Como escribe Renato Cisneros en su columna dominical de La República, “hubo un ‘Hay Festival’ privado para cada autor, compuesto de los momentos que más se disfrutaron”. Bueno, no sé el resto, pero a mí me pasó lo mismo que a Renato.

 

En mi inventario no hay pocos de esos momentos, valgan verdades. Uno de ellos fue la presentación de Martin Amis (Oxford, 1949), quien conversando con Peter Florence, el director del Hay Festival, en el Teatro Municipal de Arequipa, habló sobre el oficio de escribir.

 

“No se puede enseñar la genialidad. Todo escritor tiene al menos un poquito de genio. Eso se puede ver en diferentes grados en las novelas. Pero es posible enseñar las técnicas. Y también algunas rutinas. Si quieres ser un buen escritor, tienes que ser un buen lector. La lectura es tu destino y tu alimento”, comentó luego de explicitar que sus principales influencias fueron Vladimir Nabokov y Saul Bellow.

 

“Escribir viene de una ansiedad silenciosa”, le respondió a Florence mientras conversaban en el escenario decorado austeramente. Y al hablar sobre Experiencia, una de sus obras principales, señaló: “Escribir tus memorias es llegar al lector sin artificios”. Y remató explicando que una novela supone coherencia, que las cosas empaten.

 

A la media hora de la presentación de Amis, en la misma locación aparecía Fernando Savater dialogando con el escritor peruano Juan Manuel Robles. El auditorio estallaba de gente. Y en dicha cháchara, Savater habló de todo. De Religión. De ética. De política. De la vida. De la muerte. “El mayor pecado del ser humano es la pereza”, soltó en algún momento, aludiendo a que nos cansamos muy rápido de todo. Pero me gustó cuando trató de definir las dos actitudes humanas que suelen aparecer ante los acontecimientos que encierran problemas. “Hay quienes preguntan ‘¿qué va a pasar?’ mientras que otros se preguntan ‘¿qué vamos a hacer?’”.

 

Por cierto, en mi recuento personal fueron muy importantes las mesas en las que participé. En una de ellas me tocó ser moderador sobre un tema abierto a todo lo imaginable e inimaginable. El laberinto de la peruanidad, le bautizaron los organizadores y dejaron a mi libre albedrío el enfoque del mismo. En este conversatorio participaban Jose Ugaz, presidente de Transparencia Internacional, Gustavo Gorriti, director de IDL Reporteros y uno de los periodistas de investigación más destacados de la región, y Jorge Bedregal La Vera, historiador y docente de la Universidad Nacional San Agustín (UNSA). Al final, previa consulta con los panelistas, decidí aterrizar la cosa en la corrupción y en la debilidad de las instituciones peruanas. El Paraninfo de la UNSA se repletó y los protagonistas del debate no defraudaron.

 

En una hora exacta logré introducir tres preguntas para dejar al final quince minutos para la participación del público. La primera fue: ¿Es viable un país como el Perú, en el que la institucionalidad es un término vacío de contenido, y en el que la corrupción es un cáncer que ha hecho metástasis? La segunda: ¿Por qué los peruanos somos tolerantes a la corrupción? ¿Por qué convivimos pacíficamente con ella?¿Por qué somos indolentes frente a esta? ¿Por qué no nos movilizamos para emprender una campaña de limpieza de nuestras instituciones? Y la tercera y última: Si tuviésemos que fijar una agenda anticorrupción, ¿por dónde empezar,siendo conscientes de que no se pueden mejorar todas las instituciones a la vez?

 

Los tres ponentes coincidieron en que el principal problema del país era ese, la corrupción. Y cada uno de ellos dejó entre los presentes frases para el recuerdo. “Casi no existe en el Perú un periodismo que se respete”, apuntó Gorriti. Y a propósito del CADE que se acababa de realizar en Paracas, añadió: “Ni siquiera en CADE se habló mayormente de la corrupción. Era un tema que no parecía interesar mucho, o parecía estar fuera de lugar, o era como hablar de la soga en la casa del ahorcado”. Por su parte, Jose Ugaz narró una anécdota que ha recordado AlonsoCueto en su columna de La República, a propósito de una señora que yendo por el Circuito de Playas decidió echar papeles y basura a la pista, pero al momento de entrar al Club Regatas la misma señora al bajar del auto se acercó a un tacho a botar el resto de desperdicios que aun mantenía en su carro. ¿Por qué?

 

“Para esa mujer, no importa violar las leyes en la pista porque no considera a los habitantes de Chorrillos como sus iguales. Solo sigue las reglas dentro del Regatas porque allí sí siente que los socios merecen su respeto”, apuntó Ugaz.

 

No obstante, Gorriti tuvo un remate positivo. “Pese a todo estamos mucho mejor que antes (…) Hemos crecido básicamente gracias a nosotros y pese a ellos (en alusión a nuestra clase política)”.

 

La otra mesa que disfruté mucho fue aquella en la que participé como panelista junto al chileno Patricio ‘Pato’ Fernández Chadwick, director de The Clinic, y al británico Ed Vulliamy, periodista de The Guardian y The Observer, en torno al ensayo de investigación, que fue dirigida por Marco Zileri en laSala Mariano Melgar de la UNSA.

 

En ella, Vulliamy tuvo varias reflexiones geniales. Sobre el periodismo. Sobre el fundamentalismo. Sobre el poder. Sobre las guerras. “El periodismo consiste en juntar los puntos”, dijo por ahí. Y en referencia a aquella popular frase que reza: “No le digan a mi madre que soy periodista; prefiero que siga creyendo que toco el piano en un burdel”, concluyó en que “la vida sería mucho más sencilla si fuésemos pianistas en un burdel”.

 

Esa misma noche no pude llegar al cóctel ofrecido por el BBVA en la antigua Casa Ricketts debido a que Vulliamy y su encantadora asistente francesa, Florence, nos interceptaron a Gracia y a mí saliendo del hotel. Esa fue quizás una de las veladas más entrañables que guardaré entre mis recuerdos. Y de las más pintorescas, por cierto, pues nuestras conversaciones que versaron sobre esto y aquello, en medio de interminables y bien servidos whiskies irlandeses en las rocas, se dieron en una mezcla babélica de inglés, italiano, español, y hasta de francés.

 

Mención aparte fue la presentación de Mitad monjes, mitad soldados organizada por la Editorial Planeta en el Salón Consistorial de la Municipalidad de Arequipa, que no formó parte del programa del Hay Festival pero que no dejó de atraer a un nutrido público inesperado para Paola Ugaz y para mí. Incluyendo a miembros del Sodalicio. Uno de los adherentes sodálites presentes fue rotundo: "Todo lo que dice el libro es verdad". "Y a Figari hay que expulsarlo".

 

También fue un placer la charla sobre la Novela del padre entre Marcos Giralt Torrente y Renato Cisneros moderada genialmente por el novelista Jeremías Gamboa.

 

Y sobre la presentación del fotógrafo Daniel Mordzinski, quien describió su arte de una manera particular (“La fotografía sirve para rescatar trocitos de vida”), sobre la presentación de Mordzinski, decía, espero detenerme en otro artículo porque Mordzinski merece un espacio aparte. Por lo entrañable que me pareció el personaje. Y por lo grande e indispensable que significa su figura. El Hay Festival, creo, no sería lo mismo sin él dando vueltas y secuestrando escritores para llevárselos al estadio, a la campiña. O al cementerio, como hizo conmigo.     

 

Por último, los almuerzos y cocteles jugaron un rol integrador y distendido, además de divertido y ser un catalizador de actividades alrededor de las ideas y de la escritura. Y claro. Arequipa de paisaje permanente con su imponente Centro Histórico, preñado de casonas de sillar y templos de arquitectura colonial, le dio el toque mágico necesario a este Hay Festival.

 

Diez años atrás la cosa comenzó con Gabriel García Márquez y el clima en Gales. “Olvídate. Hay-on-Wye es demasiado frío y húmedo para él”, le dijo Carlos Fuentes a Peter Florence y a su padre, quienes empezaron esta iniciativa cultural en su pequeño pueblo en Reino Unido hace veintisiete años. “Vas a tener que llevarle el festival”, añadió Fuentes. Y eso fue lo que sucedió. El Hay Festival se trasladó a Cartagena de Indias.

 

Y ahora, gracias a Mario Vargas Llosa, otro titán de la literatura latinoamericana, el Hay llegó a Arequipa y superó largamente las expectativas del equipo organizador. Más de quince mil ciudadanos, llegados de todas partes del país, formaron parte del Hay Festival Arequipa. Las sedes se repletaron. Participaron más de ochenta ponentes. La gente estaba contenta y entusiasmada. Se vendieron libros a pastos. Cerca de trescientos universitarios participaron del Hay Joven. Y hay importantes instituciones privadas como la Fundación BBVA Continental que se han comprometido a seguir patrocinando el evento. 

 

Bill Clinton llamó alguna vez a este festival como “el Woodstock del pensamiento”. En cambio, para el político británico Tony Benn el Hay Festival en su mente “reemplazó a la navidad”. Y el periodista y escritor Jaime Bedoya en las páginas de El Dominical de El Comercio lo acaba de describir como una revolución cultural. Y razón no le falta, pues no se recuerda otro evento de esta naturaleza en nuestra historia cultural.

 

Como sea. Alegrémonos. Alegrémonos porque todo indica que el Hay llegó para quedarse. Y una noticia de estas no es moco de pavo. Por lo pronto, yo lo acabo de vivir y me ha impresionado hondamente y de manera vívida. Y es que, para citar nuevamente a Bedoya, “amoblar la cabeza también gratifica”.