Carta abierta al Arzobispo de Lima y Primado del Perú


Me veo obligado, una vez más, a llevar mi opinión a un medio público. En esta ocasión, para responder a una pregunta personal del Arzobispo de Lima y Primado del Perú, Juan Luis Cipriani.


Desde su púlpito radial en el programa «Diálogo de Fe», de RPP Noticias, del sábado 30 de octubre, “pregunta a estos que denuncian”, con la empatía casi nula que le caracteriza: «¿Por qué no van a la Fiscalía? […] ¿Quién le impidió a usted?». 


La primera respuesta que se me viene a la cabeza, y perdura por algún tiempo es: «Pues… no lo sé». Déme un minuto más.


« ¿Por qué no van a la Fiscalía? »... ¿Quizás porque tenía quince años y había estado bajo un largo y severo régimen de adoctrinamiento y un malévolo sistema detalladamente descrito en el libro ("Mitad Monjes, Mitad Soldados") que suscita toda esta discusión? (Y, sí, era niño, Arzobispo).


"¿Quién le impidió a usted?"... me pregunta. Esa sí es fácil.


El fundador del Sodalitium Christianae Vitae, mi guía espiritual, Luis Fernando Figari Rodrigo, fue quien me lo impidió.


Él, durante dos largos años, tejió una pegajosa telaraña sobre mí, y para mantener esta carta sin censura, continuaré con la metáfora: ¿Realmente usted esperaba que justo después de que él clavase el aguijón envenenado en mí, y yo desconcertado, confuso y aturdido, colectase material destinado a aportar pruebas que puedan tipificar el delito? ¿Lo dice en serio?


Hemos tenido que esperar mucho tiempo para que dos valientes periodistas propicien la discusión que nos agita hoy.


Ellos compilaron testimonios de personas que pasamos por tragedias similares y han dedicado más de cuatro años y medio a una rigorosa pesquisa para contextualizar nuestras voces en un marco histórico para hacerlo público.


Esos mismos cuatro años y medio que el Tribunal Eclesiástico de Lima, que usted modera, guardó silencio para con nosotros, las víctimas, en los que tampoco tomó alguna prevención sobre el caso.


Y le ruego que no siga confundiendo a la opinión pública: Nadie espera que el Tribunal divulgue las denuncias. Lo que exigimos es una respuesta de la Iglesia a nosotros y que trabaje con «transparencia y rapidez» y no que use estos mismos adjetivos en huecas e inocuas declaraciones. 


¿No era prudente, sabiendo de la gravedad de las denuncias, haber tomado alguna medida que impida que el delito se repita? Se me hace aterrador imaginar la posibilidad que esto haya sucedido nuevamente, replicado, mientras que nuestras denuncias dormían en alguna oficina, porque (el Tribunal) «no es competente».


Usted debe comprender que no solo «necios» tengamos cierta falta de confianza en su inacción como «pastor que cuida de los lobos».


¿Por qué digo que los periodistas son valientes? Porque no nos afrentaron con esas preguntas que usted, ahora, nos hace. Porque ellos abrazaron el dolor de decenas de personas perjudicadas por un sujeto obsesionado por el sometimiento y salieron a investigar en busca de verdad y alertaron a la sociedad de los peligrosos riesgos a los que sus hijos están expuestos.


Me pregunto aquí, mientras escribo estas líneas, ¿cómo le puedo explicar a un arzobispo que el silencio indebido de la Iglesia hiere el corazón, daña la esperanza de las víctimas y pone en riesgo a nuestros jóvenes?


La respuesta que se plasma por el teclado, duele también: Es él, como representante de la Iglesia, «la cabeza visible de Cristo», quien debería explicármelo a mí y haber tomado, a tiempo, una actitud de protección con los damnificables. 


Y aquí haré un breve paréntesis. Deseo solicitar al visitador apostólico enviado al Sodalicio, Mons. Fortunato Pablo Urcey, que reconsidere su papel y evalúe la importancia de la misión que la Iglesia, a través del Arzobispo Rodríguez Carballo (Secretario de la Congregación de los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica), le ha confiado. 


No he podido leer, ni entrelíneas, que en el Decreto del Dicasterio le indiquen que su misión sea «hacer todo lo posible por salvar el carisma del SCV». Es justamente el carisma (que es el DNA del SCV, como diríamos modernamente) el que es transmitido por el fundador, quien en este caso está corrompido. Es un DNA malignamente mutado.


Y así, en cuanto cierren los ojos y consulten sus diccionarios por eufemismos, nosotros continuamos víctimas y otros de su grey expuestos a riesgos. No como en el caso (de las víctimas) del chileno Fernando Karadima y del mexicano Marcial Maciel, donde ellos ya se llaman «sobrevivientes». En cuanto no se haga justicia y la Iglesia no reaccione positivamente, seguiré siendo una víctima.


Finalmente, para aquellos que leyeron hasta aquí:  Sí, estoy con rabia y con furia. Las personas que me conocen, y saben de mi ecuanimidad, pueden sorprenderse.


Pero a todos les aseguro que no me escondo atrás de un seudónimo. Señor arzobispo, desde hace casi cinco años usted conoce mi nombre y sabe bien cómo contactarme. Está detallado en mi denuncia.


Si tiene otra duda, estoy --como siempre-- dispuesto a escucharlo en privado. Le responderé, de igual manera, en privado. Sin embargo, si usted me pregunta públicamente, me expresaré a través del púlpito de los ciudadanos, a través de una carta abierta en los medios de comunicación.


«Santiago»


(mi seudónimo en «Mitad Monjes, Mitad Soldados»)