¿Casos aislados? El vicario general del Sodalicio, Fernando Vidal Castellanos, le dijo a BBC Mundo que los abusos revelados en Mitad monjes, mitad soldados son “casos aislados”, pese a que 30 testimonios acusan a esta institución de maltratos en casi 40 años. Aquí otra decena de exsodálites abordan este tópico recurrente y que parece formar parte del ADN de esta institución católica.


Escriben Pedro SalinasPaola Ugaz


La contundencia de las reacciones respecto de los abusos físicos y psicológicos suena como un puñetazo sobre la mesa. “San Bartolo era una maquinaria de abuso”, dice Eduardo Ayala, quien vivió siete años en comunidades sodálites. “(El abuso) era parte del sistema”, sentencia Óscar Osterling, quien permaneció veinte años en casas del Sodalicio. “(Los atropellos) se hacían de una manera programada, consciente, sistemática y metodológica”, apostilla Gustavo Salinas Rojas, quien se mantuvo ocho años en dicha organización. “La verdad es que no era consciente de los abusos hasta la lectura de Mitad monjes, mitad soldados. Y aún me cuesta aceptar el término ‘abusado’”, añade Gustavo. 

 

El terror como sistema

Otro exsodálite que estuvo 16  años en comunidades sodálites y prefiere no revelar su nombre, pues acaba de retirarse recientemente y ha iniciado una terapia intensa porque considera que el Sodalicio le ha producido daños psicológicos (está diagnosticado con un trastorno depresivo medio), nos suelta un rosario de anécdotas que evidencian los vejámenes sistémicos al interior de la sociedad de vida apostólica. 

 

“Yo le tenía miedo a (Óscar) Tokumura. Escuchaba sus gritos destemplados y literalmente temblaba. Y en alguna ocasión me oriné en los pantalones. Había una especie de conductismo malsano. A mí, como a muchos, nos trataba de ‘hijo de perra’, entre otros insultos muy fuertes y nos pegaba frecuentemente en la cara. (En las comunidades sodálites) se vivían cosas muy fuertes y duras que te sobrepasaban y que tenías que aguantar, porque eran parte del ‘estilo sodálite’, y que supuestamente te ayudaban a ser recio, en la lógica de que ‘lo único que no puede hacer un sodálite es parir’. Yo he visto a algunos orinar sangre después de recibir golpes a discreción y sin contemplaciones en el estómago”, relata este exsodálite que ha presentado hace poco una demanda contra el Sodalicio ante el Tribunal Eclesiástico.

 

“El acto de mayor violencia que he presenciado en mi vida fue cometido por Sandro Moroni (el actual superior general del Sodalicio), quien le propinó una cachetada a Carlos Arturo Tolmos. Nunca había visto dar un golpe con tanta ira. Y en otra oportunidad, porque me olvidé de hacer un cumplido, Moroni puso su cara a veinte centímetros de la mía y comenzó a mentarme la madre y a soltarme una sarta de insultos, hasta que de pronto me ordenó con más agravios: ‘Abre las piernas, mierda, que te voy a patear los huevos’. Yo me acuerdo que trataba de obedecer, pero no podía… No sé cuánto duró esta situación, y al final no me pateó, pero recuerdo el pánico y la forma cómo me oriné encima”, evoca Óscar Osterling. En otra ocasión, a él y a otros dos correligionarios, Luis Fernando Figari, acompañado del sodálite Jürgen Daum (quien hoy es sacerdote), les ordenó desnudarse y quedarse en calzoncillos mientras eran filmados.

 

Otro exsodálite, quien nos ruega mantener su nombre en reserva y que vivió diez años entre sodálites, en la misma línea que los anteriores, evoca extralimitaciones y arbitrariedades perpetradas por Daniel Cardó y José Alfredo Cabrera. Hoy por hoy, este exsodálite acaba de terminar un largo itinerario de visitas a profesionales médicos debido a un problema físico que le apareció cuando moraba bajo techos sodálites. Le han detectado una enfermedad neurológica denominada ‘disfonía espasmódica’. Es degenerativa y no tiene cura. Las causas no se conocen, pero el organismo genera espasmos involuntarios en la laringe que, a su vez, presionan las cuerdas vocales, y en consecuencia, la voz le sale como si lo estuviesen estrangulando. No obstante, cuando finalmente llegó al neurólogo que le detectó el mal, este le preguntó: ‘¿Has pasado por alguna etapa larga de estrés o de depresión?’.

 

Actualmente está siguiendo un tratamiento que consiste en inyectarse botox cada seis u ocho meses. Para poder hablar. “Evidentemente –nos cuenta– el médico nunca me dijo: ‘La culpa es del Sodalicio’. Pero si me preguntan, la única explicación que tengo es ese ritmo de vida que es incompatible con lo normal o lo humanitario". 


Los daños físicos


Elías Mindreau habitó cinco años en centros sodálites, cuatro de ellos en San Bartolo. “Actualmente tengo una empresa productora deportiva de fútbol. Lamentablemente, yo que he sido pelotero, no puedo jugar fútbol porque en San Bartolo nos obligaban a usar unas sandalias que eran fabricadas por sodálites, que, por cierto, no tenían ninguna experiencia en confeccionar sandalias. Y si te tocaban mal hechas, igual tenías que usarlas, y a veces por años, pues si te veían usando zapatillas o zapatos, y no habías pedido permiso, había consecuencias. Al final, siempre terminabas volviendo a usar las sandalias con la cinta de cuero mal puesta y tenías que caminar con ellas. Hasta el día de hoy mantengo un malestar en el pie que relaciono con el asunto de las sandalias”, explica. 

 

El exsodálite Martín Balbuena (seis años establecido en comunidad) refuerza la historia de Mindreau, pues también rememora una visita al médico, el cual cuando lo examinó le dijo: ‘Oye, qué pasa con tus pies. ¿Qué estás haciendo?’. Cuando le conté mi rutina de correr distancias largas descalzo, o meterme al agua a pesar de los erizos, en una ribera que no es la más limpia del mundo y donde las infecciones no eran extrañas, no lo podía creer. Nos hacíamos puré los pies. Tampoco me creyó cuando le conté que no usaba jabón cuando me bañaba, sino solo champú. ‘¿Por qué usas champú solamente?’, me preguntó el doctor. Y le respondí: ‘Porque mi superior no me deja’. Pero hay una cosa que recuerdo hasta hoy y que me hizo sentir indignado e impotente. Fue cuando castigaron al sodálite RPS, a quien lo hicieron correr incontables veces unas distancias interminables porque no sé qué hizo. El castigo era que tenía que batir su récord, y si no lo superaba, tenía que empezar de nuevo hasta romperlo. De lo contrario, tenía que “seguir corriendo por toda la eternidad”, como le ordenó el formador. El tema es que a mí me castigaron con él y tuve que acompañarlo en las primeras carreras, hasta que en una de ellas me percaté que estaba defecando mientras corría, y tuve que detenerlo y obligarlo a regresar a la casa con los pantalones  manchados. El formador le ordenó que se bañe, pero le dijo que al día siguiente debía empezar de nuevo y no parar hasta batir su récord… “.

 

Otro exsodálite anónimo cohabitó doce años con formadores y superiores al estilo Tokumura. Un buen día, su superior, un jerarca importante del grupo religioso, le dibujó un muñeco en una pizarra y le pidió que escribiera al costado del monigote todos sus defectos. Y poco a poco la lista de tachas y deformidades e imperfecciones creció hasta que, de súbito, el superior le dijo: ‘Ese tipo de la pizarra es tu viejo’”.

 

Quisimos tener la versión de Alessandro Moroni, superior general del Sodalicio, y la de Fernando Vidal, vicario general y asistente de comunicaciones, y la de Óscar Tokumura, pero jamás nos respondieron. 


La obediencia


La formación y la espiritualidad sodálites, concebidas por Luis Fernando Figari y Germán Doig, siempre estuvieron orientadas a quebrar la voluntad de las personas y someterlas, a través de órdenes absurdas e introspecciones bautizadas como “correcciones fraternas”. La obediencia, en el pensamiento sodálite, lo es todo. Porque el que obedece nunca se equivoca. La obediencia debe ser incondicional, como la del Hijo hacia el Padre, como el fiat, o el ‘hágase’, de María, la madre del Señor Jesús.  


¿Qué es lo que debe pasar con el Sodalicio?

Estos exsodálites que todavía no terminan de procesar su condición de víctimas de un sistema injusto lanzan algunas hipótesis sobre lo que debería suceder con el Sodalicio. “Deberían cerrarlo, congelar sus bienes y con ellos reparar a toda esa gente a la que le han robado años valiosos de sus vidas” (Eduardo Ayala). “Debe desaparecer” (Martín Balbuena y Elías Mindreau). “Debería disolverse” (Gustavo Salinas y uno de los exsodálites anónimos). “Tienen que borrarlo del mapa, cerrarlo, clausurarlo, pues me cuesta mucho creer que se trate de una obra buena y querida por Dios” (el otro exsodálite que pidió proteger su identidad). 

 

“Además de expulsar a Figari deberían sacar a toda la cúpula y expulsar a todos los malvados, y recién ahí pensar en refundarse. Ahora bien, creo que lo que debería pasar no se va a dar. Me temo que no habrá cambios sustantivos. Las torpezas que siguen cometiendo, como las expresadas por Fernando Vidal, indican que estos tipos están en otra frecuencia. Ni siquiera entienden el momento que están viviendo” (Óscar Osterling).

 

"Se anula la personalidad de los militantes"

Jorge Bruce

Psicoanalista

 

La lógica del maltrato físico y psicológico en este tipo de instituciones es la anulación de la personalidad de sus militantes. 

 

Estos maltratos gradualmente impiden que estas personas piensen por su cuenta. La organización tiene como sustrato la pulsión de dominio y, a un nivel más perverso, el abuso sexual y psicológico. En esto se parecen todas las organizaciones totalitarias, desde los jemeres rojos hasta Sendero Luminoso, desde el Opus Dei hasta los Legionarios de Cristo. 

 

Mientras menos vida mental propia, mientras menos dueños sean de sus cuerpos, más fácilmente pueden ser colocados al servicio de la organización y de sus amos. Son estos los que gozan, como en Matrix, de la energía vital y mental de los dominados. 


TOMADO DE LA REPÚBLICA, 27/3/2016