Contumaz e impenitente. Así se mostró el ministro de Defensa, Jakke Valakivi, en la conferencia de prensa que ofreció para justificar la disparatada y extemporánea denuncia contra la directora de Panorama, Rosana Cueva, y su equipo.

–Usted pasará a la historia como el ministro que denunció a periodistas por destapar un hecho de corrupción. ¿Se arrepiente? –le pregunta Rocío La Rosa en las páginas de El Comercio.

–No me arrepiento –responde Valakivi.

Y luego expresa en voz alta: “¿Por qué se está poniendo en riesgo (la libertad de expresión)?”. Y La Rosa le contesta lo obvio: “Porque está denunciando a periodistas que destaparon un hecho grave de corrupción”. Y el ministro, vestido impecablemente de azul marino y con el escudo nacional de trasfondo, apostilla cualquier cosa para salir del trance, pone el rostro adusto y no deja de jugar con su lapicero. Y claro. No reconoce lo que todo el mundo ve. Una acusación sin pies ni cabeza. Un despropósito monumental. Una amenaza descarada. Una exageración delirante y abusiva. Una denuncia con fórceps. Porque hasta donde hemos visto, la nota de Panorama no ha revelado ningún secreto nacional, sino irregularidades y secretismos.

Antes de la aparición del ministro, ya saben, la que salió a los medios a proferir tontadas fue la procuradora del Ministerio de Defensa, Sara Farfán, quien cuestionó la forma en que los documentos fueron presentados por el programa de Rosana Cueva. “Haber revelado esos papeles es una mala práctica que usan los periodistas”, esgrimió. Más todavía. Señaló que los papeles mostrados “contenían planes estratégicos”.

Y la cosa es que los cargos imputados contra los periodistas de Panamericana TV son bastante gruesos, pero no tienen ningún sustento. Para comenzar, el reportaje emitido el 17 de abril (hace más de dos meses, o sea) destapó un supuesto caso de corrupción en el manejo del presupuesto destinado a labores de inteligencia policial y militar en el valle de los ríos Apurímac, Ene y Mantaro (Vraem).

Según el informe televisivo elaborado por la periodista Karina Novoa, los fondos de las Fuerzas Armadas habrían sido malversados y justificados con el pago a colaboradores fantasmas. Asimismo, demostró que una parte importante del dinero se gastó en restaurantes y bares y en la compra de pintura. Por eso, aquello de que la reportera Novoa exhibió materiales clasificados “que contenían planes estratégicos”, es algo que todavía no ha sido explicado y sigue siendo una acusación gaseosa, digamos. Por no definirla como pánfila. O ridícula.

El principal argumento del ministerio es que los papeles propalados por la pantalla televisiva estaban clasificados como “secretos”. Como si el sello de “secreto” excusara y disculpara cualquier cosa. El asesor legal del Instituto Prensa y Sociedad (IPYS), Roberto Pereira, aclara muy bien este punto. “Para que se cumpla el supuesto delito de ‘revelación de documentos secretos’, dicho reportaje debió haber puesto en peligro la seguridad nacional o revelar estrategias de lucha contra el terrorismo u otros temas de seguridad”. En ese sentido, sostuvo que “un secreto militar no puede servir para encubrir un hecho de corrupción como el que denunció Panorama”.

De hecho, el entonces jefe del Comando Especial Vraem, general EP César Astudillo, entrevistado por Panorama sobre el particular, reconoció los indicios de corrupción y la necesidad de investigar lo denunciado para dar con quienes estaban haciendo de las suyas con esa plata. Porque si Valikivi y Farfán todavía no se han dado cuenta, el objetivo del reportaje era ese: destapar la corrupción.

Entonces, no se entiende este juego de intimidar y amedrentar a periodistas que están cumpliendo con su labor, iniciándoles acciones legales que lindan con la estulticia. El gobierno debería agradecerle al periodismo por revelar las cochinadas que el ministerio encargado no ha sido capaz de detectar. Pero no. Estamos en el Perú, donde todo funciona al revés. Y donde los políticos no comprenden la curiosidad periodística, aquella “maldita curiosidad por saber lo que hay detrás de las puertas, debajo de las alfombras, dentro de los cajones o en el interior de las camas”, de la que habla Juan Luis Cebrián al definir el periodismo.

Y a ver si se entera, señor Valakivi: Sin libertad de prensa no hay democracia. Ergo, cualquier medida restrictiva a la labor periodística, bajo cualquier pretexto, es antidemocrática. Y su antojadiza y caprichosa denuncia viola la libertad de prensa. Y los regímenes que no respetan o no hacen respetar la libertad de prensa, no son democráticos. Así de simple. Sería bueno que lo sepa antes de que se vaya a su casa.

TOMADO DE LA REPÚBLICA, 2/7/2016