Después de unos cortos días de escapar del bullicio de Lima para recargar fuerzas, de pronto, zuácate, nos topamos de narices contra el último dislate de Juan Luis Cipriani. ¿Es que este tipo no tiene límites?

 

“Las estadísticas nos dicen que hay abortos de niñas, pero no es porque hayan abusado de las niñas, sino porque, muchas veces, la mujer se pone, como en un escaparate, provocando”. Sic. Tal cual, o sea. ¡Qué bestia, por dios! Porque hay que ser un pelín animal para expresar tremenda salvajada. Una salvajada ofensiva y discriminatoria, por decir lo menos.

 

Pero claro. Ya adivinarán. O lo han leído. Rápidamente, como quien trata de hacer un control de daños, lanza a través de su oficina una nota de prensa aclaratoria.Y en ella le echa la culpa a las redes sociales por interpretarlo mal. Y denuncia “con firmeza” una campaña “que busca tergiversar el mensaje de la Iglesia”. Y que patatín y que patatán.

 

Porque la culpa en estas cosas nunca es de él, sino de los otros, o de los medios de comunicación y de los periodistas anticlericales y de los comecuras y de los caviares y de los rojos de mierda y qué se yo. Y si me apuran, ya estoy viendo en mi cabeza a algunos de sus ayayeros consuetudinarios saliendo a defenderlo con más comunicados de prensa o parloteando en sus homilías dominicales. Ya sea desde Arequipa o desde Piura y Tumbes. Porque estos son así.  Se agrupan en torno a doctrinas conservadoras y oscurantistas con las que pretenden explicarlo todo, y desde ahí ofrecer remedios para todos los males. Hasta que las expresan, y bueno, ahí se dan cuenta de que ya no vivimos en la Edad Media y de que la gente es menos cojuda que antes. Y obvio. Como son soberbios e incapaces de reconocer sus errores, optan por cubrir de ignominia a quienes les critican. En vez de pedir perdón, acusan la existencia de una suerte de conspiración anticatólica. O algo así.

 

Pero aquí no hay tutía. Cipriani dijo lo que dijo. Y nadie ha sacado su frase de contexto. Para quienes dudan, o piensan igual que él, ahí está el video. Lo pueden encontrar aquí mismo, en La Mula. Cipriani le atribuye a las “niñas” y “mujeres” la culpa de los abusos que padecen. Ni más ni menos. “Porque la mujer se pone como un escaparate, provocando”. Es textual. Así las cosas, debe inferirse que lo ideal para el cardenal es que las mujeres se vistan como las numerarias del Opus. O casi, casi. Pues de lo contrario, si una mujer se maquilla mucho o luce sus piernas o se viste escotadamente, o sabe dios, después que no se queje si es agredida sexualmente. Y eso, en mi modesta comprensión significa justificar el acoso o el abuso sexual.

 

Ahora bien, Cipriani es así, y no es ninguna novedad. Es un retrógrada. Pero no cualquier retrógrada, ojo. Cipriani es un retrógrada al que un sector importante del empresariado y de la política y de los medios de comunicación y de las fuerzas militares lo considera como una autoridad, como alguien importante, como un personaje que tiene cosas que decir e influye en la opinión pública. Y no me digan que no, pues hasta espacio de radio tiene en la estación más importante del país.

 

Cipriani piensa así, y eso no es una sorpresa. Pues él representa lo peor del conservadurismo más rancio de la iglesia católica. Aquel que está acostumbrado a estar en buenas migas con los detentadores del poder político, a rebanarle derechos a la mujer, a maltratar a los gays, a agujerear condones, a incinerar a los que piensan distinto. Y como él hay muchísimos en la iglesia católica que cuentan con la venia del actual papa, por lo que tampoco nos escandalicemos tanto. 


El pensamiento Cipriani es muy similar al pensamiento de las autoridades católicas actuales. De lo contrario, el actual nuncio ya le habría tirado dedo a Cipriani ante el Vaticano, y hace rato que lo habrían removido y reemplazado. Pero eso no ha pasado. Ni va a pasar.  

 

Pero a lo que iba. Para variar, como en ocasiones anteriores, esto parece un dèja . Cipriani, como en otras cruzadas mediáticas, ha terminado enredado en su cóctel de medias verdades. Primero, exclama una barbaridad de tomo y lomo, y luego trata de acomodar las cosas a su favor, echándole la culpa a los demás. Es decir, los idiotas somos nosotros que no solo no entendemos bien lo que dice, sino que, encima, tenemos la osadía de juzgar lo que ha dicho. Figúrense.

 

Como sea. No sé ustedes, pero para mí la cosa es bien simple. Si alguien es reiterativo, durante años, en la discriminación a sus congéneres, como viene ocurriendo desde hace rato y claramente en el caso de Juan Luis Cipriani, es que estamos ante un mal bicho. Pues eso.


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