El agua moja. El fuego quema. El cielo limeño es gris. Fujimori fue un déspota. El pisco es peruano. Machu Picchu es una de las maravillas del mundo. Donald Trump es un imbécil. En Venezuela no hay democracia. Es así. Pero claro. Hay quienes no quieren verlo. Y antes de aceptarlo, prefieren mirar al techo mientras tararean una canción de Pablo Milanés.

 Como sea. Lo que llama la atención es que, además de Susana Villarán y otros cuantos políticos peruanos, el resto no se haya pronunciado con firmeza sobre los últimos atropellos del chavismo, como sí lo han hecho otras instituciones y líderes políticos de la región. Hace diez días, por ejemplo, el oficialismo venezolano se zurró en una sentencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos que prescribía la devolución de Radio Caracas Televisión (RCTV), el canal más antiguo de Venezuela que fue cerrado por mantener una línea editorial incómoda para el chavismo. La respuesta de Diosdado Cabello, el número dos de la satrapía chavista y a la sazón presidente de la Asamblea Nacional, fue: “Esa sentencia (…) la doblan bien y se la meten en un bolsillo”.

 Y ya saben. No es lo último que ocurrió en el país de las arepas. Después de trece meses de juicio, Leopoldo López, líder opositor de Voluntad Popular, fue condenado a casi catorce años de prisión por “instigación pública, asociación para delinquir y determinador en daños e incendios”. Y ello sin que la Fiscalía General compruebe ninguno de los supuestos “delitos”.

 En noviembre del año pasado, Naciones Unidas solicitó formalmente la liberación de López por tratarse claramente de un preso político. Y casi al mismo tiempo, treinta ex líderes latinoamericanos y europeos reclamaron también su liberación. Y el vicepresidente de Estados Unidos, Joe Biden, hizo lo propio un mes después. Entonces Maduro, para que no queden dudas de que el arresto de López lleva su firma, dijo que la única forma de liberarlo era a través de un canje con el independentista puertorriqueño Óscar López Rivera, detenido en Norteamérica. Y al poco, continuó con las persecuciones políticas. El alcalde de Caracas, Antonio Ledezma, es detenido y acusado de participar en un supuesto intento de golpe de Estado. Y en julio de este año, el chavismo decidió inhabilitar a cinco postulantes opositores a diputados.

 Y bueno. Ya adivinarán. En todas estas caricaturas de procesos judiciales lo último que existe es justicia. Porque la fiscalía y los tribunales están controlados por Maduro. En Venezuela, el 66% de los dos mil jueces y casi todos los más de mil fiscales son provisionales (El Comercio, 12/9/2015). Y los que recordamos el fujimorismo de los noventa, sabemos lo que ello significa. Que fiscales y jueces actúen arbitrariamente, carentes de imparcialidad, como títeres del régimen con el único propósito de neutralizar a los que se resistan a la autocracia o a los que piensen diferente o a los chúcaros.

 Para que tengan una idea: la sentencia contra López es considerada por algunos especialistas como la más injusta que se ha dado en América Latina en muchos años. Y es que el juez que la ha dictado, además de no respetar la legítima defensa y el debido proceso, porque no se le permitió a Leopoldo López presentar pruebas ni testigos, encima le ha aplicado un año más de los que pedía el fiscal, sin que lo incriminara evidencia alguna. Tal cual.

 Porque a ver. Como me dijo el analista Coco Nieto en una entrevista para LaMula.pe, “Leopoldo López podrá ser de la derecha bruta y achorada venezolana, pero merece estar libre peleando por sus ideas”. O algo así. Y es que el atropello abominable perpetrado contra López es una muestra más de la intolerancia abusiva y desmesurada a la que puede llegar el chavismo totalitario, aquel que no vacila en avasallar y aplastar a los defensores de la libertad y a los que piensan distinto, aquel “donde la tiranía está envuelta en un ropaje de inmaculada democracia”, al decir del ensayista español Jorge M. Reverte.

O como recordó un editorial de El Comercio, “los regímenes totalitarios tan solo necesitan contar con la fidelidad de las Fuerzas Armadas, del Poder Judicial y de un círculo íntimo de asesores y operadores para perpetuarse en el poder a costa del resto de la población e instituciones”.

Que se vote en Venezuela, no significa nada. “La revolución bolivariana” o “el socialismo del siglo XXI” solo aspira como proyecto a “emascular mediante el miedo a una sociedad entera antes de subyugarla”, como escribió Mario Vargas Llosa.


TOMADO DE LA REPÚBLICA 20/9/2015