Todos lo somos de alguna manera. Algunos más que otros, obvio. Pero está en nuestros peruanísimos genes, y atraviesa las diferentes clases sociales sin excepción. Me refiero a la huachafería. A ese patético afán de exhibir algún tipo de figuración chapucera y desmesurada. Este peruanismo, como saben, tiene el sentido de cursi. Aunque es algo más que eso.

Pero a lo que iba. A las frases proferidas por los congresistas electos a la hora de jurar al cargo. Porque cada quinquenio que pasa, qué quieren que les diga, la cosa se pone más ‘huachafieri’ que nunca, y no me salgan con que se trata de casos excepcionales, porque no es así. Cada lustro, las juramentaciones parecieran que “las carga el diablo”. Lo peor es que nuestros políticos creen que están dejando una zeta trazada a espada como el autógrafo del Zorro, pero no. Lo que nos entregan es una bufonada, de esas que suscitan vergüenza ajena.

Porque a ver. Pegada como una estampilla en nuestra memoria quedará aquella máxima proferida por el fallecido legislador Gerardo Saavedra, del partido de Alejandro Toledo, quien en el año dos mil juró: “Por dios y por la plata”.

Pero claro. Hay más. Martha Chávez, la vieja guardia del fujimorismo, o sea, en su juramentación del 2011 se mandó con un discursito reivindicativo (e innecesario): “…y prometiéndole al ingeniero Alberto Fujimori que no nos rendiremos ante la persecución, sí juro”.

Miró Ruiz, más conocido como “Mataperro” por haber liquidado en el 2008 de un balazo a un pobre can, adornado con una chalina de reminiscencias andinas juró por sus “principios contra el transfuguismo traidor”.

Y bueno. La moda del “floro” no se ha detenido hasta la fecha. Al contrario, cada cinco años nos encontramos con más oraciones que lindan con el papelón y que parecieran formar parte de una competencia en homenaje a la huachafería.

Es verdad que algunas de las locuciones expresadas en el acto de la juramentación para el puesto de congresista dan la impresión de tener un carácter serio y grave y sentencioso y comprometido con algo, como el de aquellos y aquellas que juran por la memoria de alguien, en plan Jorge del Castillo: “Juro por la memoria de Víctor Raúl Haya de la Torre (otro político huachafísimo, todo hay que decirlo) y la sangre de los mártires del aprismo”. Pero ya saben, no es el único género en este festival de mamarrachadas.

Y es que el Congreso, desde hace varios años, ha sido poseído por la huachafería más rimbombante y teatral. Y hasta ridícula, si me apuran. Porque la huachafería es así. Reina y truena en el Parlamento, en los discursos políticos, y, nítidamente, en las juramentaciones.

“Por los guardianes de la laguna, las rondas y los sectores de la pachamama”, prometió Marco Arana, del Frente Amplio. Y uno que es de carne y hueso no es inmune a partirse de la risa. “Por la lucha frontal contra el maltrato animal, sí juro”, testimonió la representante de Fuerza Popular, Estelita Bustos (cuyo nombre per se también podría interpretarse como una huachafería). “Por el bicentenario y porque se cumplan los sueños de los fundadores de la Patria”, afirmó Juan Sheput, de Peruanos Por el Kambio, con talante de taxidermista. “Porque la Patria es hermosa y vale la pena dar la vida por ella”, aseguró Manuel Dammert, del Frente Amplio, como quien tararea un huachafoso vals. “Por la reserva moral del Perú”, soltó el acciopopulista Yonhy Lescano, quien puedo apostar no ha leído ni siquiera El dinosaurio de Monterroso. “Por mi lindo partido”, exclamó la chaquetera Esther Saavedra, quien dejó el nacionalismo para saltar al partido anaranjado.

Y nada. Ya imaginarán. Así como hay políticos huachafos por momentos, los hay a tiempo completo, como Julio Rosas, de APP, quien no desaprovecha oportunidad alguna para ofrendar a su dios todos sus actos, todos sus pensamientos y todas sus iniciativas retrógradas, las cuales asume como cruzadas y guerras religiosas, como un fanático. Y que conste que no es el único que alude a una divinidad, por cierto. “Por dios, por el indulto humanitario a Fujimori y por la reconciliación de mi amado país”, fueron los votos de la fujimorista Tamar Arimborgo, quien en lugar de reconciliar con esa proposición, alimentó la polarización.

Y hay muchos más, obvio. Pero el espacio no me da para seguir con las citas y ‘los compromisos’. Pero es lo que hay. Y es lo que somos. Huachafos por naturaleza. Con “excesos retóricos que contrastan, casi siempre, con la indigencia de ideas”, como escribió Mario Vargas Llosa en una antigua columna de 1983, en la que describe la huachafería peruana como “verbosa, formalista, imaginativa, y, por encima de todo, sensiblera”. Pues eso.


LA REPÚBLICA, 31/7/2016