El ‘Gaucho’ Cisneros, como tantos otros militares, me trataba de usted pese a mis veintipocos años, cuando comencé a hacer periodismo en el diario Expreso que dirigía Manuel D’Ornellas y donde tenía como mi jefe a Jaime de Althaus. “Fíjese, señor Salinas, el presidente de la República tiene que conducir la guerra”, me dijo en una extensa entrevista de dos páginas, en marzo de 1990, en la que aparece en mangas de camisa, con el bigote encanecido, y con un cigarro encendido, humeante, atenazado por los dedos de su mano izquierda.

 

Cuestionaba duramente al presidente Alan García por su actitud dubitativa ante la guerra interna que nos devoraba y devastaba como país. “El presidente García dice que ‘el país está en guerra’, pero a la semana siguiente dice que ‘es muy peligroso hablar de guerra’. El Presidente dice que ‘la subversión está acabando con el sistema’, pero se va a Ayacucho y alaba a la subversión”. Y es que el general Luis Cisneros Vizquerra era así. No se guardaba nada. Decía lo que pensaba. Y lo hacía con énfasis. Con ánimo de provocar.

 

Por lo general, creo, decía cosas sensatas, coherentes y articuladas. Que el fenómeno subversivo debía encararse políticamente, y en consecuencia requería de voluntad y decisión por parte del gobierno. Que debía involucrar a toda la sociedad. Que la estrategia debía ser integral. Que la solución no pasaba por entregarle toda la responsabilidad a los militares, pues eso conllevaba inevitablemente a incrementar el número de bajas. Que la guerra era ideológica, sicológica y política. Que la legislación debía adaptarse a los tiempos de guerra. Y así.

 

Pero claro. Cuando agarraba pista y mucha viada, iba levantando la voz y, de paso, escalando el tono de sus declaraciones. Pese a mi inexperiencia en esas conversaciones grabadas, el instinto de periodista estaba ahí, latente, y eso me llevaba a la cacería de titulares, y bueno, ya adivinarán, el general Cisneros Vizquerra te los regalaba a pastos, porque el ‘Gaucho’ a la hora de las entrevistas era como “Boogie” el aceitoso o Clint Eastwood haciendo de Harry el Sucio. “¡Yo sí quiero pena de muerte para Polay, para Osmán Morote y para Abimael Guzmán! (…) No hay otra forma de curar este mal”. “Yo prefiero un ‘héroe’ muerto que un dirigente terrorista vivo”. “Me gustaría ver, algún día, frente a un pelotón de fusilamiento al señor Abimael Guzmán. Creo que las soluciones tienen que ser drásticas”. “Las salidas de toda guerra son duras. No pueden ser blandas. ¿Por qué? Porque la guerra no se gana ni rezando ni diciendo discursos magníficos”.

 

Y cuando se daba cuenta de que algunas de mis preguntas venían con trampa, respondía: “Creo que usted está cayendo en el juego de la apología de la subversión”, como me dijo en otra ocasión. Ahora, para ser exactos, el ‘Gaucho’ era partidario de la pena de muerte solamente para los líderes. No para todos los terroristas. Sus adversarios de izquierda, todo hay que decirlo, solían distorsionar algunas de sus declaraciones.

 

También recuerdo la valentía del ‘Gaucho’ en las elecciones de 1995, cuando él era candidato por UPP, el partido de Javier Pérez de Cuéllar. En esa oportunidad, se la jugó por mi primo hermano, Jaime Salinas Sedó, y su grupo de militares insurgentes. Como consecuencia de ello, el fujimorismo lo enjuició a él y luego al general Carlos Mauricio, forzando procesos judiciales en el fuero militar con el propósito de amedrentarlo a él y a otros militares rebeldes que decidieron participar en los comicios de entonces y opinaban críticamente sobre el régimen mafioso que se instaló en abril de 1992.

 

Me animo a evocar estas cosas porque acabo de leer el último libro del escritor Renato Cisneros. Y créanme. La distancia que nos separa es una historia escrita con talento y con los cojones en su sitio. Y si se la pierden, será porque ustedes quieren, pues desde acá les digo que se trata de una publicación imperdible.

 

Según José Carlos Yrigoyen, es una “formidable novela (…) escrita de manera brillante, con un gran despliegue de recursos expresivos y una honestidad que llega hasta las últimas consecuencias”. Raúl Tola advierte: “Lo que él llama ‘novela de autoficción’ es un ejercicio de valor y honestidad conmovedores”. Y Jeremías Gamboa añade: “Estamos ante una extensa carta de amor al padre, un reportaje político de investigación sentimental (…) una misión de alto riesgo bajo el fuego cruzado de una guerra interior”.

 

Y es que, como dice el propio Renato en su última línea: “Quizá escribir sea eso: invitar a los muertos a que hablen a través de uno”.