— Una agüita mineral con hielo, nada más. ¿O tiene un juguito? –pregunta Luz al mozo.

 

— Sí, también –responde el diligente camarero de la salita del SIN.

 

— ¿De qué?

 

— Piña, naranja, papaya.

 

— Piña con papaya.

 

Así comienza el vladivideo 866 que recordó el exprocurador anticorrupción Ronald Gamarra en las páginas del semanario de César Hildebrandt. Este registra la reunión clandestina del 15 de enero de 1998 que sostuvieron Vladimiro Montesinos, Absalón Vásquez, Álex Kouri y la próxima presidenta del Congreso.

 

— Primero hay que hablar de lo que le interesa a él, no de lo que nos interesa a nosotros –instruye Montesinos a sus secuaces Vásquez y Salgado antes de que ingrese Kouri a la sala. Y Salgado, ayayeraza, responde:

 

— Claro, claro.

 

El asesor presidencial es sumamente minucioso en las indicaciones. Sugiere, como estrategia, inflarle la autoestima a Kouri. Jugar con su vanidad. “Eres joven”. “Eres hábil”. “Tienes futuro”. Y así. “Sobre esta base tenemos que desarrollar la conversación”, dispone el Doc. Y mirándola fijamente, le ordena a Salgado: “Tú y yo llevamos la voz cantante”.

 

Más adelante, les cuenta a manera de chisme cómo está ingresando a las instalaciones del SIN. “Lo estoy haciendo entrar por una zona donde nadie sabe (…) Él no va a entrar por la puerta principal (…) Entra a un garaje, ¡pum!, le tiro la puerta y en dos minutos está acá”, les adelanta Montesinos como disfrutando el momento, y relamiéndose. “Ya, ya”, asiente Salgado como parte de la comparsa de aquella autocracia que puso en paréntesis el Estado de derecho por una década.

 

Finalmente, Kouri hace su aparición. Y Salgado, siguiendo el libreto establecido:

 

— ¡Cómo estás Alexito! ¡Cómo te va!

 

— ¡Qué gusto de saludarte! –replica Kouri con una sonrisa contenida.

 

— ¿Cómo va tu Callao?

 

— Ahí estamos, en la batalla.

 

— ¿Y tu playa?

 

Y luego de hacerle la patería, tal como dictaminó Montesinos, se dispusieron a escucharlo . En síntesis, lo que postula el entonces alcalde del Callao es aliarse con el fujimorismo para contribuir a liquidar a Alberto Andrade desde la provincia constitucional. Y les informa que su aspiración es ir a la reelección en el Callao, que no se presentará a nada en el 2000, que no lo miren como a un rival, sino como a un aliado, pues a lo máximo que podría aspirar es a una curul parlamentaria, y en ese plan. Pero Salgado trata de hacerlo “recapacitar” para que se alíe al fujimorismo. “Creo que tienes la capacidad para ver los problemas de Lima. Estás actualizado”, aduce. Y añade: Serías nuestro candidato ideal. O algo así. Pero Kouri tiene clara su movida. Quiere el apoyo del gobierno, pero no de manera abierta. Sino sutil, caleta, por lo bajo. Fiel a su estilo, o sea.

 

Al final del larguísimo encuentro, para darle tranquilidad a Kouri, Montesinos le dice que guardarán reserva sobre ese cónclave.

 

— Nadie sabe de esta reunión.

 

— Nadie sabe –repite Salgado como un loro.

 

— Nadie tiene por qué saberlo –remarca Montesinos.

 

Y Kouri, ya en confianza, se ofrece a hacer todas las declaraciones públicas que le pidan. Para atacar a Andrade. Para ensalzar al gobierno. Para lo que sea. Y Montesinos, mosca, sintiéndose copropietario del país con su socio Fujimori: “Voy a hablar ahorita con el del Canal 4 para que con cualquier pretexto vayan al Callao y mañana te hagan una entrevista”. Y Montesinos le dice lo que le van a preguntar y lo que no, y “si hubiera alguna pregunta que salga y no convenga, entonces la editamos y la sacamos”. Porque así es como se comporta el fujimorismo. El de ayer y el de hoy.

 

— Muchas gracias –dice Kouri al despedirse.

 

— Nosotros nos encargamos de todo el asunto de medios. Chau, nos vemos –dice Montesinos.

 

— Oye, esta reunión es top secret –dice Salgado para tranquilizarlo.

 

Y cuando Álex Kouri sale de la escena, el trío Montesinos-Salgado-Vásquez evalúa la cita.

 

— Bueno, ¿qué te pareció? –le pregunta el asesor a Luz Salgado.

 

— Está bien –contesta la presidenta del futuro Congreso.

 

— Lo tenemos –remata el Doc.

 

Más todavía. Exclama: “Y está filmado”. Y los tres ríen estentóreamente.

 

— Eso es para el recuerdo, para los archivos que están ahí –apostilla Montesinos, explicitando algo que no parece ser ningún secreto para Salgado.

 

— ¿Dónde está (la cámara)? –pregunta la curiosa Luz. Pero Montesinos responde con una evasiva que no se entiende.

 

Hoy, Salgado no quiere recordar este evento que ilustra su nivel de colaboración y de pertenencia al fujimorismo más oscuro y manipulador. Ella dice que no va a seguir con los “temas del pasado”. Que sobre ella no se van a encontrar videos que la impliquen en “acciones poco decentes”. Y fíjense. Gracias a Ronald Gamarra nos acordamos del vladivideo 866.