Para quienes no les suene el caso Karadima, se los cuento en corto. Fernando Karadima era un cura que se había hecho fama de santo en la sociedad santiagueña. “Forjador de vocaciones”, le decían. Y estaba, como se dice ahora, muy ‘empoderado’ en la clase alta chilena. Y entre la derecha política. Y entre los obispos y arzobispos y cardenales y figurones del Vaticano. Era, asimismo, amigo personal del todopoderoso Angelo Sodano, ex secretario del Estado vaticano.

 

Y bueno, ya adivinarán algunos. Karadima no era ningún santo. Peor aún. Resultó siendo el segundo depredador sexual más importante de la iglesia latinoamericana, después del mexicano Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo.

 

El caso Karadima reventó en el 2010 cuando el New York Times se ocupó del tema. En la nota publicada en el diario norteamericano, dos de sus víctimas lo acusaban de abuso sexual y psicológico cuando estos eran menores de edad. Por cierto, el cierrafilas en torno a la figura de Karadima fue aparatoso. E inútil. “(Los denunciantes) deberían irse a Hollywood”, chilló la esposa de Eliodoro Matte, uno de los hombres más ricos de Chile y uno de los principales benefactores del controvertido clérigo de la parroquia de El Bosque, de la comuna de Providencia.

 

Como sea. La cosa es que ya no había manera de contener la hecatombe. Y las réplicas del remezón se sienten hasta el día de hoy en todo Chile, gracias a los testimonios corajudos, crudos, y, sobre todo, verosímiles, de dos de sus víctimas: James Hamilton, un médico cirujano, y Juan Carlos Cruz, un periodista.

 

“Las denuncias se conocieron públicamente menos de un mes después que el cardenal Errázuriz afirmara que en Chile solo había ‘poquitos casos’ de abuso sexual por parte de sacerdotes”, relata la periodista María Olivia Monckeberg en su libro Karadima, el señor de los infiernos.   


Karadima había diseñado una estructura perversa para perpetrar sus abusos de poder, apelando a la obediencia ciega, al sometimiento incondicional, al maltrato psicológico, a la manipulación y al culto a su personalidad. Finalmente, luego de lo evidente, fue sancionado. Pero ya saben. ‘Sancionado’ al estilo de la iglesia, claro. Karadima fue ‘condenado’ a retirarse a una ‘vida de oración y penitencia’. ¿Se imaginan? ¡Qué terrible castigo, por Dios!

 

La historia viene a cuento porque en marzo de este año, en la pequeña Osorno, una localidad ubicada a unos novecientos metros al sur de Santiago, un discípulo y supuesto encubridor de Karadima, Juan Barros, fue nombrado obispo de la ciudad. Y qué creen. Pues ardió la pampa. La gente salió a las calles a protestar contra la designación del encubridor. Pero no solo los feligreses, déjenme añadir. También decenas de sacerdotes, diáconos y religiosos. Incluso un grupo representativo le envió una carta al nuncio apostólico, Ivo Scapolo, donde le señalan estar “confundidos e irritados” por el nombramiento de Barros.

 

“Con estas controversias la gente no solo se aleja de la iglesia sino que se decepciona del Papa”, dijo a BBC Mundo el jesuita Felipe Berríos. “El nombramiento de monseñor Barros (…) nos ha dejado perplejos”, exclamó Álex Figueras, provincial en Chile de la Congregación de los Sagrados Corazones. Y hasta un obispo emérito le ha pedido públicamente a Barros que renuncie a su cargo. Figúrense.

 

Por cierto, Barros niega todo. Que no era amigo de Karadima. Que nunca se enteró de nada. Que jamás sospechó lo que ocurría. Y etecé. Pero hay quienes sostienen lo contrario. Como, por ejemplo, Juan Carlos Cruz, una de las víctimas de Karadima. “Juan Barros estaba parado ahí, mirando, cuando me abusaban a mí. No me lo contaron. Me pasó”, declaró para BBC Mundo (21/3/2015). También asegura que, como secretario del cardenal Juan Francisco Fresno, Barros recibió las primeras denuncias contra el depredador sexual chileno de sotana, y “simplemente las rompía”.

 

Pues ahora resulta que se acaba de hacer pública el viernes antepasado una grabación realizada en mayo de este año, en la que el Papa defiende a capa y espada al polémico obispo. “Piensen con la cabeza, no se dejen llevar de las narices de todos los zurdos que son los que armaron la cosa (…) Osorno sufre, sí, por tonta, porque (…) se deja llevar por las macanas que dice toda esa gente”.

 

Y nada. Uno ya no sabe qué pensar sobre el papa Francisco, el líder católico que hasta hace poco venía cayendo bien por sus gestos y golpes de efecto. O por sus populismos de impacto. O porque rompía el protocolo. O porque salía con una ocurrencia divertida. Y así. Así, hasta que vamos constatando en los hechos que Bergoglio solo es un placebo sonriente, y no un reformador. Y menos, el azote de sus pederastas.


TOMADO DE LA REPÚBLICA, 11 de octubre del 2015