Pedro Salinas ha causado conmoción desde que lanzó su último libro, Mitad monjes, mitad soldados (Planeta, 2015), en el que trata nuevamente un tema relacionado al Sodalicio. Anteriormente lo hizo con Al Diablo con Dios (Planeta, 2012) y Mateo Diez (Campodónico, 2002). Desde que aterrizó accidentalmente en el mundo del periodismo, este ex sodálite nos ha sorprendido con fuertes y controvertidas opiniones e investigaciones sobre esta institución, de la que él mismo fue parte.

 

“La conversación con Santiago tuvimos que interrumpirla en un par de oportunidades. Evocar estos eventos fue volver a traer la tristeza y el dolor al momento presente. Las lágrimas no son ajenas al recuerdo. Se trata de lágrimas de rabia. De frustración. De pena. Pero también de liberación.”

Con este fragmento termina la historia de Santiago, uno de los treinta testimonios que ha sido recopilado en el último libro de Pedro Salinas con la colaboración de Paola Ugaz: Mitad monjes, mitad soldados.

Esta obra es una más en la carrera de este periodista, quien vivió gran parte de su adolescencia en esta comunidad de la que ahora reniega, el Sodalicio de Vida Cristiana (SVC).


El legado del SVC


Pedro fue reclutado a los 16 años. Llegó al Sodalicio porque lo buscaron “con el pretexto de un retiro”, dice. Lo resume de esta forma: “Me metieron letra, tenía además la presión del profesor de Religión del colegio, y, finalmente, me embarque”. 

Estuvo vinculado al SVC hasta los 22 años. Exactamente, “entre mediados del 80 hasta enero del 87, 6 años y pico” me comentó mientras conversábamos en su oficina de Surco, un sexto piso de uno de los edificios de la avenida Manuel Olguín, con una vista preciosa.

Podría parecer bastante tiempo, pero él menciona que hay gente que sale luego de 20 o 30 años, por lo que considera que no es tanto. “Yo debo ser de los afortunados que menos tiempo ha pasado por ahí, considerando que hay otros que le han dedicado toda una vida. Pero igual. A mí me robaron parte de mi adolescencia y de mi juventud”.

Desde su experiencia, el Sodalicio es una suerte de “organización sectaria”. Recalca que el factor más importante en la supuesta “formación sodálite” es la obediencia, la cual es inoculada de tal manera que se deforma, tornándose ilógica. La humillación y el castigo eran vistos como algo normal, así como lo que llaman “órdenes absurdas”, ejecutadas sin dudar. Es que “la voz del superior, era la voz de Dios”, explica Pedro.

Me cuenta que los sodálites, cuando recién se vinculan al movimiento, tienen ideales positivos y quieren cambiar el mundo, pero que todo esto se “malogra” debido al sistema perverso instaurado por Luis Fernando Figari. La obediencia extrema que le deben a sus superiores los convierte en fanáticos y en autómatas a quienes les anulan su voluntad. Pedro incluso compara a los sodálites con los talibanes y los yihadistas, aquellos que se sacrifican por sus creencias y por la influencia que ejercen sobre ellos las personas que los dirigen. O como él diría:  “Los que les lavan el cerebro”.

Pedro tiene opiniones muy claras y firmes sobre el Sodalicio. Considera que es una institución bastante perniciosa en cuanto a su formación y que ha sido diseñada como una secta. En varios medios podemos leer o escuchar sus críticas. Casi no menciona las cosas positivas que pudo llevarse de su experiencia, ni enseñanzas o valores que pueda rescatar el día de hoy. Por eso, mientras conversaba con este hombre de aspecto bonachón y rostro redondeado, me sentí motivada a preguntarle sobre esto, y él contestó, con cierta picardía, que el Sodalicio lo había ayudado a volverse más ordenado, más disciplinado y más puntual. Y agregó también, entre risas: “Ah, y gracias al Sodalitium dejé los tronchos”. Y ambos soltamos una carcajada. 

Sus recuerdos positivos sobre su permanencia en las comunidades sodálites son pocos. Los negativos fueron los que lo marcaron. Sin embargo, está situación no se da en todos los sodálites retirados. Haciendo esta investigación tuve la oportunidad de hablar con otros ex sodálites –que no han hablado todavía ante medios de comunicación tradicionales- y preguntarles sobre su experiencia en la institución y me encontré con diferentes opiniones.

Gustavo, quien estuvo 10 años en el SVC, desde 1993 hasta el 2004, me contó que, a pesar de todo, él pudo llevarse tantas cosas positivas como negativas. “No es tan macabro como parece”, dijo. Pero luego agregó, concordando quizás con Pedro: “Lo que encuentro positivo del SVC es universal, se puede encontrar en cualquier parte y depende de cada uno”. 

Juan Andrés, otro exsodálite que estuvo desde el 2006 hasta el 2013, también compartió conmigo sus opiniones. Al contrario de Pedro, él rescata más las cosas positivas. “El Sodalicio me ayudó mucho. Le debo la vida. Si no hubiera sido por este, hoy sería un pobre tipo”, me dijo. Pero a pesar de tener lindos recuerdos de su tiempo en comunidad, y como parte de esta institución, es consciente de cómo los superiores abusaron de su poder. “Dios es tan grande que, misteriosamente, ha sabido construir algo tan bueno partiendo de la miseria de un infeliz como Figari. Dios saca el bien de cualquier parte, es increíble” dice.

Durante su estadía como parte de la institución, Pedro experimentó con algunas carreras universitarias (Filosofía y Psicología), pero no llegó a terminar ninguna de ellas debido a distintas razones. Me resumió así su vida académica: “Estudié tres años Filosofía, que fue durante el tiempo que estuve viviendo en comunidades del Sodalicio. Luego me destinaron a Arequipa, y ese año, que fue 1986, me trasladé a Psicología, después de una larguísima y tortuosa negociación con Figari, quien no quería que estudiara esa carrera. En realidad, a Figari no le gustaba que sus sodálites estudien carreras en ambientes universitarios que no estaban bajo el control del Sodalitium”. Tampoco la terminó, pues precisamente cuando ya estudiaba en la Universidad Nacional San Agustín (UNSA), se produjo en él una crisis vocacional que le hizo cuestionar todo.

 

Su regreso a la vida


“Cuando viví en Arequipa tuve la suerte de hacer amigos que detestaban al Sodalitium, gente de mi edad (veintipocos, en ese entonces) con los que, de vez en cuando, iba a tomar unos tragos al Club Arequipa. Eso sí, clandestinamente y a escondidas de la gente del Sodalicio, porque ellos los veían como enemigos (el verano anterior habían alentado una campaña antisodálite en la playa de Mejía con polos que tenían grabados una frase que decía: “Sodálites go home”)." 

"Hasta el día de hoy, (Germán Vivanco, Fernando Castañeda y Roberto Rodrigo) siguen siendo mis amigos entrañables. Gracias a ellos, pude ver algunas cosas y extrañar otras. De alguna manera, en esas salidas furtivas para tomarme unas copas con mis patas arequipeños, recuperé la nostalgia por la libertad”.

Además, Pedro me confesó que una de las razones principales de su crisis se debió a que “se enganchó con una arequipeña”, y que, a pesar de que no pasó nada, esto le “generó un tsunami existencial”. “Eso fue algo inesperado. La atracción hacia esta chica, a la cual, dicho sea de paso, yo mismo había vinculado al movimiento, se dio sin haberla buscado, como suelen ser estas cosas, ¿no? Es lo que ocurre cuando uno tiene las hormonas alborotadas. Las visitas –también clandestinas- a su casa, donde hablábamos sobre cualquier cosa, nos reíamos y nos tomábamos el whisky de su papá, se volvieron recurrentes", dice. 

"En esas visitas subrepticias, ella tuvo la inteligencia de confrontarme con mis ideas postizas, huecas y aprendidas de paporreta. Con mi cuadriculado pensamiento sodálite, es decir. Por último, y no menos importante, la sensación cada vez más firme de que el celibato y yo no éramos compatibles ya se había convertido en una certeza. Casi, casi en un dogma de fe”, me revela.

 Me contó también, con su cara de niño terrible que la edad no le ha quitado, que “pedir permiso para todo era una cosa horrible e insufrible; para todo lo que pensabas o querías hacer, tenías que pedir permiso al superior: para salir a la esquina a comprar una  Coca Cola, para ir al cine, para leer, para escribir, para comer un pan en la mesa, para ir al baño… ¡para todo!”. 

En los hechos, narra Pedro que ante la insostenible situación, comenzó a “sacarle la vuelta a todo”. Como era el Encargado de Apostolado de su comunidad Nuestra Señora de Chapi, en el distrito de Vallecito, sus salidas las justificaba con el pretexto de reuniones a las que iba con el objetivo de captar potenciales adeptos. Los regresos con olor a trago y a cigarro los resolvía con chicles Adams. "Con un montón de chicles Adams", recalca. Porque en el Sodalicio estaba prohibido fumar. Porque Figari en un retiro de silencio ordenó que “el que fumaba jamás iba a ser santo”. Y eso era un verdadero problema para Pedro, quien en esa época era fumador. 

“El Sodalitium me estaba asfixiando”, me dice. "Encima había un lema que te machacaban en la cabeza que rezaba: 'el espíritu de independencia es muerte para la comunidad', y yo, la verdad, ya me estaba hartando del 'pensamiento único'; es decir que todos teníamos que pensar igual, sentir igual y hasta vestirnos igual".

A pesar de que en ese momento no tenía muy claro lo que quería hacer fuera del Sodalicio, sí estaba seguro de lo que no quería: seguir en el Sodalicio. Y dice: “Tomar la decisión de irte, cuando nadie se iba, fue muy difícil y angustiante, porque cuando te vas te hacen sentir un traidor y te va a perseguir algún tipo de maldición por no ser consecuente con tu vocación sodálite, con la que supuestamente has nacido; por lo tanto, en teoría si te sales vas a ser un pobre infeliz”.Finalmente lo hizo, luego de que lo trataron de retener varios meses.

Cuando salió “no tenía la menor idea de lo que quería hacer”, dice, mientras sostiene su pequeña taza azul de café con la mano izquierda en la que, a diferencia de los que ahora utilizamos los celulares para ver la hora, lucía un reloj. 

Pedro, a diferencia de muchos otros sodálites que se van de la institución, tuvo suerte. Se le abrió una vacante como practicante en el área editorial de El Comercio.  “Fui como quien se juega la Tinka, para ver qué pasaba... ¡y me la saqué! Me dieron la chamba, sin saber nada de periodismo”, comenta, sin darse cuenta de que este iba a ser el paso inicial para su carrera.

Después de El Comercio, se le fueron dando varios trabajos relacionados al periodismo (en el Instituto Libertad y Democracia, en el diario Expreso, en Radio Antena Uno, en Canal 11) en los que se inició y fue aprendiendo el oficio en todas sus variantes (prensa escrita, radial y televisiva).

No llegó a completar sus estudios universitarios en Filosofía o Psicología. “De pronto me había convertido en un periodista sin haber estudiado periodismo”, dice. Han transcurrido 30 años desde entonces. Y Pedro ha transitado prácticamente por la mayoría de medios. De varios lo botaron por razones políticas y por censuras, sobre todo en los tiempos de Fujimori. Junto a César Hildebrandt y Beto Ortiz, Pedro debe ser uno de los periodistas que más han expulsado de los medios por su comportamiento rebelde. Actualmente es columnista dominical de La República y es colaborador habitual de La Mula. Y como él añade: “Mi actividad alimenticia se llama Chirinos & Salinas Asociados”, una empresa consultora en comunicaciones que tiene en sociedad con Freddy Chirinos desde 1995.

 

Libros, libros y más libros


Pedro ha escrito por lo menos una decena de libros. Casi todos sobre política y periodismo. El primero que aborda su experiencia como sodálite es Mateo Diez, publicado en el 2002. Él describe esta publicación como un “exorcismo personal”. En ésta narra su experiencia en las sedes sodálites de San Bartolo (cerradas actualmente como consecuencia de las revelaciones periodísticas de Mitad monjes, mitad soldados) en donde describe al SVC por dentro y todos los horrores que ahí padecían los sodálites “en formación”. Maltratos físicos y psicológicos diarios, violaciones a sus derechos humanos y libertades, abusando de ellos bajo el pretexto de que a través de la obediencia iban a alcanzar la santidad.

Su objetivo al escribir esta “novelita”, como él la llama, era desahogarse para poder cerrar ese capítulo de su vida, porque como él dice: “Una vez que pasas por ahí es bien difícil que te lo saques de la cabeza de un momento a otro (al Sodalicio), porque por un buen tiempo sigues como cableado en plan Matrix. Porque ahí te lavan el cerebro, te formatean mentalmente y hacen de ti un alienado, un enajenado moldeado con métodos sectarios”. 

Lo que ocurrió luego de publicarla tuvo un efecto distinto al esperado. En lugar de cerrar un capítulo, se abrió otro. A partir de ahí, todos los que tenían algún tipo de problema con el Sodalicio, lo buscaban a Pedro.

Tras esta publicación, distintas personas (incluso gente que Pedro no conocía) se pusieron en contacto con él para llevarle información sobre cosas terribles ocurridas en la institución (abusos sexuales cometidos por Figari, por ejemplo) y querían que las hiciera públicas. Pero Pedro respondió en una ocasión: “Yo he estado adentro y nunca vi nada de lo que me estás contando (en referencia a los abusos sexuales)”. Y a varias de estas denuncias, recuerda, no les dio crédito.

Ocho años después, en noviembre del 2010, un amigo de la época del Sodalicio lo buscó para contarle que Luis Fernando Figari, fundador del SVC, estaba renunciando al cargo de superior general. Y el hecho lo vinculó a German Doig, la mano derecha de Figari quien había muerto 10 años atrás (en el 2001) de un infarto y al que hasta entonces se le daba trato de santo porque el Sodalicio estaba buscando su beatificación. Este proceso se detuvo, dos meses antes de la renuncia de Figari, con la excusa de que “no alcanzaba las virtudes heroicas”, pero lo que le contó el amigo a Pedro, era algo más fuerte que eso.

Al escuchar los verdaderos motivos de la detención del proceso de beatificación de Doig, Pedro se quedó asombrado, pues su amigo le dijo que Germán había abusado sexualmente de él cuando todavía era menor de edad.

La cúpula del SVC no quería que esto se supiera, y por eso habían puesto esa excusa imprecisa para detener el proceso de beatificación. Esto produjo indignación en las víctimas que seguían vinculadas a la institución y en las personas que estaban al tanto. Y una vez más a quien buscaron para pedir ayuda fue a Pedro, para que esto llegara a la prensa.

Fue la conversación con la víctima sexual de Germán Doig la que dio pie al inicio de la investigación que luego dio lugar a sus siguientes dos libros. Al diablo con Dios, que fue como un “aperitivo” antes de Mitad monjes, mitad soldados, el que describe crudamente a la institución que fundó Luis Fernando Figari y comprende a 30 víctimas del Sodalicio.  

De las 30 víctimas de abuso sexual, 3 fueron abusados por Figari, 2 por Germán Doig y 1 por Jeffrey Daniels. Los otros 24, donde se incluye el propio Pedro, son víctimas de maltrato psicólogo y físico.


Mitad monjes, mitad soldados


El libro nace con una hipótesis de trabajo que surgió inmediatamente luego de hablar con la víctima de Doig, tras realizar lo que Pedro llama una “ecuación”. Esta hipótesis presumía que Figari era el principal pederasta, y que este había influenciado y "malogrado" a Germán Doig y a Daniel Murguía (y luego a Jeffrey Daniels).

Para él no era lógico que dos personas tan cercanas a Figari, como German Doig y Daniel Murguía (detenido el 2007 en el centro de Lima, en el momento en que estaba fotografiando a un niño de la calle desnudo en la habitación de un hostal) fueran pederastas sin que su superior, que tenía encima un supuesto “don por el cual a través de la mirada podía conocer tus virtudes, defectos, complejos o traumas, y hasta tu historia personal”, no se diera cuenta de que algo pasaba.

Ahí es cuando comenzó a buscar víctimas de Figari. Se contactó con las dos personas que lo habían buscado en el 2002, después de publicar Mateo Diez, y a las que no les creyó. Una de estas personas lo contactó con uno de los abusados y a partir de ahí “otras víctimas comenzaron a hablar cuando los llamé y les pregunté”.

Lo que logró con esta potente publicación fue que el Sodalicio, siempre soberbio en sus respuestas cada vez que lo han señalado por algo, reconociera los hechos. Y hoy se encuentra en la peor crisis de toda su historia. Y Pedro, con sus perspicaces ojos azules un poco achinados, añade sonriendo que a la iglesia católica también le cayó de refilón, sin quererlo, como “daño colateral”. Las autoridades católicas vivieron su propio terremoto, pues resultaba inaudito que sigan sucediendo estas cosas en la iglesia. Luis Fernando Figari es, ahora, considerado por muchos como el principal pederasta de la iglesia católica latinoamericana, después del pederasta mexicano Marcial Maciel, desplazando al sacerdote chileno Fernando Karadima, quien hasta hace poco era otro de los más conocidos luego de Maciel. 

Pedro considera que el SVC debería tomar las siguientes acciones: En primer lugar, deberían “botar a su manzana podrida”, dice en alusión a Figari, quien se refugió en Roma. En segundo lugar, tienen que deshacerse de todos sus cómplices y encubridores,  porque como me dijo Juan Andrés, el otro exsodálite: “No por unos cuantos malditos, todos lo son”, y antes de juzgar deben llegar al fondo del asunto para separar a la gente buena de la mala. En tercer y último lugar, Pedro dice que, si quieren hacer las cosas como corresponden, deberían refundar la institución. Si no van a cambiar en lo medular, y van a dejar la cosa en cambios cosméticos para que no cambie nada, entonces las autoridades vaticanas deberían disolver al Sodalicio. "Pero, honestamente, no creo que ocurra ni lo uno ni lo otro. La iglesia católica siempre protege a sus pederastas. Ni siquiera eso ha cambiado con el papa Francisco. Figari, para no ir tan lejos, con todo lo que se sabe, sigue refugiado en Roma y nadie sabe en dónde". 

 

Pasión periodística

 

Luego de analizar el trabajo de Pedro, Juan Luis Salinas, un familiar y amigo suyo al que contacté, lo describe como “una persona muy exigente consigo misma, muy incisivo y cuidadoso al realizar sus investigaciones (Juan Luis ha leído también De Torme a Sayán, la investigación que hizo Pedro sobre los primeros Salinas que llegaron al Perú), muy preparado y culto para realizar sus entrevistas, y sobre todo, un periodista que no tiene miedo de escribir sus opiniones y de generar polémicas”.

Es una apreciación bastante certera, pues Pedro es una persona que se toma muy en serio su trabajo, y no le importa comprarse pleitos. Es bastante crítico de todo y descubrir la verdad es lo más importante para él, aunque pueda verse afectado y hasta ser rechazado por parte del público, como ocurrió con Mateo Diez. Como dice Patty Anduaga, su sobrina: “Pedro es un rebelde sin causa, valiente y directo.” También lo describió como alguien que pelea por lo que cree con pasión por la vida. En sus palabras: “Es un loco calato que no entra en vainas.” 

Tiene opiniones claras, directas y fuertes, que pueden llegar a ser hasta ácidas y crudas, y que en algunas ocasiones como menciona Gustavo, quien además de haber pertenecido al SVC conoce a Pedro, “pueden parecer sesgadas”. 

“El libro me parece un gran aporte, invalorable, para las víctimas, para los ex sodálites y también para los que permanecen aún en actividad. Me parece que a pesar de todo este aporte, el libro sigue siendo superficial en su análisis. También me da la impresión de que está sesgado, no es imparcial, quizás por eso le falta profundidad, porque en mi opinión, Pedro tiene ya una interpretación previa. Pero eso no le quita valor. Me ha abierto más los ojos y la consciencia a muchas cosas del SCV que ya sabía, digamos, pero que veía como positivas (y no lo son)”, dice Gustavo.

El día de hoy Pedro se declara a sí mismo como un “agnóstico ilustrado”, a pesar de que se casó por la iglesia y sus cuatro hijos han sido bautizados por curas sodálites. Él no se considera un anticlerical, aunque sí un crítico de la institución católica. Se reconoce “católico, culturalmente hablando” y en lo político y económico como “liberal”.

Algo que sí queda bastante claro es que le apasiona el periodismo. Disfruta de lo que hace. Dice: “Lo que más me gusta de este oficio es cuando hay adrenalina y cuando se hace justicia. Como dice mi querida amiga y eficaz colaboradora en Mitad monjes, mitad soldados, Paola Ugaz: ‘El periodismo, a veces, hace justicia’”.

Pedro es permeable a las críticas. Sabe que sus opiniones no son aceptadas por todos e incomodan a muchos. Y cuando lo atacan, no se queda callado. Continúa en su búsqueda de la verdad y es consciente de sus debilidades y limitaciones. 

Ya cerrando esta larga conversación, comentó: “La máxima responsabilidad de un periodista es buscar la verdad y encontrarla. El periodista tiene que poner luz donde no la hay. Buscar la información debajo de las alfombras, dentro de los cajones. Y algo muy importante: debe incomodar al poder. Al poder político, al poder económico, al poder religioso, al poder militar, porque el poder corrompe y requiere ser fiscalizado. El máximo defecto de un periodista es ceder al miedo y no defender la libertad”.

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(*) Camila Boggio es estudiante de la Universidad de Lima y sobrina del autor del blog La Voz a Ti Debida.