Cuando uno lee sobre el mexicano Marcial Maciel o el chileno Fernando Karadima o el peruano Luis Fernando Figari, uno no puede dejar de sorprenderse del patrón que sigue este trío de depredadores sexuales religiosos latinoamericanos. Además de lo anotado en los textos anteriores sobre el pederasta de la parroquia El Bosque, del distrito de Providencia, en Santiago de Chile, quiero consignar acá, de manera desordenada, algunas frases o palabras sueltas o reflexiones que aparecen esparcidas en el libro de María Olivia Mönckeberg y que me recordaron a Luis Fernando Figari y su Sodalitium:

 

Todos éramos objetos. Despreciaba a las mujeres. Había un control total. El director espiritual era una suerte de consejero, un coaching que se atribuía la visión de Dios, que le decía a su dirigido lo que Dios quería para él. Era un coaching divino. Quería el control total sobre la vida de sus adeptos. Desterró la intimidad. Había que hacer pruebas de humildad. Si no le hacías caso, empezaba la ley del hielo, el demonio, el Infierno, te ibas a condenar.

 

“Hay que tener compasión y comprensión con muchas víctimas que siguen ahí y no tienen la capacidad de darse cuenta de qué está bien y qué está mal”. Asumirlo (que uno es víctima) y contarlo es un proceso desgarrador. La gente de su círculo no se cuestionaba nada y no distinguía lo que es propio de lo impropio.

 

Hay un proceso que se inicia con los niños chicos, que son abiertos, generosos, cuando están en su despertar de adolescencia; empiezan a manipular todo su despertar sexual, a decirles que esto es malo, que la masturbación es mala, que esto y esto otro; y de repente, viene el doble discurso. En su prédica estaba muy presente la Virgen María.

 

Eran como uniformados. Era un manipulador de conciencias. Hay abusos de tipo sexual, pero también hay otros abusos que son psicológicos que son hasta más graves que los físicos. Tomaba el lugar del padre ausente. Hábilmente se iba apoderando de las personas. Siempre había que rendirle pleitesía. Debido al dolor o a la vergüenza no lo denuncian. Era increíblemente manipulador. Autoritario y ególatra. Era clasista. Se rodeaba de gente con mucho dinero. Era mesiánico. Todo había que preguntárselo. Tenía un discurso homofóbico muy fuerte. Era misógino y machista. Decía que se le debía absoluta obediencia, bajo amenazas fuertes de condenación. Era un perverso. Si me iba, me iría al Infierno y sería un fracasado, un infeliz. La piedra angular del abuso es el secreto. Se presentaba como un personaje confiable y luego te exigía una confianza ciega; ante estos personajes uno baja las defensas.

 

Un abuso sexual es, en algún sentido, peor que un asesinato, porque destruye el alma. Los especialistas afirman que los abusadores suelen tener tras de ellos una historia de abusos. Era venerado como santo. Sus temas eran siempre sexuales y en particular en torno a la masturbación. Quería saber cuáles eran mis fantasías sexuales. Se acostó en su cama invitándome a que lo abrazara.

 

Más que un pedófilo, en estricto rigor, su problema era la efebofilia, es decir, la atracción sexual por los adolescentes y jóvenes. Siempre se interesó por hombres guapos. El patrón era el tipo de buena pinta, alto, blanco, que sea de buena familia y que tenga plata. No todo tenía que estar en uno, pero esas características para él eran lo máximo. De alguna manera, les robaba los hijos a sus familias y de ahí empezaba a manejar sus vidas.

 

Era la autoridad máxima, indiscutida e indiscutible, no se le podía llevar la contra, todo debía hacerse como él lo disponía. Era colérico. Al final lo que uno resentía era la falta de libertad. Ejercía un poder y una influencia absoluta. Abusaba del poder que tenía sobre la gente y podía llegar a despojarlas de su voluntad. Imponía su voluntad confundiéndola con la voluntad de dios. Tenía un carácter duro y autoritario.

 

El gusto por el lujo, los restaurantes caros y el buen vivir eran características suyas. A él se le veía todo el tiempo muy arreglado y bien peinado. Se preocupaba de mantener las uñas limadas perfectas y de andar impecable. Y uno de sus grandes temas ha sido su salud. Es hipocondríaco. Siempre tenía algún mal. Los médicos lo tenían que ir a ver (él no iba a ver a los médicos). Todo el tiempo estaba con algún tipo de medicamento. En su entorno siempre había jóvenes que lo servían y que se iban rotando. En su catálogo, el pecado más grave era la desobediencia. Odiaba al Opus Dei. Lo odiaba por un espíritu de competencia. Cualquiera que fuera competencia le suscitaba rivalidad.

 

Montó un imperio usando una cortina espiritual, un imperio de impunidad donde él podía hacer y deshacer sin que nadie se metiera.

 

Es un psicópata. Se mantiene en la negación.

 

 

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Dato: María Olivia Mönckeberg presenta su libro Karadima,el señor de los infiernos, hoy día 21 de julio en la Feria Internacional delLibro de Lima, a las 8PM.

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(*) El autor de la nota, junto a otros cuatro exsodálites, ha denunciado penalmente a Luis Fernando Figari, y a quienes resulten responsables, de los cargos de asociación ilícita, lesiones graves y secuestro.