Algunas veces, en otro tiempo, cuando era más joven, casi un chiquillo, vi torturar. Y al revés, me torturaron también. Sé que suena dramático, y algunos dirán “qué exagerado”, pues qué quieren que les diga. Si no me creen, allá ustedes. Pero las torturas ocurrieron. Y hablo de torturar de verdad.

 

“Errores de juventud”, le dicen ahora a las torturas mis excorreligionarios, que, ojo, también fueron torturados, y sin embargo optaron por quedarse. Hasta volverse torturadores. Y victimarios. Y abusivos. Y Torquemadas. Y fíjense que estoy hablando de gente que, cuando conocí, eran más buenos que el pan. Pongamos Sandro Moroni, por ejemplo. El superior general del Sodalitium, si no quedó claro. Pero hace más de veinticinco años de esto.

 

Pues ahora resulta que las torturas siguieron por un tiempo largo, en la medida que el Sodalitium fue creciendo y expandiéndose.

 

Rodrigo Mora, un exsodálite que no estuvo mucho tiempo, me cuenta, en plan ráfaga, todo lo que vivió y padeció. “Las vejaciones eran constantes. Se burlaban de mí todo el tiempo. Me señalaban como el torpe, el que todo hacía mal. O peor todavía. Me decían que era un ‘echado’ (en el lenguaje sodálite, es uno de los peores insultos que puede recibir uno del cogollo)”. Y me cuenta que su Instructor lo hizo participar en una maratón, pese a que este se encontraba con un fiebrón, de esos que te cortan el cuerpo, te hacen hervir la frente, y calientan el termómetro en una. Y qué creen que pasó. Al cuarto kilómetro, se desplomó, y cayó privado, totalmente desmayado, sobre el pavimento. Pero ya saben. El que obedece, nunca se equivoca.

 

En otra oportunidad, me cuenta Rodrigo que escuchó de casualidad la conversación de un par de sodálites que comentaban con tranquilidad cómo estaban gastándose la plata de unos chiquillos que estaban preparándose para ir de misioneros a la sierra. “Le dije a Renato (Sanders) que me parecía mal, y él me respondió de qué me quejaba, si no iba a viajar”.

 

También me cuenta Rodrigo que él quería estudiar Biología en la Agraria, pero lo convencieron a punta de presión de que debía pasar antes que nada por la Facultad de Teología para estudiar Filosofía. “La verdad, creo que me lavaron el cerebro y me encapsularon en una manera de pensar. Y esa es mi mayor vergüenza, te confieso. Que hayan entrado en mi cabeza y lograran manejarme”.

 

También me cuenta Rodrigo de aquella vez que, mientras estaba estudiando en su cubículo, apareció de súbito un sodálite para esconderlo, pues su padre se apareció de improviso con la intención de visitarlo, y cuando estaba tocando la puerta decidieron esconderlo en el segundo piso de la casa comunitaria.

 

También me cuenta Rodrigo de las disertaciones que se produjeron antes de las elecciones presidenciales del 2011, cuando se impartían argumentos sobre la importancia de que su opción electoral sea afín al “voto católico”. Y el voto católico en el 2011, según la opinión sodálite, lo encarnaba Keiko Fujimori. Porque Keiko era Provida y Humala, en cambio, era un rojo, y si ganaba, nos iba a hacer retroceder como país.

 

También me cuenta Rodrigo sobre el racismo sodálite. “Ahí sentía que no encajaba con el Sodalicio”, dice. “Escuchar frases como: ‘ese huevón qué va a ser sodálite, si es un cholo de mierda’, es muy fuerte”.

 

También me cuenta Rodrigo de cuando le prohibieron leer mi novelita Mateo Diez, y le hablaron pestes de mí, porque yo era “un cagado”, “un resentido”, “un traidor”, y “uno de los tantos maricones que desertan porque no aceptan el Plan de Dios”. “¿Y qué hiciste?”, le pregunté, con la esperanza de que me dijera que la leyó clandestinamente, y ella, a pesar de estar pésimamente escrita, le abrió los ojos. Pero no. Rodrigo me respondió: “La boté, pues, qué iba a hacer”.  Y en seguida añade que le agrada leer el blog de Martín Scheuch. “Martín me parece un pata bien bacán, porque te explica con solidez y de manera integral las falencias del Sodalicio y todos sus amaños”.

 

Y lo penúltimo que me cuenta Rodrigo tiene que ver con el destape de la doble vida de Germán Doig. Y me cuenta que un tal Rubén Arrunátegui le dijo "si te fijas bien, la noticia de Germán no ha tenido tanto impacto en los medios". Y ello (que, dicho sea de paso, no es cierto) lo atribuía a que ellos, los sodálites, tienen contactos en todos lados y son capaces de detener noticias o retrasarlas. Y habló del inmenso poder e influencia que tenía el padre Jaime Baertl y del parentesco entre el padre José Tola y el periodista Raúl Tola, pues eso ayudaba a "tener llegada" en América TV,  y así.

 

Finalmente, lo último que me cuenta Rodrigo es sobre su encuentro con Luis Fernando Figari. “Me llamó por mi nombre, y eso me llamó muchísimo la atención porque era la primera vez que me veía. Se me acercó mucho y mirándome seriamente a los ojos me dijo: ‘¿Por qué no eres santo?’. Y yo, es que ser santo es muy difícil. Y él, ¡Te ordeno que seas santo! Y yo, insistí en lo complicado que debe ser intentarlo. Y él, fuera de sí, se puso a dar de gritos en pleno centro pastoral, sin importarle nada, vociferando insultos de callejón, que eres un maricón, que te va a salir vagina, y vulgaridad y media”. "Después de ese incidente, me fui donde el padre Hernán Álvarez, a quien yo le tenía mucha confianza para contarle lo que pasó. Y en esas, me atreví a decirle, en alusión a Luis Fernando: ‘¿Un vulgar de mierda puede llegar a ser santo?’”. “¿Y qué te respondió el cura?”, pregunté. Y Rodrigo me respondió lo que le dijo el sacerdote sodálite: “¡Cómo chucha puedes desconfiar del fundador!”.