María Olivia Mönckeberg describe en Karadima, el señor de los infiernos el look de los discípulos de Karadima: chaqueta azul, formalidad en la vestimenta, movimientos y gestos. Vistos en conjunto, parecían uniformados. “Son sus características comunes –dice-. Nadie se sale del estricto protocolo establecido. Todos muestran saber al dedillo lo que deben hacer, cuándo y cómo ejecutarlo”.

 

Los expupilos de Karadima lo describen como “una persona muy dominante”. “Insistía en ‘la obediencia como una virtud del alma, pero se trata de una obediencia hacia él, pues no toleraba que se le cuestionara, menos que se le contradijera’”, anota Mönckeberg citando a un exadepto.

 

Francisco Javier Gómez Barroilhet (54), publicista, evoca en una conversación con Mönckeberg cómo era Karadima. Decía cosas hirientes, recuerda. Y lo describe como “muy influyente en las personas” y añade que “trataba de que la gente lo siguiera solo a él” (…) trataba de controlar todos los aspectos de la vida de las personas y siempre estaba enterado de lo que hacía cada cual”.

 

Juan Luis Edwards Velasco habla también de él: “Karadima es muy posesivo y muy persuasivo en su discurso; al poco tiempo (de conocerlo) me dijo que yo debía ser sacerdote”.

 

Juan Carlos Cruz, víctima de Karadima y uno de sus principales y más aguerridos denunciantes, arroja más luces sobre el sistema de captación de Karadima en diálogo con María Olivia Mönckeberg:

 

-      (A mí) me ‘conejearon’ altiro. ‘Conejear’ significa que te hablan y te engrupen para que uno se meta (a la Acción Católica, que era el nombre del grupo que se reunía en la parroquia de El Bosque y dirigía Karadima).

-      ¿Le dicen así? –inquiere Mönckeberg.

-      Sí, claro. ‘Conejéate a este o a este otro’. El Bosque está lleno de denominaciones (y de jerga).

 

Más adelante, Cruz le revela a la periodista otros detalles sobre el sacerdote pederasta.

 

-      De ahora en adelante, te confiesas nada más que conmigo. Yo soy tu director espiritual, tú tienes que ser obediente, porque la obediencia es clave y si el diablo se mete, lo primero que rompe es la obediencia. Si yo veo algo blanco, tiene que ser blanco, aunque tú lo veas negro –rememora Cruz.

 

De acuerdo a los distintos testimonios consignados en la publicación de la periodista chilena, lo que decía el cura Karadima, quien era visto por sus discípulos como una suerte de ‘santo en vida’, era una verdad de a puño. Un dogma. Su palabra era incuestionable.

 

Cruz, quien se vincula a la parroquia cuando tenía casi diecisiete años,  recuerda a Karadima como alguien que solía rodearse “de tipos de buena pinta, altos y bien vestidos”.

 

-      ¿El diablo era un personaje siempre presente?

-      Totalmente. Karadima se agarraba mucho de ese pasaje, que creo que es de una carta de San Pedro, que dice que el diablo es como un león rugiente y ronda buscando a quién devorar.

 

En esos tiempos, que eran los principios de los ochenta, el padre de Juan Carlos Cruz acababa de fallecer. Karadima entonces le dijo: “No te preocupes, tú ya tienes papá. Yo soy tu papá”. Y en la misma línea de acción de pederastas como Maciel y Figari, Karadima también inducía al alejamiento y distanciamiento de los jóvenes con sus familias. “Si te echaban de la casa, era el triunfo máximo”, apostilla Cruz.

 

“Karadima me decía que le dijera (a mi madre) que era una adúltera porque salía con un hombre separado, y que si seguía así me iba a ir de la casa. Creo que fue demasiado para ella. Además, el ambiente en la casa se había vuelto una guerra constante y absolutamente insoportable, porque yo le daba la pelea todo el tiempo y cuando le contaba a Karadima, me decía: ‘Bien m’hijo’”.

 

“Juan Carlos Cruz se sentía ‘héroe de las cruzadas’, porque estaba ‘cumpliendo la voluntad de Dios’ al pelear con su mamá”, anota Mönckeberg. “Mi pobre mamá ya no sabía que hacer conmigo”, agrega Cruz.

 

El modus operandi de él era distanciarnos de la familia. Y dirigía nuestro comportamiento”, recalca Juan Carlos Cruz, y se explaya sobre las veces que vio también cómo Karadima ‘aleonaba’ (otro término empleado en el argot de El Bosque) a otros, adoctrinándolos sobre cómo tenían que hablarle a sus familias.

 

La de Karadima, como la de Figari y Maciel, es una historia de abusos, obediencia ciega y humillaciones, mientras que él disfrutaba “todo tipo de comodidades. Vivir en un buen barrio, tener un buen auto, estar bien contactado”. Este cura “era un gran burgués”, sostiene otro de sus exseguidores.

 

Entre las motivaciones de varios de los que hablaron sobre este caso con la periodista María Olivia Mönckeberg prevaleció la consideración de “prevenir que no haya más víctimas de abuso sexual y psicológico, al menos de parte de Karadima”

 

 

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Dato: “En 1977 llegó a Santiago el nuncio Angelo Sodano, quien estuvo como embajador de la santa sede hasta 1987 y luego se convirtió en el hombre más poderoso del Vaticano en su condición de Secretario de Estado. Sodano y Karadima llegaron a ser muy cercanos. Gracias a esa relación es que Karadima logra que varios de sus incondicionales se conviertan en obispos”.

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(*) El autor de la nota, junto a otros cuatro exsodálites, ha denunciado penalmente a Luis Fernando Figari, y a quienes resulten responsables, de los cargos de asociación ilícita, lesiones graves y secuestro.