“Dentro del séquito que siempre rodeaba a Fernando Karadima, sus jóvenes discípulos realizaban diferentes funciones, según el rango que les asignaba. ‘Estaban los que se iban después de la reunión, los que llegaban a tomar té, los que se quedaban a comer, los que entraban a la casa de su mamá –que vivía en una casa pegada a la parroquia-, los que entraban a su pieza, los que le hacían su cama, los que le daban los remedios, los que se iban un poco más temprano, los que se quedaban hasta que se dormía y los que llegaban al día siguiente temprano, y empezaba todo de nuevo’, describe Juan Carlos Cruz” (Karadima, el señor de los infiernos, pag. 114).

 

En la conversación entre el periodista Juan Carlos Cruz Chellew y la periodista María Olivia Mönckeberg, las revelaciones se suceden una tras otra. “Las palabras que todos temíamos del padre Karadima, eran: ‘Te quiero mucho m’hijito, pero te he perdido la confianza’. Eso era peor que la condena al Infierno”, trae a la memoria Cruz.

 

La manipulación de Karadima sobre sus discípulos era permanente y sistemática. Y a todos se les convencía de que la voz de Karadima era la voz de dios. Y claro. Entre los líderes más veteranos se esparcía la especie de que si Karadima despertaba tantas vocaciones era porque la obra divina se materializaba a través de él, el santo en vida, el sucesor de san Alberto Hurtado (segundo santo chileno después de santa Teresa de Los Andes, canonizada en marzo de1993). Porque esa era la percepción de la clase alta santiaguina, que la parroquia El Bosque era “un hervidero de vocaciones”. Un semillero. Y eso ocurría, según James Hamilton, “en momentos en que las vocaciones sacerdotales escaseaban”.

 

Juan Carlos Cruz fue quien jugó un rol clave en el destape del caso a través de los medios de comunicación. Cruz, quien es periodista, luego de alejarse de las garras de Karadima, decide irse a vivir fuera. Concretamente, a Estados Unidos. Y tras un paso por Puerto Rico, se va a residir a Milwaukee, Wisconsin, y entra a trabajar en una transnacional como director de comunicaciones.

 

Fueron los contactos que establece gracias a su nuevo rol los que permiten que el caso Karadima se conozca en toda su magnitud. En los Estados Unidos, Juan Carlos Cruz toma contacto con la gente de SNAP (Survivors Network of those Abused by Priest), que dirige la norteamericana Barbara Blaine y fundó Phil Saviano (quienes vieron la película Spotlight sabrán a quién me refiero).

 

“Me junté un viernes con ellos y no podían creer lo que les contaba. Acababan de llegar de Roma, porque descubrieron toda la historia del padre Laurence Murphy que abusó de doscientos niños sordos en Milwaukee, en mi ciudad. Entonces me propusieron: ‘Nosotros vamos a llamar al New York Times, ¿te importa?’. Y yo llamé a Jimmy Hamilton y le conté que me habían planteado eso. ‘Ya, hagámoslo, me dijo’. En ese momento, José Andrés Murillo quería hablar nomás, pero no aparecer en la televisión, y Fernando Batlle no se atrevía. Así es que aceptamos los dos. Y la periodista que es la experta de asuntos de religión en Nueva York se interesó tanto y me pareció tan sólida, que le conté todo. Es Laurie Goodstein. Entonces ella habló con su editor y mandaron a un periodista a Chile que hablara español. Entrevistó a los otros e hizo el reportaje”, le relata Cruz a Mönckeberg.  

 

El hecho de que Juan Carlos Cruz fuera periodista le ayudó a manejar la cosa mediática, tanto en los Estados Unidos como en el mismo Chile. Y así como el New York Times lanzó el primer misil periodístico con los testimonios de Cruz y Hamilton, en Santiago, la periodista Paulina de Allende Salazar y la editora Pilar Rodríguez del programa Informe Especial de Canal 13, lanzaron el segundo. Ambos fueron devastadores para Fernando Karadima y marcaron el inicio del fin de su imperio.

 

“Así fue como se gestó”, explica Cruz.

 

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Dato: “Francisco Gómez Barroilhet fue una de las primeras personas que intentó denunciar a Fernando Karadima, junto a otros jóvenes de El Bosque en 1984”.

 

Otro dato: SNAP tiene un representante en el Perú, por si no lo sabían. Su nombre es Héctor Guillén Tamayo. Es oftalmólogo y reside en Arequipa.

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(*) El autor de la nota, junto a otros cuatro exsodálites, ha denunciado penalmente a Luis Fernando Figari, y a quienes resulten responsables, de los cargos de asociación ilícita, lesiones graves y secuestro.