“¡Ellos lo sabían y dejaron que sucediera! ¡Pudiste haber sido tú, pude haber sido yo, pudo haber sido cualquiera de nosotros! ¡Tenemos que atrapar a estos bastardos. Tenemos que mostrarle a la gente que nadie puede salirse con la suya. Ni siquiera un sacerdote o un cardenal ni el maldito papa!”, exclama enfurecido el periodista Michael Rezendes (interpretado magníficamente por Mark Ruffalo) ante el equipo de investigación de The Boston Globe, denominado Spotlight y que es capitaneado por su editor Walter ‘Robby’ Robinson (cuyo papel encarna el genial Michael Keaton). 


Pues resulta que, luego de ver la peli, debo confesar que es una de las que más me han impactado en los últimos tiempos. Quizás porque me he sentido identificado con la sensación de impotencia del periodista Rezendes, con la culpa que siente al final ‘Robby’, con la desazón que experimenta Sacha Pfeiffer luego de conversar con las víctimas sexuales de los depredadores ensotanados de Boston. 

 

Si no conocen la historia, se las cuento en corto. La cinta narra la investigación periodística que reveló en escalas impensadas el fenómeno monstruoso de la pedofilia clerical en Boston, Estados Unidos, y que luego tuvo un efecto de bomba racimo a nivel global, pues a partir de la divulgación de los más de seiscientos reportajes que el Boston Globe publicó denunciando los innumerables casos de abusos sexuales perpetrados por representantes de la iglesia católica y que fueron ocultos y encubiertos por las autoridades eclesiales, la prensa norteamericana y europea le puso el foco a este cáncer.

 

Es verdad que hay precedentes importantes a lo logrado por el equipo de Spotlight, como el informe elaborado en 1985 por el sacerdote dominico Thomas Doyle, quien contó con el apoyo invalorable del cardenal italiano Silvio Oddi (1910-2001) y era entonces prefecto de la Congregación para el Clero. Lamentablemente, el reporte de Doyle con información precisa que cuantificaba lo que estaba ocurriendo en el seno de la iglesia fue enterrado por el papa Juan Pablo II. El pontífice polaco simplemente ignoró y escamoteó el problema. 

 

También hay que destacar el acucioso trabajo de los periodistas Jason Berry y Gerald Renner, quienes en 1997 reventaron en el diario norteamericano The Hartford Courant una crónica investigativa contundente dando cuenta del historial de perversiones del mexicano Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo. Desgraciadamente, Juan Pablo II decidió también en este caso cobijar y abrigar al mayor pederasta que ha parido la iglesia en América Latina. Y lo nombró “modelo de la juventud”, así como “representante personal” en eventos vaticanos relevantes. De esa forma, el jefe de la iglesia se convirtió en su principal protector. Y optó por avalar el encubrimiento y hacerse de la vista gorda, institucionalizando esta suerte de protocolo perverso y diabólico que consistía en que, cuando un religioso abusaba sexualmente de un menor, la iglesia –con el pretexto de defender la reputación de la institución– defendía al pedófilo, luego lo escondía, y más tarde lo trasladaba para eludir la justicia y el escándalo.

 

Pero volviendo al filme que se estrena en el Perú el próximo 4 de febrero, si me preguntan qué tal, pues se las recomiendo. Es, en mi pequeña opinión, una película fundamental. Pues sirve para tratar de entender un problema que muchas veces ocurre delante de nuestras narices, y no lo vemos. O lo minimizamos. O lo relativizamos. O hasta le encontramos alguna justificación. Como aquella que expresa el defensor y amigo del cardenal y arzobispo de Boston, Bernard Law, quien encubrió centenares de casos de abusos sexuales: “La gente necesita a la iglesia. Más que nunca, ahora mismo. Y el cardenal, ya sabes, el cardenal tal vez no es perfecto, pero no podemos descartar todo el bien que se ha hecho por unas pocas manzanas podridas”.

 

Porque esa ha sido la práctica inveterada del Vaticano: quiere que creamos que solo se trata de unas “pocas manzanas podridas”, cuando el fenómeno sigue creciendo y sofisticándose, tal cual se está viendo con claridad en el caso del peruano Luis Fernando Figari, fundador del Sodalicio de Vida Cristiana, quien pareciera ser encubierto y protegido por los líderes de su propia institución, casi, casi como si intuyeran que, de caer el fundador, quedarían en evidencia sus cómplices y alcahuetes, que, al parecer, no son pocos. 

 

Como sea. La labor del Globe tuvo la virtud de conmover a la sociedad norteamericana, de alertar al mundo entero y motivar a muchos periodistas y medios de todas partes para poner en la mira la pederastia religiosa. Con la investigación de Spotlight, el diario se ganó el Pulitzer en el 2003. Y ya adivinarán lo que ocurrió con el cardenal Bernard Law. Una vez más, “el santo de los pederastas”, Karol Wojtyla, lo eyectó de Boston para ofrecerle inmunidad diplomática en el Vaticano, donde vive actualmente con la bendición del papa Francisco. 

 

Por cierto, los testimonios de las víctimas fueron claves. Y el enorme y paciente y laborioso esfuerzo investigativo del equipo de Spotlight hizo la diferencia y cambió las percepciones. O como diría Marty Baron, el jefe de redacción: “Para mí este tipo de historias es por lo que nos dedicamos a esto”.