Es así. Responden a periodicazos. Incluyendo a los del propio Luis Fernando Figari.

 

Digo esto porque es la tercera vez que veo aparecer a Alessandro Moroni, cabeza y rostro visible del Sodalitium Christianae Vitae ,en las páginas del decano a lo largo de este último año. El motivo, una vez más, es esclarecer cosas que no se perciben tan diáfanas, pues esta institución, todo hay que decirlo, ha estado acostumbrada a navegar siempre por corrientes sombrías,  ilegibles y borrosas.

 

Una de ellas, la acusación frontal que les suelta Figari. No lo dejaron hablar ni dar la cara. La periodista Karla Bardales, quien ha seguido el tema casi desde el inicio, dialoga con Moroni. Y Moroni responde taxativamente: “Nunca le prohibimos dar la cara a la justicia peruana”. Como adivinarán, se trata de un eufemismo. Y me voy a un ejemplo incontrovertible.

 

El 18 de diciembre del 2015, Manuel Sánchez-Palacios Paiva, entonces presidente de la Comisión de Ética para la Justicia y la Reconciliación, entidad creada a iniciativa del propio Sodalicio para investigar, le envía una carta al regente máximo del Sodalicio “para solicitarle interponga sus buenos oficios a efectos que el señor Luis Fernando Figari Rodrigo comparezca personalmente ante la Comisión (…) es fundamental que dicho señor declare”, escribe el jurista.

 

Dos días después, el 20, Moroni le contesta: “Lamento tener que informarle que me será imposible atender a su pedido ya que, mediante la carta reservada n. 52218/2011 con fecha de abril de 2015, enviada por parte de las autoridades competentes del Dicasterio para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, se me solicitó que el señor Figari Rodrigo fuera trasladado a una comunidad fuera del Perú y que no tenga contacto alguno con persona residente en Perú pertenecientes o no al Sodalicio de Vida Cristiana por lo menos hasta concluida la visita ordenada a nuestra Sociedad por parte de Mons. Fortunato Pablo Urcey, Prelado de Chota (…) Estas medidas fueron solicitadas con el fin de que el Visitador, nombrado por dicha Congregación para constatar la efectiva validez de las acusaciones hechas en contra del señor Luis Fernando Rodrigo, goce de las mejores condiciones para desarrollar su delicada tarea con la mayor serenidad”.

 

A ver. No sé si les quedó claro. Más todavía. Si de algo sirve, están también por ahí todas las comunicaciones cursadas vía oral, telefónicamente, por correo electrónico, y en ese plan, por parte de Pao y el arriba firmante al propio Alessandro Moroni. No solo para entrevistar a Figari, sino a cualquier jerarca o caudillo sodálite. Jamás nos concedieron una sola. Ni una. Y si mal no recuerdo, persistentes hemos sido. Creo.

 

Para todos los efectos, siempre nos cerraron la puerta en la cara. O nos respondieron con un silencio administrativo. Pero en fin. Cada quien mata sus miedos como quiere. Igual no está demás que quede constancia de ello en estas líneas.

 

Ahora bien, no sé ustedes, pero si leyeron o escucharon o vieron en su momento las patéticas declaraciones del visitador apostólico, la mención de Moroni le debe haber sonado al pobre Sánchez-Palacios como a una mofa. O algo peor. Una estafa. Urcey fue bien clarito, por decirlo de alguna forma. Dijo que no iba a interrogar a Figari. Que no iba a hablar con las víctimas. Y que no iba a leer la investigación. Tal cual.

 

Entonces, volvamos a la carta original del número uno del dicasterio del que dependen los sodálites y controla el español José Rodríguez Carballo, y es la que le cita Moroni a Sánchez-Palacios. El propósito por el cual hay que aislar a Figari está delimitado en el texto. El objetivo para las instancias vaticanas es tener “la menor resonancia posible en la opinión pública peruana”. Eso es lo que explica el silencio y el confinamiento de Figari. Todo lo demás es perífrasis, eufemismo, demagogia, palabreo, floro.

 

Ahora bien. Sobre las víctimas. Me preocupa la forma del proceso. No soy un especialista en el tema, pero hemos hablado, junto con Paola Ugaz, con una importante cantidad de víctimas de abusos físicos, psicológicos y sexuales por parte de Figari y de otros líderes sodálites. En el camino, en medio de la investigación con Pao, hemos hablado con víctimas nuevas que desfilaron por la Comisión de Ética, y luego conocimos a otras que decidieron hablar con los consultores del Sodalitium: Kathleen McChesney e Ian Elliott. 


He colaborado con ambos grupos, a pesar de que no me gustó como ningunearon y maltrataron a laComisión de Ética (de la cual, reconozco, fui al principio muy prejuicioso, y, que conste, luego le pedí públicas disculpas). 


¿Qué me preocupa? El apuro. La angurria por “sacarla gratis” (sin que les cueste tanto, o sea). La necesidad de manejar todo esto como si se tratase únicamente de una estrategia de “control de daños reputacional”, olvidando que son personas de carne y hueso las que han sido dañadas gravemente por la institución. Ojo, no por Figari, sino por la institución.

 

En algún momento le pregunté a un miembro del Consejo Superior qué tan complicado era armar un registro del primer grupo de sodálites que ingresó a las comunidades de San Bartolo en los jurásicos ochentas hasta identificar al último sodálite que apagó la luz. “Si la lista no existe, la tienes en unas cuarenta y ocho horas, supongo. Pero en una semana ya tienes una lista completa. Eso no es difícil de hacer”, me dijo. Le di la idea al propio Elliott, quien al inicio venía un poco a oscuras. 


Sin nombres, ¿con quién conversas? ¿a quién escuchas? ¿a quién reparas?

 

Que Elliott me perdone la infidencia, pero sé que la reclamó dos veces y nunca se la dieron. Hoy por hoy, el plazo de cierre para escuchar testimonios ya se acabó. Jamás llamaron a todos. Corrieron como pudieron para llegar a esta altura del año con la finalidad de tratar de voltear página lo más pronto posible. 


Y en el camino, para que vean que no es un cuento mío sino que hay un espíritu de cuerpo que es parte del formateo mental al que son sometidos hasta los miembros de la cúpula, los sodálites todavía no perciben a plenitud que hay otros implicados, y que siguen ahí, a su lado, viviendo en sus propias comunidades. 


Ni siquiera es que están agazapados, oigan. No. Están ahí. En la foto. En el correveidile. Diciendo: “Hey, nosotros cometimos errores, excesos, rigores de formación, una vida rígida y militar, y bueno, en algunos casos eso podría confundirse con maltrato, pero abusos, abusos, no jodan, pues, abusos no son, quizás lo que hay es un exceso de susceptibilidad en la mirada de los que se denominan “víctimas” o “sobrevivientes”, igual estamos pidiendo perdón, ¿no?, y estamos metiéndonos la mano a los bolsillos, ¿o no? Ya, sufi, ¿no? ¿Qué más quieren?".