Sus frases desafortunadas y equivocadas van y vienen cada cierto tiempo con la monotonía de las olas. Pero igual las dice. Porque es lo que en realidad piensa. No solo él, por cierto. Sino muchos jerarcas católicos como él.

 

Encima, el conchudo no pide perdón. Más todavía. Se molesta. El cardenal se siente “fastidiado” por leer y escuchar “interpretaciones” de lo que dijo. Porque es así de arrogante y soberbio y pedante y petulante este fantoche de la fe, quien se ha creído el cuento de que es un “príncipe de la iglesia”.

 

“Utilizando una frase totalmente desafortunada y equivocada, pretenden criticar de una manera francamente baja la responsabilidad que tengo como pastor, como hombre, como peruano y como persona de defender y proteger a la mujer siempre”, dijo en su radioemisora, en la cual nunca le hacen repreguntas.

 

Y más aun. Los sacerdotes de la arquidiócesis de Lima le siguieron ayayeramente la comparsa y emitieron un comunicado solidario con el cavernícola del solideo, quien pretende relativizar la responsabilidad del victimario según como esté vestida la niña o la mujer abusada por él.

 

Algo similar, dicho sea de paso, piensa el obispo Arizmendi, de México, quien en una crítica similar a la de Cipriani, y hablando sobre el erotismo y la pederastia, dijo que (el erotismo) “invade los medios de comunicación y la internet, ante el cual no es fácil mantenerse en el celibato y en el respeto a los niños”.

 

Qué asco de curia, ¿no?