Me la leí en un tris. En los días que estuve inmovilizado en una clínica debido a una operación a la columna. De pronto llegó Gracia y me la regaló para que el tiempo pasara más rápido, supongo. Aunque si quieren que sea honesto, ya había leído su novela anterior, Pequeña novela con cenizas, y la verdad es que mi impresión sobre ella había sido: “Ahí nomás”. No es que estuviera mala, es decir. Pero tampoco es que uno se la pasara recomendándola a medio Lima después de leerla. No sé si me explico. O si me dejo entender.

Me estoy refiriendo al crítico y escritor (o si quieren, al revés) José Carlos Yrigoyen y su último libro Orgullosamente solos, sobre su abuelo materno Carlos Miró Quesada Laos, ex director de El Comercio, antiaprista hasta la médula, y fascista de tomo y lomo. “El más constante y fervoroso propagandista y apologeta del fascismo en el Perú”. Así lo define el español José Ignacio López Soria en la antología El pensamiento fascista.

Y bueno. Ya se los dije. Me leí su “novela de no ficción” de un tirón. Y por lo que veo y leo y escucho, no solo conmigo tuvo ese efecto hipnótico, sino con un montón más. Empezando por él mismo, obvio. Pues el sello de la obsesión y de la búsqueda de los orígenes para conocer la propia identidad, que forman parte de la esencia de Orgullosamente solos, son como los motores fuera de borda que empujaron a Yrigoyen a navegar por su pasado, atravesando el túnel del tiempo con espíritu detectivesco y el único objetivo de escudriñar en sus raíces.

“No hay fascismo que triunfe si no hay quienes estén dispuestos a ser sus víctimas, a ser engranajes inferiores del mecanismo que los degrada y los despoja de sus caracteres humanos. Ese ha sido mi caso”, relata Yrigoyen en las primeras páginas, y en una entrevista con Renzo Gómez en el suplemento Domingo adelanta que por esa línea andará su siguiente publicación.

Pero no nos desviemos. Volviendo a Orgullosamente solos. Si hay algo que se agradece como lector es la buena prosa y la buena trama. Estilo e historia con gancho. Este par de elementos, combinados, y adecuadamente cocteleados, hacen un buen libro. Pues bien. Ese es parte del secreto del éxito de la última obra de José Carlos Yrigoyen. Y es lo que hace que el relato fluya por un pasado enrevesado, sinuoso, e incluso escurridizo.

En lo que a mí concierne, reconozco que me llama el morbo de paladear el perfume del escote de tiempos pretéritos, de mirar el espejo retrovisor de las historias personales, y de pedirle el carné de identidad a cuantos ancestros descubramos en el camino de la búsqueda de nuestros orígenes. Y Orgullosamente solos tiene mucho de esto. “La misma sombra que lo explica a él también me explica a mí”, subraya Yrigoyen, quien no se guarda nada y todo lo cuenta, a manera de íntima confesión, a veces, y a manera de escandalosa revelación, en otras.

“Hitler dedica varios capítulos a la cuestión judía. Para nosotros, que vivimos tan lejos del mapa europeo, quizá nos parezca extraña su fobia incontrolada. Pero el Führer da sus razones. Para él, los judíos son causantes de todas las desgracias y en especial del comunismo. En este último aspecto no podemos menos de darle un poco de razón al jefe nazi. Si recorremos la lista de los demagogos y agentes rojos, veremos que los judíos se cuentan en número muy crecido. Hitler, enemigo del comunismo, no podía olvidar la participación de los judíos en esa pavorosa matanza que tiene su cuartel general en Moscú”, dice Carlos Miró Quesada Laos, apodado como “el Mussolini peruano”, en uno de los textos exhibidos por su nieto.

—A pesar de todo, ¿crees que tu abuelo fue una buena persona?, le pregunta Renzo Gómez a Yrigoyen en dicha entrevista.

—Fue un hombre que estuvo del lado equivocado de la historia hasta el final de su existencia, pero algunas cuestiones familiares lo redimen, como el amor por mi abuela y sus hijos. Es muy simplista calificar a una persona por un aspecto de su vida por muy terrible que sea. El mal no es lejano a nosotros. Satanizar es distanciar, responde el escritor José Carlos Yrigoyen.

En fin. Siempre es complicado resumir un libro o tratar de explicarlo en unas líneas sin traicionarlo. Solamente añadiré que vale la pena leerlo. Respecto del autor, presumo que habrá habido quienes lo han leído y han pensado que nadie tiene derecho a convertir en literatura temas tan íntimos como los que se narran en Orgullosamente solos. Bueno. Qué quieren que les diga. Presumo también que se trata de gente que no ha comprendido –como explica Mario Vargas Llosa en un ensayo sobre Simone de Beauvoir– que “la literatura es, por antonomasia, un oficio impúdico”. Pues eso.