Me gustó tanto el Hay Festival de Arequipa que cuando me enteré del Hay en Cartagena de Indias me trepé con Gracia a un avión, y zuácate, de súbito ya estábamos ahí, zambulléndonos en el calor abrasador de esta ciudad, que, sin duda, debe ser la más hermosa del continente, con ese inapreciable centro histórico, rodeado por recias murallas diseñadas para enfrentar a corsarios malencarados. Y hay que ver lo que son sus estrechas y preciosas callecitas preñadas de balcones floridos, balcones coloniales, balcones republicanos, de arquitectura antigua y espléndida, restaurada hasta el milímetro. 

 

Y bueno. Como no podía ser de otra manera, arribamos a la ciudad en medio de la alarma ante la llegada del atemorizante mosquito que transmite el virus de zika, de un escandalazo que acusaba al Defensor del Pueblo de Colombia por acosar sexualmente a su guapa secretaria personal y del denominado Proceso de Paz que aspira a ponerle fin a un conflicto que viene durando cincuenta largos años. 

 

Pero nada de eso opacó ni por un segundo la undécima versión del Hay Festival de Cartagena de Indias, un portentoso evento que atrae gente de todas partes del mundo, y que en esta oportunidad tenía un particular acento en la cosa económica. Pero obvio. No era un Hay económico, sino uno absolutamente variado y diverso en el que había ciento cincuenta invitados de diecinueve países, que se distribuyeron en ciento cuarenta y cuatro eventos que convocaron a más de cincuenta y cinco mil personas. 

 

Y es que, como escribió hace unos días Dante Trujillo en El Comercio, “la oferta es tan rica que lo más difícil termina siendo escoger a cuál charla asistir”. Vaya por delante que hablamos de cuatro eventos que se realizan a la vez, que compiten entre sí y donde uno es tan bueno como el otro, y que encima se producen a un ritmo acelerado y sin tregua que, en lugar de producir cansancio o agotamiento, absorben como si se tratasen de agujeros negros. Tal cual. 

 

Y ya ven. En menos de un respiro uno ya estaba saltando del espléndido y acogedor auditorio del Teatro Adolfo Mejía al Salón Santa Clara del Hotel Sofitel o al claustro de Santo Domingo donde se encuentra el Centro de Cooperación Española, y en ese plan. 

 

Pero fíjense en lo que digo: el Hay es bastante exigente pero al mismo tiempo se disfruta con estimulante placer. Porque uno va a aprender. Porque uno va a escuchar historias. Porque uno va a pensar. Y a discutir. Y a dejarse llevar por la curiosidad. Y a auscultar ideas que muchas veces resultan novedosas o distintas a las que manteníamos como piñones fijos en la cabeza.  

 

Hubo algunas ausencias notables, por cierto, como el caso del Nobel Le Clézio o el también premiado economista Joseph Stiglitz, o el escritor Andrés Trapiello, o el director de El Tiempo, Roberto Pombo. Pero si me preguntan, la dinámica del Hay Cartagena discurrió de tal manera que casi ni se sintieron. Lo digo en serio. Pues las claves del éxito del Hay saltan a la vista: buenos invitados, buenos temas, buenos animadores, ubicados en uno de los mejores lugares del mundo. 

 

Disfruté muchísimo, por ejemplo, el panel denominado Periodismo en tiempos de cólera, en el que interactuaban los periodistas Jorge Lanata de Argentina y Miguel Enrique Otero de Venezuela, quienes discutieron a sus anchas sobre la relación entre el periodismo y el poder; sobre la prensa en la era de los Kirchner y durante el agobiante e inacabable chavismo. “Si no hacemos nada para que las cosas cambien, nada va a pasar”, dijo Lanata, tratando de explicar el tantas veces frustrante oficio del periodista, en el cual se le va a uno la vida haciendo preguntas, denunciando los abusos del poder, levantando alfombras para contar lo que uno ve debajo de ellas. 

 

Y nada. Como en el Hay no existe un punto final, del periodismo saltamos a escuchar al novelista británico de origen pakistaní, Hanif Kureishi, en diálogo con el periodista Jonathan Levi. Kureishi apareció vestido totalmente de negro. Desde la camisa que llevaba con las mangas remangadas hasta las zapatillas All Star. Levi lo presentó como el “campeón de lo incómodo”. “Porque eso es lo que hacen los escritores: transmitir a los demás cosas que le sacuden a uno”, enfatizó Kureishi, quien, para que no queden dudas sobre el fondo del aserto, añadió: “Si tu madre no queda horrorizada, entonces estás escribiendo algo que no vale la pena”. 

 

Reconozco que fue una revelación gratificante oírlo, pues Kureishi es una suerte de amante del escepticismo, de la desobediencia, y de la controversia. “Besarle el culo a dios es como besarle el culo a Fidel Castro”, soltó en alusión a los fundamentalismos religiosos. 

 

Total, en menos de lo que dura un rumboso vallenato, se acabó el Hay. Pero mucho ojito. Nos enteramos que el de Arequipa ya tiene fecha, y será en los primeros días de noviembre. Se los digo para que vayan anotando y separando esas fechas. Después no vengan con que no se les avisó. Pues su segunda edición promete más que la primera. Bueno. Es lo que dicen sus eficientes organizadoras. Y yo les creo. 


TOMADO DE LA REPÚBLICA 7/2/2016