Lorena es el nombre de la periodista de ATV que lo sacó del cuadro a Alessandro Moroni, quien venía repitiendo un soporífero libreto a su salida del ministerio público. Y claro. Ya lo habrán visto quienes están siguiendo esta larguísima telenovela. En la entrevista de RPP y en su videocomunicado del 5 de abril. El lenguaje corporal del superior general del Sodalicio de Vida Cristiana no es tan acompasado ni armónico como el de un artista de Broadway, digamos.

 

Cuando lo sacan de su espacio de confort y lo confrontan con una verdad incómoda, Sandro se descomputa, le tiembla la voz, hace muecas, mueve las cejas, frunce el ceño, no frasea bien, y hasta un ligero acento chileno, de los tiempos que le tocó vivir en Santiago, borbotea en sus labios y le sale de súbito como un tic. Y bueno. En ese plan.

 

La pregunta de Lorena venía escuchándose tenuemente por debajo de las voces de los otros reporteros que se imponían hablando más fuerte, e incluso uno le espetó: “¿Es que no pueden aceptar que han causado daños psicológicos?”. Y nada. Finalmente la periodista de ATV, apenas tuvo ocasión, se la soltó en la cara. 

 

Y Moroni respondió: “Puedo haber cometido errores, puedo haber cometido pecados, pero rechazo cualquier acusación de algún tipo de abuso psicológico que yo pueda haber cometido”. O algo así.

 

Y yo, confieso que cuando le escuché, me inundé de indignación. Porque lo que dijo no es cierto. O sea, es una mentira. Un engaño. Una falsedad. Y a los testimonios me remito:

 

1)    En la investigación periodística Mitad monjes, mitad soldados (Planeta, 2015) que escribimos con Paola Ugaz, en la página 256, se narra un incidente que sufre “Mateo”, quien, ya se sabe por él mismo que se trata del colombiano Alejo Pereira. En su manifiesto, Pereira declara que Alessandro Moroni en una oportunidad le encajó una bofetada estrepitosa y sin contemplaciones. Ya no recuerda la razón, pero sí la violencia y el dolor.

2)    En uno de los informes especiales que hemos venido publicando con Pao en las páginas de La República, haciéndole seguimiento a los abusos del Sodalicio, el exsodálite Óscar Osterling relata lo siguiente: “El acto de mayor violencia que he presenciado en mi vida fue cometido por Sandro Moroni, quien le propinó una cachetada a Carlos Arturo Tolmos. Nunca había visto dar un golpe con tanta ira”.

3)    El propio Osterling, en la misma nota cuenta otro episodio que le ocurrió a él mismo. “Porque me olvidé de hacer un cumplido, Moroni puso su cara a veinte centímetros de la mía y comenzó a mentarme la madre y a soltarme una sarta de insultos, hasta que de pronto me ordenó con más agravios: ‘¡Abre las piernas, mierda, que te voy a patear los huevos!’. Me acuerdo que trataba de obedecer, pero no podía… No sé cuánto duró esta situación, y al final no me pateó, pero recuerdo el pánico y la forma cómo me oriné encima”. Por cierto, Osterling, como yo, al escuchar las declaraciones de Sandro saliendo de las instalaciones del ministerio público, sentimos honda repulsa. Y Óscar Osterling le escribió inmediatamente exigiéndole una explicación. Y qué creen. Hasta ahora sigue esperando la respuesta.

4)    A mediados del año dos mil, cuando Sandro Moroni era el superior de la comunidad de Santiago de Chile, el entonces sodálite Vicente López de Romaña se le acercó para comentarle, con una honestidad cristalina (poco usual entre muchos sodálites) que no podía con el celibato, que le era casi imposible no entrar a la computadora para ver porno, y que se masturbaba. La reacción de Moroni, adivinarán, no tuvo nada de comprensiva. El primer reflejo del superior actual del Sodalitium fue infligirle un golpe implacable en el rostro y putearlo con argumentos delirantes y desopilantes. Todos con alusión a la culpa, al Maligno, a la traición, y a todos los tópicos atrabiliarios inculcados por el propio Luis Fernando Figari a sus discípulos.

5)    Ayer, en Caretas, el arequipeño Jaime Veramendi evocaba la violencia con la que Alessandro Moroni, confabulado con Andrés Tapia y Aldo Giacchetti, consentían la violencia que ejercían los “instructores” de las agrupaciones marianas contra sus prosélitos.

6)    También hay historias tales como que le hacía dibujar a sus “dirigidos espirituales” en una pizarra una silueta de una persona, la cual representaba al adepto, para pedirle luego que escriba al costado de esta todas sus taras y defectos… complejo de cholo, de inferioridad, libidinoso, pajero, miserable, mequetrefe, cagado, cutre, mezquino, infeliz, desgraciado, sórdido, piojoso, pusilánime, granuja, infame, abyecto, despreciable, y así, hasta que el sodálite terminaba extenuado y abochornado de exhibir y escribir todas sus miserias humanas. Al final del ejercicio, Moroni les decía: “Ese tipo de la pizarra es tu viejo”.

7)    Y hay más. En una ocasión le arrojó con virulencia un adorno de cerámica al sacerdote sodálite Javier Len, aturdiéndolo severamente, pues le cayó en la cabeza. Y en otra, usando una toalla enrollada como látigo la emprendió contra otro militante. Y así.

 

La lista de abusos de Moroni es más larga, adivinarán. Pero creo que es suficiente con lo mostrado. Y que conste que no me lo he inventado yo. Lamentablemente, la mayoría de estas historias me las contaron diferentes exsodálites, que no sabía que existían, y, en consecuencia, nunca hablaron para Mitad monjes, mitad soldados. De lo contrario, no habría sido tan benevolente en el trato que le damos a Moroni en el libro.

 

Cuando escribimos la publicación, solo teníamos la narración de Alejo Pereyra, y yo quise creer que se trataba de un hecho aislado, pues como lo expongo al final de Mitad monjes... , a Sandro Moroni, con quien entré al Sodalitium al mismo tiempo, terminando el último año de secundaria, lo consideré uno de mis mejores amigos dentro de la institución. Y creía conocerlo. Y asumí, equivocadamente, que el generoso corazón de Sandro continuaba incorrupto y mantenía su buena entraña. Es más. Las veces que conversé con él en el transcurso de la investigación, me quedé con la errada sensación de que Sandro podía hacer la diferencia y marcar un hito en el Sodalitium. Expulsando a Figari y refundando dicha asociación religiosa y católica. 

 

Ahora bien, como dice el psicoanalista Jorge Bruce, “la lógica del maltrato físico y psicológico en este tipo de instituciones es la anulación de las personalidades de sus militantes. Estos maltratos gradualmente impiden que estas personas piensen por su cuenta. La organización tiene como sustrato la pulsión del dominio y, a un nivel más perverso, el abuso sexual y psicológico. En esto se parecen todas las organizaciones totalitarias, desde los jemeres rojos hasta Sendero Luminoso, desde el Opus Dei hasta los Legionarios de Cristo. Mientras menos vida mental propia, mientras menos dueños sean de sus cuerpos, más fácilmente pueden ser colocados al servicio de la organización”.

 

En la entrevista que le hizo Sandra Belaunde, de El Comercio, hacia fines de octubre del año pasado, Moroni afirma: “Nunca me he sentido abusado ni he experimentado, ni sufrido en la comunidad ningún abuso sexual ni he visto algún caso. Pero sí participé del rigor y las órdenes injustas en el marco de esta lógica de ser mejor y más fuerte”.

 

Esta es otra mentira del tamaño de la catedral. Porque a ver. Yo he vivido con Sandro en las casas de San Bartolo –que eran los centros de experimentación de nuestro Mengele autóctono, Luis Fernando Figari- y puedo atestiguar que Moroni fue maltratado física y psicológicamente en reiteradas oportunidades a lo largo del año que nos tocó compartir el mismo techo. Hay exsodálites, como Enrique Delgado, otro de los amigos más cercanos a Sandro, que podrían corroborarlo (dicho sea de paso, aprovecho para comentar que Enrique no declaró para Mitad monjes, mitad soldados; y no porque no quisiera, sino que su testimonio y el de otros tantos que aceptaron compartir sus experiencias ya no se pudieron incluir por un asunto de tiempos y espacio: Mitad monjes, mitad soldados pudo ser, tranquilamente, un libro de mil páginas, pero esa no era la idea).

 

Pero volviendo al tema. Sandro también miente cuando dice que no vio nada. A ver, señoras y señores, señoritas y señoritos. A mí, Luis Fernando en persona, me ordenó que me quemara el brazo con una vela con el propósito de impresionar a un aspirante que quería entrar a vivir en las comunidades sodálites, y Sandro estuvo presente. Y no me digan que esa no es una imagen de impacto y de un abuso evidente. Que no lo recuerde, que lo haya bloqueado, porque de ello, por si acaso, también hay otros testigos, como el exsodálite Mario Quezada (quien tiene grabado el episodio en su retina), habría que preguntarle al propio Sandro qué entiende por ‘abuso’ y qué entiende por ‘rigor’. Porque parecería que de acuerdo a su singular etimología, 'rigor' se definiría como “la acción y efecto de tratar de cumplir el plan de dios en todos los extremos que ordene el superior, sea lo que fuere, y aunque las órdenes sean totalmente absurdas”. Porque esa era la práctica común y diaria en el Sodalitium de Luis Fernando Figari.  

 

Ahora bien, desde esta particular perspectiva, él, efectivamente,  podría no ver todas estas cosas como “abusos”, sino como “rigor”. Rigor que no habríamos soportado -por débiles, se entiende- JoséEnrique Escardó, Martín Scheuch, Óscar Osterling, y todos quienes hemos denunciado estas evidentes violaciones a los derechos humanos y vejámenes persistentes de palabra y obra. Que esa es otra: Considerar que Sandro no ha mentido, sino que está tan formateado y que es un inimputable para ver la realidad. Porque él también es una víctima, todo hay que decirlo.

 

Como también hay que subrayar que si todos aceptamos ser maltratados de esa manera fue porque todos habíamos sido programados y formateados y nos habían lavado la cabeza. Y esto quisiera que quede claro porque no dejo de escuchar a los “machitos de balcón” lanzar la especie: “A mí me ordenaban una cosa así, y los mandaba a la mierda”. Sí, a mí también si alguien, hoy, en este instante, me exige una cosa así o me golpea, no solo lo mando a la mismísima mierda, sino que además le rompo la cara. No sé si me explico, o si me dejo entender. Pero hay que asimilar a cabalidad que ser sodálite es lo mismo que ser un talibán, un fanático fascista. Casi, casi como un militante de ISI, al que adiestran y le secuestran la mente desde que son menores de edad. Y no exagero.

 

Como sea. Al igual que Osterling, también le he escrito a Sandro para aclarar este tema. Y ojo. No es que le escriba recién y a raíz de estas últimas declaraciones. No. Lo venimos haciendo con Paola desde hace buen tiempo, pidiéndole una entrevista para precisar puntos que no están claros y se mantienen en la penumbra y la opacidad. Para esto, muy pocas veces, contadas con los dedos de una sola mano, nos ha respondido a través de un tercero.

 

Y claro. Nos han dicho que más adelante, que prefieren esperar, que no es el mejor momento, y que patatín y patatán. Mecida con roche, o sea. Que, honestamente, huele a miedo. Miedo a ser arrinconados y a que vayamos a la yugular, porque si alguien los ha estudiado bien y sabemos de qué pie cojean, somos Pao y yo, además de José Enrique Escardó y Martín Scheuch, que también forman parte del ámbito periodístico y hemos conocido al monstruo por dentro y ahora contamos todo como si hubiésemos sido topos o infiltrados o agentes del recontraespionaje, con el perdón del resto de colegas. Y es que, aunque suene poco modesto el comentario, nos hemos soplado cinco años de nuestras vidas para examinarlos con lupa. Y bueno. Ya conocen los resultados. 

 

Por último, insistimos nuevamente por esta vía, ya públicamente y a través de La Mula:

 

Sandro, queremos una entrevista contigo. O con quien designes, fíjate. Queremos una entrevista para La República, o para La Mula, o para estos dos medios al alimón. Pues hay muchas cosas de las qué conversar en aras de la transparencia, si acaso te suena esta importante palabrita.

 

Como sea. Si toda esta disquisición final resultara acertada, es decir que Moroni no tiene la suficiente perspectiva para ver las cosas con objetividad, podríamos concluir entonces que él no es la persona más idónea para transformar la institución en “un nuevo Sodalicio”, ni la más capaz para emprender la tan cacareada “reforma integral”. Pues eso.