No conocía la historia. La narra el periodista Luis Jaime Cisneros, con escrupulosidad de notario, en Cipriani, una publicación del IEP en la que también participan Luis Pásara, Carlos M. Indacochea y Augusto Álvarez Rodrich. En esta, Cisneros cuenta que es en el año 2000 cuando Juan Luis Cipriani asume la conducción del programa Diálogos de fe, el cual propala RPP todos los sábados por las mañanas.

 

Según la versión de Cisneros, Miguel Humberto Aguirre, quien condujo el programa con Cipriani en sus inicios, le propuso bautizar al espacio como Diálogo en la Catedral, “apostando por un título llamativo en términos periodísticos debido a la homonimia que se creaba en relación con la célebre novela Conversación en la Catedral, de Mario Vargas Llosa”.

 

Como adivinarán, Cipriani dijo: Ni hablar. De ninguna manera. Nica. No se conocen las razones precisas por las que repelió la idea, pero, como anota Cisneros: “Es probable que su rechazo al nombre fuera visceral, por tratarse de un intelectual con el que ya sostenía una enconada animadversión a partir de las frecuentes críticas del autor de Los cachorros a la iglesia católica y, en particular, a Cipriani”. El programa, en consecuencia, quedó como Diálogos de fe.

 

Y a partir de tal fecha, Cipriani convirtió la cabina radial en una tribuna en la que coctelea arteramente la religión con la política, y desde la cual, como recuerda Luis Jaime Cisneros, ataca, pontifica, juzga, condena, y se dedica a “responder los cuestionamientos que recibe desde diversos medios de comunicación en razón de sus posiciones controversiales”.

 

“Soy el único cardenal en el mundo que tiene un programa de radio”, apostilló, jactancioso, en alguna ocasión. Y desde su espacio, se habrán enterado, calificó de “gallinero” a una reunión de jefes de Estado en Argentina; se lanzó contra el Lugar de la Memoria (“no es cristiano un museo de la memoria”); exigió la destitución del ministro de Salud, Óscar Ugarte, por haber autorizado la distribución de la ‘píldora del día siguiente’ (“yo no sé qué espera el presidente Alan García para mandar al ministro a su casa”); propuso un referéndum sobre la unión civil y el aborto terapéutico; se manifestó a favor del indulto a Fujimori (“yo creo que el indulto ya está suficientemente maduro para que se tome una decisión”); y en ese plan.

 

Sin ir muy lejos, el pasado sábado 15 aprovechó su púlpito radial para tratar de recomponer su imagen, hoy por hoy, desastrada y maltrecha debido a los vergonzosos plagios perpetrados en las páginas de El Comercio, de donde lo acaban de eyectar sin piedad. Y nuevamente, pese a la contundencia de las evidencias, la arrogancia altanera, atrevida y desdeñosa, fue lo que prevaleció en su discurso. Y en su tono. No tuvo un ápice de humildad ni el menor ánimo de reconocer su falta, es decir.

 

Por el contrario, se presentó como víctima y como alguien que tiene el “alma limpia”. “Esto ha sido como una pequeña revancha, o tal vez un intento de que no hable”. “Me extraña un poco esta actitud”. “El asunto tenía una clara explicación”. Y en el colmo de la altivez, insinuó que lo expectoraron por ser “demasiado fiel al magisterio (de la iglesia)”.

 

Al final, como buscando aliados y un poco de cariño y comprensión, le envió un afectuoso saludo a sus amigos Javier del Río y José Antonio Eguren, arzobispo de Arequipa, el primero, y arzobispo de Piura y Tumbes y miembro del Sodalitium Christianae Vitae (SCV), el segundo. Ambos muy amigos suyos, ambos pertenecientes a la facción más carca de la iglesia peruana.

 

Ojo. No deja de ser sintomático esto de apoyarse en amigos externos a su institución, pues cuando uno habla con algunos mandos del Opus Dei, y salta el nombre de Cipriani o del Sodalitium (un movimiento religioso de origen peruano, cuyo fundador, Luis Fernando Figari, tiene varias denuncias por abusos sexuales en el Tribunal Eclesiástico), tienden a desmarcarse.

 

“Por si acaso, no todos en el Opus Dei somos como el cardenal”. “Por si acaso, no tenemos ninguna relación con el Sodalitium”. Como si algo se viniera. Como si algo oliesen. Como quien es consciente de que los gestos y nuevos vientos que trae el papa Francisco no calzan mucho, o nada, con los mohines y ademanes de Cipriani, que exudan más bien un fanatismo feroz y recalcitrante.

 

¿Se avizora algún cambio en el panorama eclesiástico local? Pues si me preguntan, hasta el día de hoy no he visto ninguno en la iglesia peruana, les cuento. Pero bueno. Ya conocen la máxima. La esperanza es lo último que se pierde. Y yo, la verdad, sería muy feliz con un Perú sin Cipriani.


TOMADO DE LA REPÚBLICA, 23/8/2015