Detesto intervenir en respuestas a comentarios idiotas porque siento que me distraen de mi propósito principal, que en este caso se trata de poner sobre la agenda pública el peligro de la pederastia en instituciones verticales y autoritarias, en las que el abuso del poder puede degenerar en abusos sexuales, entre otras cosas.

 

A este tópico nos hemos dedicado los últimos cuatro años y medio de nuestras vidas, Paola Ugaz y el autor de estas líneas. Y le hemos dado forma de publicación. Mitad monjes, mitad soldados (Planeta,2015), se llama el librito. Y se trata, creo, de un esfuerzo investigativo que ha supuesto, además del tiempo invertido, algunos costos personales que no viene a cuento ni siquiera mencionar. Pues como me dijo un amigo, “hay causas que implican pagar precios altos”.

 

En fin. Como resultado de emprender este trabajo largo, difícil y amargo, en torno al fundador de una organización como el Sodalitium Christianae Vitae, acostumbrada a responder virulentamente a cualquier tipo de señalamiento, nos abocamos a buscar testimonios que nos describan al creador de la institución y cómo era esta por dentro, y en el camino nos topamos con varios casos de abusos sexuales perpetrados por los sodálites Jeffrey Daniels, Germán Doig (el número dos durante muchos años, hasta que falleció) y el jefe máximo, Luis Fernando Figari, sobre el cual hemos recogido testimonios sobrecogedores y terribles. Y sobretodo, contundentes y verosímiles.

 

La reacción de los medios de comunicación y de la opinión pública han sido de indignación, lo que considero algo bastante positivo. Pues eso habla de una sociedad que está dispuesta a actuar, a reaccionar, y a no mantenerse pasiva.

 

No obstante, no faltan los bufones narcisistas y desaforados, quienes, si me preguntan, resultan deprimentes por el rol que cumplen en medio de denuncias tan graves como la que estamos tratando. Y terminan, en los hechos, convirtiéndose en anodinos chacales que esgrimen cualquier cosa con tal de figuretear desacreditando al mensajero.

 

Ahí está, por ejemplo, Luciano Revoredo, quien califica la investigación de “libraco sensacionalista”. Sin haberlo leído siquiera, adivinarán. Porque sus “argumentos” consisten meramente en chismes vocingleros, con desplantes de energúmeno, dándose más importancia de la que tiene.

 

“Debo decir a modo de testimonio personal, que durante aproximadamente un lustro de mi vida, allá por los años ochenta, participé activamente del Sodalicio como lo que en aquellos tiempos se llamaba las Agrupaciones Marianas. Durante todo ese tiempo, lo puedo decir bajo juramento, no vi nada fuera de lugar, no vi ningún acto de violencia ni ninguna aproximación de índole sexual de nadie abusando de su autoridad”,dice el figureti.

 

Y más adelante, con un servilismo inexplicable, además de huachafo, suelta: “Si volviera a tener dieciocho años, sin duda, volvería a tocar las puertas de esa gran obra de Dios”. Y añade que desde aquellos años no ha vuelto a ser parte de la vida del Sodalicio, y exclama histriónicamente: “No soy ni seré en adelante sodálite”.

 

Y claro, si me preguntan, efectivamente recuerdo a Revoredo de esas épocas, cuando era agrupado mariano, si mal no recuerdo, de Germán Doig. Aunque, en honor a la verdad, jamás fue sodálite. Supongo que lo dijo para darle solvencia a las monerías anteriores. Pero bueno. Si quieren mi testimonio, en plan “Huachaferías Revoredo”, también puedo decir que durante casi siete años de mi vida, en mis cuatro años de sodálite, y en los dos años y pico que viví en comunidad, tampoco vi ningún abuso sexual (y no voy a mencionar los abusos de poder, porque esos lo acaba de reconocer el superior general del SCV en las páginas de El Comercio, y que ojalá puedan leer Revoredo y compañía).

 

Por supuesto, el ridículo jamás menciona el libro ni a los autores. Solamente lanza una piedra al aire para luego esconder la mano, y referirse a mí –sin mencionarme, obvio, porque es la típica del cobarde- como “un periodista de escaso cacúmen”.

 

Y como la estupidez y los “cacógrafos” (como les decía Balzac) se activan en este tipo de oportunidades, apareció también en Facebook mi ex amigo Alfredo Maturo, ese sí exsodálite (a diferencia del farsante de Revoredo), y nuevamente, sin exhibir argumentos o ideas, sin ingenio y sin gramática, evoca o trata de subrayar la “relación cercana” que había entre mi director espiritual de entonces y el arriba firmante. ¿Sugiriendo acaso que pasó algo entre él y yo? Es que ser payaso, torpe y charlatán no excusa el ser vil.

 

Porque ese es el nivel de los críticos de la publicación y de los apologistas de Figari. Salpicar de pequeñas vilezas destinadas, no a refutar la investigación (que, encima, no han leído), sino a tratar de descalificarme moralmente. Inventando cosas. O distorsionándolas. O apelando a la calumnia y al insulto personal.

 

Sensacionalista. Abusado sexual. Resentido. Drogadicto. Que esto lo hago únicamente por plata. O porque soy un militante anticlerical que quiere destruir la obra de dios. Y no sé qué otros disparates y majaderías he leído por ahí en algunos blogs, en el Facebook y en el Twitter.

 

Sé que no le puedo reprochar a nadie ser un imbécil, porque contra la naturaleza de esta gente no puedo luchar. Pero a ver si les queda claro. Con individuos así me importa un pepino polemizar, porque un debate exige un mínimo de solvencia intelectual y de dignidad moral. No se discute con incoherentes que escriben con los pies, o son deshonestos, o se inventan temas personales con el objetivo de descalificar al otro, como hacen los difamadores profesionales: magnificando los errores y defectos que pueden existir, o fabricándolos en caso contrario.    

 

Sé que condescender a desmentir a un cretino inescrupuloso, además de inútil, es riesgoso. Porque la ineptitud para el debate limpio es una de las taras del país. Pero ni modo. Eso es lo que produce, a veces, la actitud fanática bajo el ropaje de la religión. Aunque no se requiere de la religión para apelar a la chatura y la bajeza.

 

Por último, no sé para que gasto tanta tinta si tengo la convicción de que la imbecilidad humana, la estupidez y la vileza, y los alacranes parlantes, jamás desaparecerán. Son abyectos impenitentes.