Luis Fernando Figari vive hace más de cuarenta años en un universo paralelo, en una suerte de mundo de juguete en el que ha tenido el rol de dios omnipotente durante demasiado, demasiado, demasiado tiempo. Y en ese espacio infinito creado por él, al que denominó Sodalitium, en el que fue tratado como una deidad todopoderosa y como un sumo hacedor, sus mentiras se instalaron como verdades. Y sus manipulaciones y mangoneos y operaciones de artificio circularon y recircularon durante décadas, bajo el secretismo de sus recámaras, mientras que el resto, su ejército de zombis, asentía. Y obedecía. Y se sometía a sus designios. Con reverencia. Con docilidad. Con servilismo.

 

Porque Figari hizo de la obsecuencia de sus adeptos su propia religión. Una en la que el eje de dicha “espiritualidad” era él mismo. En el que “la realidad” era aquella que él dictaminaba que fuera. Y la “historia” siempre era recreada de acuerdo a su conveniencia.

 

El tema viene a cuento porque resulta ahora que, según el susodicho, el arriba firmante no se fue, sino que “lo fueron”. Me habrían botado, o sea. Me habrían eyectado, es decir. Y quien me expulsó habría sido el propio Figari. Figúrense.

 

No voy a negar que la historia me tienta. Y por instantes desearía que esa versión hubiese sido la auténtica. Que Figari te bote habría tenido su “toque épico”, digamos.  

 

Pero no. La historia no fue así. Ella es consignada, para quienes les interese, en mi novelita MateoDiez  y en mi testimonio publicado en Mitad monjes, mitad soldados. Yo me voy porque no puedo con el celibato, ni con la vida comunitaria, ni con la obediencia ciega e incondicional, y porque una arequipeña se me metió en la cabeza. No sé si en ese orden, pero me fui por esas razones. Tal cual. 

 

Como sea. Ahora resulta que, en la caudalosa imaginación de Figari, hacia finales de los ochentas, él mismo me habría invitado a retirarme –junto a Virgilio Levaggi (uno de los peces gordos de entonces) y a otros tres sodálites de aquella época, reservándose el derecho de decir la razón “al ser del fuero interno de los involucrados”. Esta sería, en todo caso, “la versión oficial”, que no guarda ninguna relación con “la verdad verdadera”, todo hay que decirlo.

 

Hasta donde sabemos, Virgilio Levaggi, quien fue mi director espiritual (durante 1984, si mal no recuerdo), fue confinado en el año 1986 por razones que todavía no han sido del todo esclarecidas. Su aislamiento se produjo en la comunidad sodálite de San Aelred, en la cuadra 30 de la avenida Brasil (local que ya no existe como comunidad, y donde luego funcionó Vida y Espiritualidad, una entidad creada por Germán Doig para efectos de la divulgación y publicación de obras sodálites; actualmente hay un edificio), cuando José Ambrozic era el superior de dicha casa sodálite.

 

Tanto Ambrozic como el actual superior, Alessandro Moroni, en sus declaraciones ante la fiscalía han arrojado algunas luces sobre lo sucedido con Levaggi, quien fue aislado, entre mediados de 1986 y el primer semestre de 1987, de la misma manera que se hizo años más tarde con el sodálite pederasta Jeffrey Daniels.

 

En el Caso Levaggi, se informó que su enjaulamiento se debía a que “había faltado gravemente a la obediencia”. Y el relato “histórico y oficial” termina cuando este se va libremente en el año 1987. Porque eso fue lo que pasó. Levaggi se largó en el momento que quiso. Jamás fue separado. Ni desterrado. Ni siquiera fue tratado como un paria (usualmente, ese ha sido el trato para todos los que nos hemos ido en contra de la voluntad del Sodalitium). Y eso es algo que pueden corroborarlo tanto Moroni como Ambrozic.

 

Si me preguntan, puedo ratificar también esta explicación, pues luego de irse del Sodalitium, Levaggi toma contacto con varios exsodálites. Entre ellos: FG, JAP, Enrique Prochazka, y quien suscribe estas líneas. Ninguno de los mencionados teníamos la menor idea de la verdadera razón de su salida, la cual habría tenido que ver con el uso abusivo de su poder con subalternos suyos. En plan Figari y en plan Doig, si me apuran.

 

Más todavía. En varias oportunidades intenté sonsacarle al propio Levaggi el por qué de su salida. Y siempre me respondió: “Fulano me traicionó. Y no quiero hablar sobre ello”. Recién pude conocer más detalles, detalles escabrosos y subidos de color, casi dos años más tarde, cuando otro exsodálite me contó la versión fidedigna que le habría transmitido el cura Jaime Baertl (amigo entrañable de Levaggi, por cierto).

 

Recuerdo que, luego de hablar con esta persona, lo primero que hice fue buscar al clérigo sodálite en sus oficinas de Lizardo Alzamora, en San Isidro, para que me confirmara lo que había escuchado. Y ahí fue que recién me enteré de todo. Y que eso de que había “faltado gravemente a la obediencia” no era sino otro eufemismo sodálite para cambiarle de nombre a la fehaciente realidad. De hecho, con frases como esas trataron de disimular y tapar los casos de Germán Doig (“no alcanzó las virtudes heroicas”) y Jeffrey Daniels (“está discerniendo en torno a su vocación, pues estaría pensando en hacerse monje”).

 

Más todavía. El propio Levaggi esgrime: “Salí del SCV debido a un afán de desarrollo personal, profesional y laboral, debiendo precisar que dicha salida no se debió a ningún tipo de problema en dicha institución”. 


¿Ah? ¿Qué tal? Es lo que le responde Virgilio Levaggi Vega a José Alejandro Godoy en su blog Desde el Tercer Piso (DTP).

 

Y casi, casi emulando el estilo Figari, Levaggi responde así sobre los abusos al interior del Sodalitium: “Si tales situaciones existieron, creo que hay que ser solidarios respecto a las personas que hayan vivido las mismas (…) Me da mucha pena lo que se publica y me resulta muy confusa la información que se brinda. En estas tres décadas no he estado involucrado en nada del quehacer del SCV y me cuesta entender lo que podría haber pasado”.

 

Pero a lo que iba. A las declaraciones de Figari en Roma sobre esta conjetura cínica, según la cual, él mismo me habría expulsado “reservándose el derecho de decir la razón al ser del fuero interno de los involucrados”, estaría pretendiendo lanzar al aire una fábula que ya he escuchado en el pasado cuando han querido desacreditarme. Que yo habría sido una víctima sexual de Levaggi, por un lado. Y de otro, que el arriba firmante habría participado en una especie de golpe de estado para derrocarlo y fisurar así la línea de mando con el propósito de empoderar a Levaggi. Si me preguntan, ambas historias son tan irreales como dudosas. Y hasta ridículas.

 

Sobre lo primero, si fuese cierto que Levaggi hubiese abusado sexualmente de mí, aprovechando “la pulsión de dominio” (como los psicoanalistas llaman en su  jerga a la tentación del abuso) y su condición de director espiritual, supongo que lo habría escrito en Mateo Diez o en algún otro sitio. Bueno. En realidad no lo supongo. Lo habría escrito sin dudarlo un instante.

 

Ahora bien, pese a no haber sido uno de los abusados sexuales del Sodalitium, igual me considero una víctima, que conste. Soy una víctima de los abusos físicos y psicológicos que se perpetraron por parte de la institución, y muchos de esos vejámenes que dejaron huella en mi psique tuvieron como ejecutor al mismísimo Luis Fernando Figari.

 

Finalmente, sobre la supuesta conspiración en la que habría participado este servidor junto a un pequeñísimo grupo de sodálites desobedientes y rebeldes y chúcaros, qué quieren que les diga, es lo más surreal que he escuchado en mucho tiempo.

 

Ojalá hubiese algo de verosímil en ello. Pero no. Pensar en algo así al interior del Sodalitium era simplemente imposible, pues en un ámbito netamente totalitario como el sistema sodálite no hay espacio para la insubordinación.

 

No obstante, algo de eso debe haberse incrustado en la cabeza paranoica de Figari, pues en algún momento, hace ya varios años, evocando situaciones críticas que habrían marcado hitos en la historia de la institución, el fundador del Sodalitium se lo habría dicho a Martín López de Romaña. Algo de eso, dicho sea de paso, se cuenta también en las páginas de Mitad monjes, mitad soldados.   

 

Pero insisto. La sola suposición de creer que en el mundo de Figari hay espacio para la sedición o la sublevación o la resistencia es un imposible. El formateo mental, el fanatismo y el lavado cerebral existen en el universo paralelo de Figari precisamente para evitar y aniquilar el espíritu de independencia (“que es muerte para la comunidad”) y dar pie al pensamiento único.

 

Y claro. Si le sumamos a ello la ausencia de controles que limiten el poder a los líderes, lo que tenemos ahí ya no es “tentación del abuso”, sino terreno fértil para los atropellos, la corrupción, la violencia y los maltratos. “Y ahí donde hay impunidad, el exceso no es la excepción, sino la norma”, como escribió Jorge Bruce en La República (26/10/2015) a propósito del Caso Sodalicio.