Las columnas de opinión no cambian la realidad, pero algunas ayudan a esclarecer algunos puntos, o casi. Esta pretende ser de las aclaratorias. Bueno. El otro día me escribió el ex sodálite Jeffrey Daniels desde este correo: jdaniels20162016@gmail.com. ¿Qué me decía? Pues un bulo. “Pedro, me hubiera gustado que me hubieses contactado antes de publicar tu libro (en alusión a Mitad monjes, mitad soldados). Gracias”. Tal cual. En plan de víctima y tono de ‘pobrecito, el angelito’. 

 

Y claro. Quienes me conocen pueden imaginarse el cuadro. Porque una cosa que ocurrió luego de ir escuchando los diferentes testimonios que fuimos recogiendo con Paola Ugaz en la investigación que hicimos fue tratar de ubicar y contactar como sea a Jeffrey, a quien conocí de los tiempos que transité por el Sodalitium. Porque los graves y serísimos señalamientos apuntaban a que Daniels era uno de los pederastas seriales que engendró esta sociedad de vida apostólica. Finalmente, el testimonio de ‘Tito’ fue lapidario. Y decisivo. Como fue aun más contundente el del valiente y corajudo Álvaro Urbina, que publicamos aquí la semana pasada, al alimón con el blog Las líneas torcidas, de Martín Scheuch. Si había alguna duda, ella se esfumó con lo revelado por Urbina. 

 

Pero volviendo al correo de Daniels. Le respondí en una. Sin un previo amago de “buenas tardes”, ni “hola”, ni “estimado”, ni nada. Como el suyo, digamos. Y ahí reiteré algo que Jeffrey sabía muy bien. A través de un amigo en común, que por suerte es más amigo de la verdad que de Jeffrey, mis coordenadas le llegaron a él cuando estábamos en plena búsqueda de información sobre los ‘tesoros’ mejor guardados del Sodalicio, para que hablara conmigo e hiciera sus descargos. Pero nada. El fantasmal Jeffrey Daniels jamás estableció contacto conmigo. Jamás. 

 

Y hace poco, a propósito del informe que publicamos con Paola el último domingo en este papel, apelé nuevamente a los buenos oficios del amigo en común y en esa ocasión el mensaje fue más específico que nunca. Queríamos escuchar su versión. “Nos gustaría conocer qué tiene que decir sobre lo que señalan las personas que le acusan”, fue el mensaje que le transmití. Y ya adivinarán. Nunca nos respondió… Hasta ahora. 

 

Inmediatamente, Pao, quien nunca se queda quieta, le escribió otro mail. Y qué creen. Los correos comenzaron a rebotar, uno tras otro. Al parecer, Jeffrey creó la dirección de marras solo para estampar dicho texto, sabe dios con qué intención. Casi al mismo tiempo, un buen samaritano colgó en mi muro de Facebook el teléfono y la dirección de Daniels en Antioch, Illinois. Y Pao llamó. Pero el cauteloso Jeffrey no contesta llamadas que su teléfono no reconoce. Y una vez más, nos evitó. 

 

Así las cosas, y conscientes de que existen más testimonios contra él, y que ya tenemos identificados, solamente quería subrayar que nos ratificamos en las pesquisas que lo muestran como un pedófilo y un depredador sexual de menores. 

 

Dicho esto, también creo que queda claro que el Sodalicio lo encubrió. Lo ocultó. Lo escondió en un cuarto en San Bartolo. E incluso simuló que su aislamiento estaba relacionado a una crisis vocacional. Y cuando se fue, porque nunca lo expulsaron, doraron la píldora con el siguiente argumento oficial: “La espiritualidad sodálite no puede acoger monjes, y por ello Jeffrey tuvo que dejar el Sodalitium”. Figúrense.

 

Ello lo admite –aunque omitiendo todos estos detalles– el propio Alessandro Moroni en la entrevista que le hizo Sandra Belaunde en las páginas de El Comercio (25/10/2015). No obstante, pese a que hay testigos que señalan como encubridores a Luis Fernando Figari, Germán Doig, Alfredo Garland y Óscar Tokumura, hasta ahora la única acción concreta que se conoce ha sido la de sacar del país a Tokumura, destinándolo a una comunidad sodálite en Buenos Aires, Argentina. Lejos de la convulsionada Lima. No particularmente por este caso, déjenme aclarar, sino por todas las cosas que se guardan en la enorme mochila de este violento sodálite de barriga cervecera, quien, por lo que comentan todos los que le conocen, es de los que te cruzas de noche y echas mano a la navaja antes de que la saque él. 

 

El Sodalicio, dicho sea de paso, no quiere hablar con La República de estos tópicos truculentos que involucran a la institución. “Los temas y preguntas que nos han estado dirigiendo los hemos esclarecido exhaustivamente con las instancias competentes. Es todo lo que tenemos por declarar”, nos respondió Fernando Vidal, número dos del Sodalicio y asistente de comunicaciones. Cargo curioso, si me preguntan, porque este sodálite es un especialista en enmascarar la verdad y no comunicar nada. Allá ellos. Los sodálites, digo. Pues quien los esté asesorando en manejar esta crisis que están enfrentando solo está postergando lo inevitable: que la verdad se abra paso. 

 

Porque a estas alturas, déjenme añadir, conmueve ver todavía cómo la gente buena que queda, que no es poca, da por sentado que el Sodalicio hará lo correcto. Pero claro. Si se pusieran en los zapatos de quienes estamos pidiendo explicaciones desde hace cinco años, se enterarían de que los jerarcas parecieran estar esperando que el tiempo pase y borre todo, mientras se rascan la entrepierna, sin prisa. 


TOMADO DE LA REPÚBLICA 27/3/2016