, publicó en Facebook a manera de broma idiota lo siguiente:

 

“Servicio especializado en matanza a homosexuales. Tenemos los siguientes paquetes:

-Degollado: 150 soles.

-Quemado: 350 soles (no incluye petróleo).

-Ahogado: 120 soles (no incluye agua).

-Ahorcado: 430 soles (incluye soga de regalo).

-Promoción extra: Por tres homosexuales muertos, el cuarto es gratis. Llámenos”.

 

En Twitter, luego de conocerse el histórico fallo del Tribunal Constitucional de los Estados Unidos con relación al matrimonio gay, los ataques a la comunidad homosexual no cesaron. “Viva las parejas reales. Hasta los animales piensan mejor con quién procrearse”. “Yo estoy a favor de la humanidad, y con estas aberraciones, la humanidad peligra”. “Arrepiéntanse de su pecado, si no el fuego eterno les consumirá”. Y en ese plan.

 

Aquella misma semana, si no me equivoco, también se armó un debate en torno a la columna de María Luisa del Río sobre las estereotipadas “reflexiones” del congresista Eguren, aquel pepecista que lleva su catolicismo impreso en la frente y es tan popular ahora como puede serlo un chef inglés. Según María Luisa, si Eguren, basado en sus creencias, pensaba que los gays eran “enfermos sexuales”, ella, bajo el mismo raciocinio, tenía todo el derecho a creer que el diputado era un coquero. “Tú crees que yo estoy enferma, yo creo que tú estás enfermo. ¿Es cierto? No lo sé, no me importa, tú crees eso, yo creo esto”, esbozó con una lógica impecable. Y lapidaria, por cierto, como subrayó Juan José Garrido, director de Perú21, donde escribe Del Río.

 

Como sea. Está claro que la homofobia es cotidiana en muchos lugares del mundo, y sigue siendo inquietantemente fuerte y persistente en el Perú. Y ella, como un mal viral, se manifiesta de muchas formas y está presente en las conversaciones, en la televisión, en la política, en la religión, contaminándolo todo, irradiando su virulencia.

 

Y lo peor de todo es que, esa violencia verbal que hiela la sangre se tolera como si fuese algo normal. Como si a nadie le importara, además, que esa rabia ciega y soterrada luego adquiera otras maneras más brutales y salvajes. Solamente en el 2014, por ejemplo, se habrían producido 36 crímenes de odio (33 asesinatos a homosexuales y 3 suicidios).

 

Para terminar. Solamente quería apuntar que, jamás lloraré por los homofóbicos si les aparece un cáncer en un mal sitio, porque no me dan pena. Pues ellos sí me parecen tipos enfermos, gente atacada por una dolencia infecciosa. Y peligrosa. Que alguien sea heterosexual no le da derecho a agredir de palabra y obra a quien no lo es. Pues eso.