Ocho años después del descomunal escándalo propiciado por la unidad de investigación de The Boston Globe, en marzo del 2010, Benedicto XVI escribe una carta dirigida a la iglesia irlandesa. “Era el primer escrito pontificio dedicado en forma exclusiva a la pedofilia”, recuerda María Olivia Mönckeberg en Karadima, el señor de los infiernos. En el texto se habla de “tolerancia cero”, un concepto todavía ininteligible y tan etéreo como el vapor.

 

Luego de la carta de Irlanda, Benedicto XVI lloró en la isla de Malta ante ocho personas que le contaron sus desgarradores testimonios de abusos. Y entonces el papa prometió “justicia”.

 

Pero ya ven. Hasta la fecha, ni “tolerancia cero” ni “justicia”. Solamente indolencia. Desinterés. Abandono. Displicencia. Dejadez. Insensibilidad. Lentitud. Indiferencia.

 

A lo que íbamos. El caso Karadima. “Las primeras señales de que algo extraño ocurría en (la parroquia) El Bosque las dio en 1983 un grupo de jóvenes, entre los que estaba Francisco Javier Gómez Barroilhet, hoy publicista de cuarenta y ocho años. En una carta dirigida al entonces arzobispo de Santiago, Francisco Javier Fresno, los firmantes hablaban de anomalías en el trato del cura de El Bosque. Pero sus palabras fueron a dar al canasto de los papeles”, escribe Mönckeberg en su libro.

 

“Más de veinte años después –en 2005-, José Andrés Murillo (…) recurrió al arzobispo y cardenal Francisco Javier Errázuriz. Tampoco sus palabras tuvieron acogida. Incluso posteriormente visitó al actual arzobispo Ricardo Ezzati en 2005 y al obispo auxiliar de Santiago, Andrés Arteaga Manieu. Las denuncias continuaron en años siguientes por parte de James Hamilton y su ex mujer Verónica Miranda. Más tarde, hizo lo propio Juan Carlos Cruz Chellew. Los oídos de la jerarquía seguían sordos. Al menos no había señal que dijera lo contrario”, relata.

 

Después de esperar con paciencia jobiana, y ante la “falta de acción” del cardenal Errázuriz, ex arzobispo de Santiago, el médico James Hamilton, el periodista Juan Carlos Cruz, el filósofo José Andrés Murillo y el abogado Fernando Batlle “se pusieron en contacto con el abogado Juan Pablo Hermosilla para evaluar las posibilidades de iniciar algún tipo de acción legal”, anota Mönckeberg.

 

Y, para variar, es la prensa la que termina dando el campanazo de alerta. En abril del 2010, el diario La Tercera le entra al caso. “Iglesia investiga a expárroco de El Bosque por abusos reiterados”, reza el titular de la información. En el texto no se identificaba a las víctimas. No obstante, con rapidez inusitada, esa misma tarde, el vespertino La Segunda, sale con un titular respondón. “La denuncia no tiene fundamento”, dice. Y recoge declaraciones de Juan Pablo Bulnes Cerda, abogado de Karadima. Dos páginas completas mostraban, ahora sí, y con nombre y apellido, y con foto a todo color, a Hamilton. Los descalificativos contra el médico estaban desperdigados a lo largo del reportaje.

 

“En la misa de El Bosque feligreses lo defendieron a viva voz”, decía otro titular. Y consignaba la manifestación de Juan Esteban Morales Mena, párroco de El Bosque y discípulo de Karadima: “Él es un hombre de iglesia, conoció personalmente al padre Hurtado (el primer santo chileno, canonizado por Benedicto XVI en el 2005), toda su vida ha sido de trabajo y fidelidad a la voz del papa”, esgrimió Morales. Al lado de sus declaraciones aparecían las del general del Ejército en retiro Eduardo Aldunate.

 

El negacionismo, como suele suceder en estos casos, fue lo que prevaleció. Pero ello fue solo al inicio. Hasta que la verdad se abrió paso.  

 

 

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Dato: Cinco de los obispos integrantes del la ConferenciaEpiscopal chilena han sido formados por Fernando Karadima.

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(*) El autor de la nota, junto a otros cuatro exsodálites, ha denunciado penalmente a Luis Fernando Figari, fundador del Sodalitium Christianae Vitae (SCV) y a quienes resulten responsables, de los cargos de asociación ilícita, lesiones graves y secuestro.